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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Verdad

La verdad ha sido siempre algo escurridizo. Un manojo de teorías trata de describir la Verdad, pero siempre se encuentran con su relatividad. Dependiendo de cómo lidien con ella así se distinguen. La más simplista es la teoría correspondentista, donde la verdad consiste en una relación de adecuación o concordancia entre el entendimiento que conoce y lo real conocido como realidad. Pero como no hay nada “real”, metafísicamente real, es una teoría sin sustento. Más modesta, la teoría coherentista dice que una proposición es verdadera si es coherente con el resto de las proposiciones del sistema del que forma parte. Así, la proposición «3 + 5 = 8» es verdadera en la medida que es coherente con las reglas de la matemática elemental. Sin embargo, como no hay forma de establecer la verdad de las reglas del sistema y, por tanto, sólo puede aplicarse a los elementos de un sistema de reglas previamente establecido. O sea, algo es verdad “en su mundo”. Igual de relativista es la teoría del consenso que sostiene que la verdad requiere un procedimiento o acuerdo previo, o conocimiento previo de pautas, o en algunas versiones, que podría llegar a ser acordado por algún grupo específico, siendo de especial relevancia el diálogo como aprendizaje de las condiciones de «igualdad de habla». Por lo anterior, solo es la Verdad es verdad dentro de ese grupo específico. Cuando la Verdad en sí se nos escapa, recurrimos a la teoría pragmática que afirma que una proposición es verdadera si resulta útil o funciona en la práctica. Así, la proposición «En verano hace calor» es verdadera si constituye una buena guía para la acción, esto es, si resulta útil para cualquier persona que la considere verdadera. Hay que entender el criterio de utilidad como una apelación a comprobar en la práctica la verdad de las proposiciones. Si sucede tal y como la proposición indica, entonces es verdadera. Así pues, según la teoría de la utilidad, sólo podremos establecer la verdad de una proposición cuando la comprobamos en la práctica. Esta exigencia no se produce en la teoría de la correspondencia, en la que una proposición es verdadera si se corresponde con los hechos, aunque éstos no puedan comprobarse. Como es obvio, la comprobación de una proposición está sujeta a ciertas limitaciones: primero ha de ser verificable; además, la verificación no es infalible. No es absoluta, pero resulta práctica. Otros has tirado la toalla definitivamente y adoptan la teoría deflacionaria de la verdad, en la que se rechaza la idea de que la verdad es un concepto robusto. La creencia de que la verdad es una propiedad es sólo una ilusión causada por el hecho de que tenemos que predicar «es verdad» en nuestro lenguaje. Como la gran parte de los predicados nombran propiedades, nosotros asumimos de forma natural que «es verdad» también lo es. Pero, de acuerdo con los deflacionistas, las declaraciones que parecen decir la verdad realmente no hacen más que indicar estar de acuerdo con la declaración. Otra visión la da el constructivismo que sostiene que la verdad es construida por procesos individuales y sociales sin correspondencia biunívoca con las relaciones con el entorno. El conocimiento no se recibe pasivamente, ni a través de los sentidos, ni por medio de la comunicación, sino que es construido activamente por el sujeto cognoscente, además la función del conocimiento es adaptativa, en el sentido biológico del término, tendiente hacia el ajuste o la viabilidad y esta cognición sirve a la organización del mundo experiencial del sujeto, no al descubrimiento de una realidad ontológica objetiva. La primera interacción debe ser con la experiencia individual. Partiendo de la definición kantiana entre fenómeno y noúmeno el conocimiento es una construcción mental. Todos los tipos de experiencia son esencialmente subjetivos, y aunque se puedan encontrar razones para creer que la experiencia de una persona puede ser similar a la de otra, no existe forma de saber si en realidad es la misma. Sin embargo, todas estas formas de verdad, todas, se basan en el conocimiento aportado a partir de los memes, por traslación, conjugación o transformación. Para demostrarlo simplemente piensa en que todo conocimiento se construye en combinaciones de palabras. De lenguaje. Y el lenguaje, las palabras, son memes. Solo puedes pensar en aquello que los memes te permiten. No hay razonamiento fuera de los memes. Lo que conoces a partir de los memes, son memes. No existe peor relativismo que este. Los memes no tienen vínculo alguno con la verdad. No la necesitan. Solo ocupan elementos que les hagan mejores replicantes. No hay verdad encerrada en ninguna jaula de memes, por bonito que cante…

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