Uno de los aspectos que resultan más grotescos en la retahíla de religiones budistoides en Occidente es la drástica aversión que muestran hacia los dioses. Es un tema que les enferma e incomoda. Al mantener todos ellos un sustrato cristiano del que son incapaces de desprenderse, por mucho que lo repudien, tienen el concepto, absurdo en todas sus manifestaciones, del dios único, por económico, del judeo rey Josías. Así que, todo lo que suene a «dios» lo despachan como si de la lepra se tratara.
Los mismos fariseos que se apegan a la literalidad los textos, por mucho que éstos digan que no hay que hacerlo, despliegan toda clase de elucidaciones para explicar cómo es posible que se les nombre como «devas» 1.861 veces a lo largo de los mismos, 1.035 veces al Brāhma y 884 al Māra, siendo algo que, según ellos, es «evidentemente mentira».
Les da igual que una buena parte del protagonismo recaiga en algunos personajes clave en la vida del Buddha, como el Mahābrahmā o el Rey Sakka, el primero que es su inspiración y el segundo, fedatario de los principales momentos del Bendito. Para estos budistoides son expresiones folklóricas antiguas de cuando no se podía explicar la lluvia, el fuego o las tormentas.
Les da igual, que les da lo mismo, degradar la enseñanza del Buddha al nivel intelectual del chamanismo neoguineano, con tal de desligarse de cualquier cosa que les recuerde a su Yahveh.
Son de un rigor intelectual ridículo; mientras que se agarran a una cita textual, habitualmente mal traducida, para establecer como dogma de fe cualquier un desarrollo disquisitivo fundado en ella, miran para cualquier parte ante una inmensidad de citas en los textos.
Pero esto no es lo peor.
Lo realmente grave es que nos demuestran a todos que no están familiarizados con ninguna, repito, ninguna práctica. Me resisto a colocar el adjetivo «correcta», porque no considero «práctica» a cualquier «ocurrencia» de un maestrillo de tres al cuarto, por mucho que sus memes inunden el Facebook. Lo de la práctica sí es grave de verdad y no es por volver a remitirme al Kalama Sutta.
Las cuatro prácticas troncales, las cuatro, pasan por los mundos de los devas y, aunque existen excepciones como Sariputta que se mostraba como sordociego en estas esferas, es su principal función.
Las Jhānas nos conectan con los niveles menos sutiles de las esferas de los devas, pero, sin embargo, en ocasiones, lo hacen con los personajes más importantes.
Las Ayatanas son incursiones a saco en las diferentes esferas de los devas.
Las Abhiññās nos permiten interactuar con ellos y verlos tal como son y su papel fundamental en el Samsara.
Y para llegar a la Cesación, se ha tenido que recorrer todos los mundos sutiles.
No hay Samsara sin Māra. Quien niegue al Māra está negando la realidad misma por pura ignorancia, o sea, por estar poseído por el mismo Māra. No la entiende porque no la ve y, lo que es peor, no sabe ni cómo se mira.
Cuando tu nivel de práctica empieza a ser homologable es cuando te das cuenta que hay más dioses que gente y que están por todas partes, y que, para oírlos perfectamente, nada mejor que las orillas de un arroyo de aguas cristalinas o la orilla del mar.
En una sala oscura, de cara a la pared bajo la constante amenaza de un individuo con garrota, no.
NOTA: Esta se la venía debiendo hace varias semanas.
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