El Camino del Buddha acaba abruptamente ante las puertas del cielo. El noble óctuple sendero te lleva al fin del sufrimiento tras erradicar el apego y la aversión. Ante las puertas del cielo. Pero no es aquí donde quería llegar… Para nada. No he hecho todo este camino para acabar aquí como cualquier idiota que haya sido “bueno” y “virtuoso”. ¿Esto es una trampa? Por aquí fuera se está bien, de hecho. Y por los suelos tienes trozos de sabiduría que puedes ir recogiendo. Pero después de siete meses, ni la puerta se abre ni veo otra salida. Aquí está pasando algo. Nunca estuve tanto tiempo parado. Hay un viejo dicho que dice “Haz lo que hago, no lo que digo”. Está clarísimo que el Buddha jamás siguió el Noble Óctuple Camino y se iluminó totalmente. Además, no deja de golpearme en las sienes el consejo casi póstumo que le dio el Buddha al desolado Ananda que, a pesar de seguir con devoción al Buddha y saberse todos los discursos de memoria, no logró iluminarse. Pero como el Buddha se iluminó en solo 36 horas y no dejó un procedimiento racional dicho, porque escrito no era posible, en alguno de los más de 11.500 suttas. Todo empezó con el encargo-trampa de hacer una entrada de título “El Buddha y el Sexo” con la indicación de que buscara en los suttas asuntos relacionados con el sexo. Debo confesar que, por primera vez, no encontré nada acerca de sexo más que la condena reiterada al “sexo ilícito”. Pero jamás habla del sexo lícito, en ningún sitio. Yéndome más para atrás, busco por “sensualidad” y, de nuevo, está la condena sistemática a toda sensualidad que entra a través de una de las CINCO puertas de los sentidos sensualidad del ojo, sensualidad del oído, sensualidad de la nariz, sensualidad de la lengua, sensualidad del tacto del cuerpo. De nuevo silencio absoluto acerca de la sensualidad de la puerta de la mente. Reitero, busco acerca de sensación sobre la sensualidad. Y, de nuevo, mientras diferencia de la sensación sensual mundana de la ultramundana y condena la primera, extiende un silencio sobre la segunda. ¿Qué narices está pasando? ¿Por qué en los suttas no se habla de sexo? La siguiente pista me la da una amiga doctora, experta en vedismo y yoga, que al llegar al logro de las jhānas las relaciona sin paliativos al placer sexual. Eso no es nuevo, ni mucho menos, para mí, pero debido al prejuicio cultural tanto occidental como budista sobre el sexo, es un tema que mantengo “bajo control” pero solo por ese puro prejuicio. Nada hay en mi experiencia que se oponga al sexo endógeno, mental, no derivado de las puertas de los cinco sentidos, sino todo lo contrario: resulta imprescindible para mantener la mente al 100%. Y acompañado de este prejuicio mantengo además una represión en el uso de mis drogas endógenas a las que soy hipersensible. Algo sin motivo ni razón, porque no generan kamma alguno y además me podrían llevan a niveles astronómicos de placer con casi nada de esfuerzo. Y, además, nada me puede apegar. O sea… ¿qué estoy haciendo? Bajando a la playita me permito una pequeñísima dosis de dopamina que me lleva al cielo y me deja bien. Y me sigo preguntando por qué no las uso… ¿por “falsa pureza”? Esta amiga me comenta algo acerca de los Vedas, más concretamente del Bhagavad Gita acerca de que la experiencia es rajásica y para nada sattva. Ciertamente no entendí nada hasta que me bajé el Gita y fui directamente al capítulo XIV. Ahí exponía algo que siempre he sabido: los santos van al cielo, pero no se liberan. De siempre he criticado a aquellos a que se las pasan tratando de acumular méritos porque, a fin de cuentas, son kamma y el kamma te ata a la existencia. En esencia, para el hinduismo, hay tres grilletes que te atan a la existencia, las tres gunas que son sattva, rajas y tamas. La primera te ata por la virtud, la segunda por los placeres sensuales y la tercera por la pura ignorancia. Este amarre hace que la primera te lleve al cielo, la segunda te mantengas en tu plano de existencia y la tercera te arrastra al infierno. Las tres son tres ladrones. Igual de ladrones. Policía bueno o policía malo. Su trabajo es exactamente el mismo: atarte a la existencia, atarte al Samsara. Lo cierto es que casi todo lo que he ido logrando ha sido rajásico, placer y éxtasis, y no mediante la virtud o la restricción. Lo único sattva que he empleado ha sido el Óctuple Noble Camino que, mediante el condicionamiento activo, me llevó al fin del sufrimiento, mediante la erradicación del apego y de la aversión. Pero el Sendero acaba ahí. Y ahí ando parado desde hace siete meses. El Buddha usó la vía rajásica para su liberación según su propio relato recogido en el MN 85. Sin embargo, durante sus cuarenta y cinco años de enseñanza evitó este tema como acabo de explicar. Simplemente corría un tupido velo sobre el asunto. Mi amiga me indicó: “El Buddha los quería santos, no iluminados”. Y es cierto. Y eso fue lo que obtuvo: santos. Ahí está el caso flagrante de su propio asistente, Ananda, un bhikkhu virtuoso y estudioso, pero no iluminado. ¿Qué buscaba el Buddha para su Sangha? Y ¿Por qué? Y ¿Para qué? Para empezar, la única explicación que encuentro a que el Buddha después de su iluminación siguiera las reglas de los renunciantes era para aparecer como uno. ¿Qué beneficio obtenía el Buddha de seguir un camino que le falló en múltiples ocasiones? La única ventaja es que los renunciantes pueden vivir sin trabajar, pero un completamente iluminado no necesita mucho para construirse un exitoso medio de vida trabajando muy poco. Quizás cuando cambió de idea y se decantó por la enseñanza consideró que es más fácil mantener renunciantes que brahmanes. Y asi, borraba de sus discípulos las barreras de las castas. Pero a cambio, la vida sin hogar tenía una serie de reglas que no se podían quebrar para que sus seguidores pudieran seguir siendo mantenidos por la población y el ideal que la población entiende como un buen renunciante es la virtud. El renunciante se ata a la virtud a cambio de un plato de arroz. El Buddha fue muy diligente en mantener y expandir la virtud en su Sangha. Y una buena parte del Vinaya son representaciones externas de virtud. Pero la virtud hace santos, la virtud ata al Samsara. Y puedo haber dicho a los anagamis que le seguían: dejad el Sangha y daos a los placeres ultramundanos para escapar del Samsara. Pero no lo hizo. Tener semejantes seres en su Sangha no sería comprendido entre el pueblo y la gente podría decir que los seguidores del Bendito se daban a la buena vida. El caso es que, por alguna razón, no quiso hacerlo. Tampoco enseñó su forma de iluminación y se empeñó en otra que se le ocurrió. Y optó por la enseñanza antes que, por la práctica, contraviniendo con su vida lo que predicaba contantemente. Mucha, demasiada inconsistencia hay en los textos. Pero, como siempre, podemos recurrir a aquellos de “haz lo que hago y no hagas lo que digo”. Haciendo méritos no llegas a la Iluminación total: ¿Cómo te vas a iluminar con ese apego estúpido a la virtud? “No te pago para que hagas méritos”, sino que te ilumines… ¿entiendes? Si no erradicas el apego a la virtud no te sueltas de las cadenas del Samsara. Así de claro
top of page
bottom of page
Comments