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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Saliéndome del Personaje

Paseando por la calle, día a día, ves a la misma gente haciendo las mismas cosas. El hombre de las tortillas haciendo tortillas, a la chica de los tacos, haciendo tacos. Al tío de la niña de los tacos mirando a la niña de los tacos. Al empleado güero de la gasolinera, frotándose las manos en el mismo trapo, exhibiendo la misma sonrisa de superioridad. Al repartidor de la Pepsi acarreando una caja de refrescos al mismo Kiosko. Al mesero del restaurante colgado de la misma barda mirando a las turistas. Al mismo grupo de parroquianos del puesto de tacos de la playa, comiendo los mismos tacos de ayer, de anteayer, del mes pasado, del año pasado… y el encargado de los baños de la playa mirando con ojos vidriosos y cerrados a la misma pared. Luego observo mi playita. El mar saca rollos de piedra. El mar mete rollos de piedra. La mantarraya me saluda como siempre saltando en el aire. La simpática chica del perro cojo “Caramelo” gritando ”Caramelo!”, mientras trata de sujetar a la jauría de perros callejeros de los que se encarga. Y un canadiense con parsimonia británica inclinándose a recoger el regalito que su perrita faldera nos ha dejado en la arena. Y el hombre del condominio sacando las tumbonas que hace rato metió. Y las palmeras cargándose otra vez de cocos, en un implícito aviso de que la vida puede ser breve si me siento debajo de ellas. Eso un día, una semana, un mes, un año, ya cuatro años. Como en una caja de muñecos de cuerda, cada uno de ellos representa un personaje en este teatro. Personajes con movilidad reducida, y originalidad nula. Y me miro, y me oigo. Otro personaje. Puedo oír mi voz como si estuviera fuera de mí con su timbre original sin distorsiones. Puedo verme como parte de este teatrillo callejero. Puedo oír la respiración y oír las gaviotas. Puedo ori como respondo a los saludos. Mismo saludo, respuesta surrealista. Y, poco a poco, voy sintiendo que todo eso no es real. Ningún personaje es real y mucho menos el mío. Y la mayoría me parecen puro decorado. No encuentro la diferencia alguna entre ellos y el mobiliario urbano. Igual que la rueda del camión rechina al tomar la curva, la voz de la verdulera rechina cuando saluda a una clienta. Miro la rueda del camión: redonda, oscura y rechina. Mira a la verdulera: redonda, oscura y rechina… Alguien aquí se ha ahorrado código. He estado viviendo un largo proceso de automatización. De más a más, sólo actúo movido por el movimiento. Solo hago lo que hay que hacer. En funcionalismo se ha apoderado de mi personaje paralelamente a la liberación de mi conciencia. Cuanto más se libera, más gris y automática se vuelve la conducta de mi personaje. Ya no puedo decir que es “mi” conducta, porque de eso no tengo. La conducta es pura programación de los personajes. Si le preguntas al conductor del colectivo qué hace y por qué lo hace, te contestará casi lo mismo que te contestarán todos los personajes. Respondiendo a un limitado programa de estímulos, solo varía si el personaje es el bueno, es el feo o es el malo. Si le preguntas a la de la farmacia para qué lo hace, la respuesta se trastabillará en su garganta. ¿Son humanos? Y si son humanos ¿qué onda con eso de ser humano? Tienen reglas previsibles. Tú sonríe, te sonreirán. Si vives en Argentina para que sonrían tienes que echarles dinero. Y mi personaje pululando entre ellos como uno más. Y el tiempo pasa. Y mañana, igual. Y el domingo, ninguno estará. Acaba siendo muy aburrido ser un personaje en un teatrillo de muñecos de cuerda, porque la cuerda nunca se agota. Menos mal que, al menos, puedo salir de esta irrealidad. Pero entonces ¿qué son estos personajes, que solo evolucionan regularmente en esta ilusión programada? ¿hay diferencia entre ellos y una farola? Sí, claro. Farola en la calle solo hay una, y personales, cien.

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