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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Retiros, Silencios y Otros Herbolarios Varios

(C)  2020 Tomás Morales y Durán

No deja de sorprender que siendo los retiros de meditación la principal actividad económica y social de los centros budistas esta actividad sea indiscutiblemente inédita en los textos.

O no es tal sorpresa.

Sabemos que la meditación es una demanda occidental que forzó a Oriente a inventar maneras de mantener a la gente entretenida durante una hora. Una hora de reloj. Y concatenar horas de meditación con alguna otra actividad de argamasa, es lo que es lo que llamamos retiro.

A principios del siglo XIX en Ceilán era común la discriminación por motivos de religión; ser budista en sí mismo era una descalificación para el avance social de un individuo. De hecho, ser cristiano y dominar el inglés se convirtió en la clave del éxito y el avance materialista. La política del gobierno fue fomentar la conversión al cristianismo. Todo el sistema educativo estaba orientado a producir cristianos o, por último, a producir budistas indiferentes a la causa del budismo e insensibles a la miserable situación del budismo. La punta de lanza de la evangelización católica la llevaba, como no, los jesuitas.

La situación fue tan extrema que el budismo prácticamente se da por extinguido cuando un monje, Gunananda Thera, se alza a debatir con los misioneros con un éxito tal, que llama la atención de la sociedad teosófica provocando el surgimiento del movimiento revival budista que aún perdura. Este monje intentó primeramente ser sacerdote cristiano y gracias a ello pudo rebatir los principales puntos de la teología cristiana.

Es decir, desde el mismo reinicio del budismo estaba la influencia de la Compañía de Jesús. No era un elemento extraño: estaba en la misma base del problema.

Los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola son “todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de razonar, de contemplar; todo modo de preparar y disponer el alma, para quitar todas las afecciones desordenadas (apegos, egoísmos, …) con el fin de buscar y hallar la voluntad divina”.

Idealmente estos ejercicios fueron designados para realizarse en un retiro apartado, durante el cual aquellos que realicen los ejercicios no tuviesen ningún tipo de distracción. Fueron diseñados también de manera que fuesen realizados bajo la dirección de uno «que da los ejercicios«.

Aunque inicialmente se diseñaron para ser parte del programa de noviciado de la Compañía, otros católicos han realizado los ejercicios.

Durante cada día de los ejercicios, un participante típico de los retiros podría leer dos o tres páginas de estas instrucciones, y luego meditar sobre su significado y cómo lo podría aplicar a su vida personal. Luego comenta a su director espiritual qué significado tuvieron para él/ella estas instrucciones.

Una característica importante de los ejercicios es la obligatoriedad de guardar silencio durante los mismos (al levantarse por la mañana, al vestirse, durante los alimentos, en los recesos, antes de dormir), exceptuando los momentos en que se discute la reflexión acerca de una conferencia o algún texto bíblico, de manera colectiva entre todos los asistentes.

Las conversaciones privadas no son permitidas a menos que sean con el director espiritual, con pocas excepciones. El motivo de esta práctica de silencio es obligar a la persona a realizar una introspección de las experiencias que está viviendo en el ejercicio, para que las medite a profundidad. A la experiencia de vivir estos momentos de silencio en meditación continua también se les llama desiertos.

Aunque los ejercicios están diseñados para durar un mes, existen versiones más cortas de 3, 7 o 15 días destinadas a los católicos laicos u otras personas interesadas en hacer estos ejercicios.

Quien haya hecho un retiro budista reconocerá fácilmente este esquema.

Un público “espiritual” occidental aficionado a los Ejercicios Ignacianos no tardará en demandar un producto similar a los monjes budistas. Éstos no tardarán en satisfacer raudamente la demanda, lo que supondrá una importante fuente de ingresos para sus monasterios.

Los retiros espirituales son muy populares entre la gente corriente gracias al empleo del silencio y la meditación. Quien que no practica jhānas tiene la mente de mono que salta de pensamiento en pensamiento. Esta disfunción provoca patologías como la ansiedad, el estrés y cuadros obsesivo-compulsivos entre otros desórdenes. La solución de meter aún más ruido sumergiéndose en la refriega de la vida diaria lo que hace es agravar el cuadro. Lo contrario, es decir, los retiros de silencio tienen un efecto diferente.

El silencio actúa como una caja de resonancia de esto pensamientos montaraces. Si el ejercitante es capaz de superar los primeros días, los pensamientos se irán reposando presentándose así como un reflejo de todos sus miedos a los que se enfrentará en este ambiente controlado. Esto tiene el mismo poder terapéutico del psicólogo que presta el oído, con la diferencia de que es el mismo ejercitante quien se escucha, pero como si fuera una tercera persona. El efecto calmante proporcionará una sensación de paz que no tardará en transformarse en felicidad e incluso alegría. La salida de los retiros es siempre maravillosa pero sus efectos son efímeros.  El ruido no tarda nada en volver a instalarse y todo regresa al punto inicial. Lo que siempre queda es el anhelo de volver a hacerlos. Esta es una cualidad que los hace especialmente interesantes para ser comercializados. Funcionan, a su modo, y enganchan.

Pero da igual que se haga uno o cien ejercicios. La mente no va a cambiar, el mono no se irá. Para echar al mono están las jhānas, pero la meditación no es algo que vaya con los budistas, ni en los retiros ni fuera de ellos.

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