Como nos recordaba el Buddha en el sutta de su Iluminación el Bodhirajakumara, MN 85: “Siguiendo con la búsqueda, príncipe, de lo que es saludable, buscando el estado supremo de la de paz sublime, recorrí por partes el país de Magadha, hasta que finalmente llegué a Uruvela, en Senanigama. Allí vi un terreno agradable, un bosque encantador con un río de aguas claras con agradables y suaves riberas, que estaba cerca de un pueblo donde obtener la comida de las limosnas. Entonces, consideré esto: ‘Este es un terreno agradable, este es un bosque encantador con un río de aguas claras con agradables y suaves riberas, que está cerca del pueblo donde obtener la comida de las limosnas. Esto será apropiado para que el hijo de clan haga el esfuerzo, que intente esforzarse’. Y me senté allí pensando: ‘Esto será apropiado para hacer el esfuerzo”. Un terreno agradable, un bosque encantador con un río de aguas claras y suaves riberas… Y en otro sutta imprescindible, el Mahasatipatthana sutta, DN 22: “Y ¿cómo, monjes, el monje mora contemplando el cuerpo como cuerpo? He aquí, monjes, el monje va al bosque, al pie de un árbol o a una choza vacía y se sienta; habiendo cruzado las piernas, pone su cuerpo erguido y establece su atención consciente enfrente…” Al bosque, al pie de un árbol o a una choza, o cabaña, vacía. Estos lugares son verdaderamente sugerentes y son capaces de desatar todo nuestro esfuerzo. Para investigar, para hallar, para explorar no digo que sean interesantes, afirmo que son imprescindibles. Un lugar alejado de todo peligro, agradable, buena temperatura, sonorizado por el correr del agua… Quien practica la meditación, o sea, quien se adentra por el samadhi sabe que el lugar donde medita debe proporcionarle lo anterior. Y debe ser un lugar suficientemente solitario como para que no nos distraiga o nos inhiba. Se requiere libertad total para navegar a través de la mente, con los cabos sueltos, en navegación libre… Cuando no sabes dónde vas a llegar sumergiéndote en las jhānas, por mucho que hayas hecho lo mismo año tras año, es imprescindible tener un punto de amarre con el mundo. El lugar de meditación es un puerto, tu puerto seguro. Hay estados de jhāna, que para obtenerlos necesitas hacer ruido, un ruido que no puedes reprimir, un ruido que te abonará para la recepción de miradas asesinas de cualquiera que dormite sentado con los ojos cerrados y atento a todo lo que haces. Hay estados de jhāna en los que la respiración es ligerísima, imperceptible. Se necesita que el aire sea puro, lo más puro posible, para no perecer en el intento…si no es así, simplemente no puedes mantener ese estado, y te saca. Por mucho que lo intentes. Quien no hace jhānas, o sea, quien no llega a nada puede meditar incluso en un sala con gente. Incluso en una sala de meditación. Incluso en un monasterio. Incluso oliendo incienso. Incluso oliendo cera quemada. Incluso oyendo roce de tejidos. Incluso oyendo una respiración detrás de la cabeza… ¿Te imaginas al Buddha iluminándose en una sala llena de gente? Yendo a fichar, yendo a postrarse, yendo a pagar… Si te quieres iluminar, no hay muchos caminos, ni pocos: hay uno y es éste. Si inventas acabas en el cubo de la basura del Samsara, en la fila donde te abonan una vida extra, o dos… o más. Iluminarse es la tarea más seria que puedes emprender. No inventes… Los monasterios son una aportación postrera del hinduísmo, con sus ashramas. No están diseñados ni pensados para el samadhi. Solo para almacenar gente ociosa. Gente que le gusta estar con gente. Naces solo. Mueres solo. Te liberas solo. Búscate tu sitio. Solo tuyo
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