Existen sociedades socialmente enfermas, en las que el miedo se respira por todas partes. En situaciones en las que perder el trabajo supone un verdadero drama personal y social, se dan casos verdaderamente llamativos; es el caso del presentismo laboral.
Cuando se dan determinadas circunstancias, este fenómeno se convierte en una verdadera plaga lastrando la productividad de las empresas. Circunstancias económicas tales como altos índices de paro, largos períodos de tiempo de cesantía entre dos trabajos, precariedad laboral e ingresos en el límite de la supervivencia e incapacidad de ahorro. Circunstancias laborales, como la deficiente organización empresarial, la ausencia de criterios y objetivos definidos, la falta de procedimentación de las tareas y la nula implantación de un eficaz sistema de gestión de la prevención de los riesgos laborales. Y circunstancias personales, como la infravaloración del trabajo personal, la creencia que no se merece el puesto, el miedo a quedarse sin tareas, el pánico a la tarea finalizada y que no le asignen más, terror a que se le vea sin hacer nada, a ausentarse a pesar de estar enfermo, incluso por patologías infectocontagiosas…
El trabajador está en el puesto con la mente puesta en “ahorrar” las tareas pendientes, como una forma de justificar que está ahí, mientras que llena el tiempo haciendo “cosas” para que todos vean que anda muy atareado. Así, cuando le preguntan exclama todo lo que tiene pendiente y que no tiene tiempo para terminarlo a pesar de echar más horas que nadie en el trabajo. Sin embargo, si le ofrecen ayuda para acabar las tareas, evade la ayuda, nervioso, con todo tipo de excusas poco creíbles.
El trabajador considera que su jefe pensará que él tiene una carga de trabajo muy grande y que trabaja mucho, de forma silenciosa, de manera que no piense en él para el siguiente despido.
El presentista es de los primeros en aparecer en la oficina y en fichar, y suele hacerlo ostensiblemente y criticando a los absentistas o a los que llegan tarde. Permanece en el puesto de trabajo hasta después de que el jefe se marcha y, muchas veces, va a horas fuera de horario con la esperanza de que su patrón le vea que está allí. Y lo hará, aunque el jefe nunca vaya a deshoras.
Pero no queda esto aquí. Si enferma seguirá yendo, aunque contagie a toda la organización e incluso aunque se le diga que no vaya para que no enferme al resto de la plantilla. El presentista es un vector de contagio de epidemias similar a los niños en los colegios, con el agravante de que el daño que producen es mucho mayor.
Pero ¿Qué hace el presentista mientras está en el trabajo?
Nada. Hace nada intensamente. Nada repartido compulsivamente por tiempos que se van acumulando, de forma que hacer nada se convierte en un “trabajo” intensivo hasta llegar al punto de no tener tiempo en el día para hacer nada. Incluso renuncia a las vacaciones, o aparece en festivos para acabar de hacer nada.
Empieza mirando el correo electrónico, pasa luego a la prensa digital especializada sobre materias propias de la empresa, lo que le proporciona una pátina de persona que está al día de todo lo que sucede en su entorno laboral. Luego lo alterna con redes sociales o con la prensa deportiva. Cuando acaba un periodo fijo de tiempo, cambia de tarea o se pasea por la organización haciendo perder el tiempo a los que están trabajando. Luego va al baño, donde permanece un tiempo establecido, aunque no esté haciendo nada, y si se pasa de tiempo, sale haciendo mucho ruido.
Después, vuelta a empezar el ciclo. A veces, cuando la conciencia le remuerde mucho, se pone a hacer algo de tarea, pero cuando la conciencia le remuerde aún más por “gastarla” la deja inmediatamente y vuelve a las rutinas de ocupación del tiempo en la nada.
Sin embargo, sale en los minutos de descanso y, si no se ficha en ese tiempo, está fuera más tiempo que nadie, compartiendo con los compañeros de otros departamentos en la cafetería donde se reúnen, incluso abarcando dos o más periodos de descanso.
Puedes identificar a un presentista buscando a aquel que en la organización ralentiza el ritmo de trabajo, echa horas sin propósito concreto para aparentar un esfuerzo que no existe, aplaza la ejecución de algunas tareas; es ese que inventa reuniones en las que no se aborda nada productivo o que repite un número exagerado de pausas cortas diarias en el trabajo para comer, fumar, conversar, tomar el aire…
El presentista es un verdadero enfermo mental. Está enfermo de miedo, lo que además le mantiene en un estado de ansiedad crónica, muchas veces sin tratamiento.
Obviamente el presentista es un desastre para las organizaciones, no solo no es productivo, sino que incide muy negativamente en la productividad de los demás: empantana la circulación de información, hace perder el tiempo a los compañeros, los enferma siempre que puede, mientras gasta. Secuestra medios de producción y de insumos. Gasta electricidad, agua, climatización, salarios, pensiones, servicios médicos, prestaciones laborales…
El presentista es un verdadero cáncer porque lo que hace termina siendo copiado por otros compañeros en su situación.
El presentismo es la corrupción del trabajo llevada al extremo y mata la productividad.
Pero no solo sucede en trabajadores precarios, sino también en el extremo opuesto, en aquellos que tienen el trabajo fijo, asegurado por vida, los “propietarios” de su plaza, casos especiales que son comunes en países como España y el estatuto de los trabajadores públicos y funcionarios. Estos no ganan más si trabajan, tampoco menos si no lo hacen. Así que muchos se vuelven presentistas, aunque sea para protestar de la falta de perspectiva profesional.
“Me engañarán en el salario, pero no en el trabajo”.
Son los trabajadores de mentira. El cáncer del siglo XXI.
En España el presentismo no para de crecer. Ya son un 56% las empresas que detectan prácticas presentistas, lo que supone un 5,7% más que el año anterior.
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