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«Cuando Gilgamesh, por fin, encuentra a Utnaphistim, el superviviente del Gran Diluvio, y le pide que le revele el secreto de su inmortalidad, éste le reprende, diciéndole que luchar contra el destino de todo ser humano es inútil y disminuye las alegrías de la vida».
La realidad es una expresión de la condicionalidad, que se presenta en forma de fenómenos en dependencia de la clase de sentidos que maneje cada individuo. Todo individuo es parte de la condicionalidad. La realidad percibida es diferente para cada individuo ya que está siendo condicionado. Las diferentes realidades tienen en común una misma condicionalidad y se diferencian tan solo en las formas de percibirla.
Esto no pasaría de ser una simple observación objetiva de no ser por las reacciones emocionales y el relato que acompañan a la experiencia. Estos dos elementos son los que implican a la conciencia en la realidad, atándola y haciendo de ella parte de la condicionalidad.
Las reacciones emocionales invitan a tomar partido. Las agradables quieren ser repetidas y las desagradables, evitadas. Si a esto le sumamos un relato construido por la cultura en el que los conceptos de querer, de poder y de libertad son básicos, veremos como la conciencia, implicada en el individuo, querrá luchar contra el destino, infructuosamente. Esta continua derrota presagiada es el sufrimiento. Y el sufrimiento es lo que disminuye las alegrías de la vida. La impasibilidad es, por tanto, la derrota del sufrimiento.
El sufrimiento es fruto de la ignorancia, es pegarse contra la pared, una, otra y otra vez. Es negar la evidencia sumergiéndose en la mentira tratando de alcanzar lo que nunca estará a su alcance. Y cuanto más fracase, más fuerza pondrá en la lucha. Hasta que se rompa, y quizás ahí… o tampoco. Se puede ser tonto incluso más allá de la muerte.
Cuanta más cultura, más relato, más lejos estaremos de la evidencia y de la impasibilidad y más cerca del sufrimiento.
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