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«Cuando Gilgamesh, por fin, encuentra a Utnaphistim, el superviviente del Gran Diluvio, y le pide que le revele el secreto de su inmortalidad, éste le reprende, diciéndole que luchar contra el destino de todo ser humano es inútil y disminuye las alegrías de la vida».
Utnaphistim se alza frente al poderoso Gilgamesh y le escupe una verdad que le hiere en lo más profundo de sus aspiraciones.
La impasibilidad facilita ver la condicionalidad tal como es. Al estar aislado de las turbulencias emocionales, se puede fijar la vista sobre la realidad. El relato de lo que se ve es lo que se llama verdad.
La verdad es la verbalización de la condicionalidad.
La verdad más importante es la del propio relato, más importante que la verdad comunicada. Mientras que la verdad del relato debe ser completa, la verdad comunicada debe circunscribirse a la misma condicionalidad ponderada mediante la sabiduría, sabiendo que el mensaje que se emite no será el que se reciba ni el que cause acción.
La mentira es condición suficiente para el sufrimiento porque quien vive en la mentira no ve la condicionalidad, por tanto está ciego en este mundo, quedando a merced del sufrimiento.
Miles de años de mentiras yuxtapuestas recitadas, escritas, leídas y aprendidas de generación en generación se convirtieron en la Cultura. Al tener su raíz podrida, solo da frutos venenosos. Las creencias, la fe, la moralidad, las buenas costumbres, el bien y el mal definidos por la Cultura, son solo guías para corderos ciegos.
A la verdad le sobra la cultura, como a la impasibilidad le sobran las pasiones y a ambas, el sufrimiento.
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