Poco antes del año 1000 aEC, fundidores itinerantes escondieron sus tesoros en cobre a lo largo de la llanura del Ganges. De una mala factura se disgregan al tacto, son demasiado malos como para relacionarlos con Harappa y demasiado al este para atribuírselos a los arios védicos. El problema con los metales es que no se puede saber cuál fue la forma en su primera fundición.
Al igual que los metales, los mitos también se reciclan. Una leyenda, que quizás fue una vez una historia genuina, puede ser reutilizada y adornada tantas veces por generaciones posteriores en contextos diferentes y con fines distintos a los original, que se hace irreconocible. A diferencia de la literatura védica que por razones sacrificiales se mantenía con una exactitud exagerada, las composiciones no tan sagradas como las grandes epopeyas sánscritas, sufrieron de este reciclaje.
Tanto el Majabhárata como el Ramayana sobreviven en varias versiones, siendo la más antigua medio milenio posterior a los Vedas. Sus narrativas centrales parecen relacionarse con eventos producidos en un período anterior a todos los vedas, excepto al Rig Veda. Ante la imposibilidad de fechar estos eventos, con verificarlos tendríamos suficiente. Pero como estos cuentos han sido tan reelaborados con fines propagandísticos y se llenaron con sermones edificantes y adiciones extrañas, no hay forma de aislar las historias centrales originales.
Un grupo de textos sánscritos posteriores que datan del año 500 eC, llamados Puranas, contienen mitos y genealogías que pretenden llegar a Manu y más allá. Aparecen nombres de protagonistas de las epopeyas, jefes védicos y tribus arias, compiladas a partir de lo que parece una antigua tradición oral que se remontaría a bardos arios. Pero, al igual que las epopeyas, las composiciones puránicas fueron reelaboradas con la finalidad de elevar el pedigrí de dinastías posteriores y mejorar la reputación de sus patrocinadores brahmánicos. De esta forma, los Puranas son solo fábulas religiosas de las que no se puede aislar ningún contenido histórico.
Esto no significa que no valen nada. El período entre los eventos que describen y su anotación final, aproximadamente el primer milenio antes de la Era Común, es el verdadero período formativo de la civilización india. La ligereza de la historia india con las fechas hace imposible ser preciso en cuanto a cuándo se produjeron cambios particulares. En consecuencia, lo que podemos extraer de información no es la datación del cambio sino la indicación de la naturaleza de la tendencia de cambio.
Sin lugar a dudas, la historicidad de un héroe exige que se establezcan en un lugar y unas fechas. Esto no existe hasta la llegada del Buddha después del 500 aEC. Sin embargo, la dinámica de los cambios nos lleva a la cuenca del Ganges durante un período de siglos.
Estas dinámicas nos centran en la cuestión de la sucesión. A los héroes Pandava del Majabhárata así como sus contrapartes en el Ramayana, inicialmente se les niegan sus reinos que parecen ser suyos por derecho de nacimiento y se ven obligados al exilio. La primogenitura influyó en la sucesión y hay indicios sobre la sanción divina de la realeza. Ambas ideas se convertirían en rasgos esenciales de las monarquías posteriores.
Aunque la sociedad estaba establecida y familiarizada con la agricultura aún se basaba en clanes. El reinado estaba subordinado al parentesco y sería un primus inter pares. La sucesión por primogenitura era, pues, muy calificada; mucho dependía de la perfección física y moral del candidato, de la aprobación de sus pares y de su exitosa evitación de percances y maldiciones fortuitas. La constitución de realezas que trascienden al clan con sucesión automática por derecho de nacimiento solo se convertirían en la norma hacia mediados del milenio y solo entre ciertas tribus.
Estas dinámicas políticas nos servirán, como veremos, para fijar fechas más adelante.
Un detalle muy importante es el concepto de exilio, clave para entender la dinámica de la vida de los renunciantes. El exilio aparece como la solución mediante la cual los clanes se segmentan y se separan para explorar nuevos territorios. Dan lugar a una nueva vida.
El exilio significa retirarse de la sociedad establecida al bosque. El desierto siempre fue evitado. Aunque la vida en la selva era desafiante estaba llena de posibilidades. Estaba poblada de sabios y de ninfas ligeras de ropa lo que le confería un aire de misterio.
El bosque se alzaba como alternativa a la sociedad segura y jerárquica basada en las castas. Su modo de vida igualitario y estrambótico encerraba detrás de cada agradable experiencia el acecho de algún individuo primitivo hostil. Eran humanos sin hogar que subsistían como cazadores-recolectores.
Para los exiliados que se enorgullecían de ser agricultores establecidos, las formas nómadas y los hábitos rudos del bosque eran anatema. Por lo tanto, los bárbaros hostiles debían ser exterminados, mientras que los salvajes inofensivos, como los “nagas” adoradores de serpientes, podrían alistarse como aliados a través del matrimonio e inventando pedigríes aceptables para ellos. En efecto, la relación entre los héroes épicos y sus enemigos del bosque reflejaba el supuesto patrón de colonización y asentamiento ario.
La figura del renunciante que llevaban un modo de vida igualitario y sin hogar en el bosque y pidiendo para comer (bhikkhu) a los habitantes de los poblados próximos, será la que adoptará el Buddha para sí mismo y su comunidad de bhikkhus. Una buena parte de su esfuerzo durante los años será dictar normas de todo tipo para evitar conductas que les parecieran censurables a sus mecenas locales.
Los bhikkhus dispondrán de bosquecillos para que ellos pudieran residir mientras permanecían en las ciudades cedidos por gobernantes y otros ricos seguidores.
Los arios ya habían alcanzado el Alto Ganges en su migración hacia el Este en la época del Majabhárata porque allí está Hastinapura, la capital disputada de la leyenda. Que se exiliaran en el bosque lo que nos dice es que los arios entraban en la cuenca del Ganges que, en aquella época era una inmensa selva de bosques y pantanos. El bosque era rico en recursos pero sus pesados suelos resultó resistente al despeje agrícola.
Los desterrados aprovecharon su estadía en el bosque para organizar su arsenal de nuevas armas creadas a partir de maderas y minerales exóticos de la tierra desconocida de más allá de los asentamientos occidentales.
El cobre ya era usado por los harappanos , pero las minas de mejor calidad están al este en el sur de Bihar, asi como el hierro. La Edad del Hierro arrancó sobre el 500 aEC. El hierro representaba una gran ventaja tecnológica, comparable a los carros tirados por caballos de sus antepasados arios y de mayor utilidad en las nuevas fronteras.
Cuando en las descripciones de las epopeyas se los describe viviendo en pabellones con columnas y salas de mármol, con interiores lujosamente amueblados y pisos tan pulidos con la superficie del agua, lo que se buscaba era legitimar las ambiciones grandiosas de los constructores de imperios muy posteriores. Y las inmensas extensiones de los reinos eran ridículas.
Esto es evidente en un episodio temprano de la historia cuando, una vez dividido el territorio, los Pandavas se dirigieron a los extremos del “reino” para fundar una nueva capital. Eligen Indraprastra, a solo sesenta kilómetros de distancia.
En Gujarat, como en Mathura, el pastoreo y la ganadería lechera conservarían su importancia económica mucho después de que la agricultura arable se convirtiera en el pilar de la vida y la fuente de excedentes en la cuenca del Ganges. Del mismo modo, los clanes occidentales se aferrarían a sus jerarquías tradicionales mucho después de que sus primos orientales hubieran adoptado formaciones estatales. A medida que los asentamientos orientales se convirtieron en una red de protoestados prósperos, muchos reclamaron enaltecidos pedigríes y, asumiendo el manto de la ortodoxia aria, estarían encantados de menospreciar a sus primos punyabíes como vratya o degenerados.
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