La idea que se tiene de la mentira es algo así como esto:
“Mentira es una declaración realizada por alguien que sabe, cree o sospecha que es falsa en todo o en parte, esperando que los oyentes le crean, de forma que se oculte la realidad en forma parcial o total”.
No toda falsedad constituye una mentira: las ficciones y las exageraciones no se consideran mentiras, a pesar de ser falsas.
Lo más importante de la definición anterior es que la mentira lo es por parte del emisor, es decir, si él cree, si él sospecha que es falsa en todo o en parte. Es decir, una persona no miente, según esa definición, si él cree o piensa que lo que dice es verdadero. Mentir implica un engaño intencionado y consciente.
Esta relatividad es fundamental para entender las relaciones entre las personas, su génesis y desarrollo, y entender cómo los humanos han hecho abstracción de la noción de tribu a partir de la mentira.
Dentro de esa relatividad, si los interlocutores entienden como verdad los mismos enunciados, el mentiroso es el que distorsiona la realidad relativa a esos enunciados. Mentiroso es quien miente, y, además, cuando se le clasifica como tal pierde su credibilidad y con ella la capacidad de influir en ese entorno o tribu.
La mentira tiene como sinónimos parciales el embuste, la bola, la calumnia, la coba o la falacia.
La mentira requiere de un tipo de comunicación, cualquiera que sea. Bien sea oral, o gestual, o escrito o por comportamientos, etc. La idea es que es necesaria una transmisión.
Un elemento que debe portar siempre la mentira, que es una condición necesaria, pero no suficiente, es transmitir una falsedad.
Y otro elemento, es que el emisor crea que es falsa.
Asi se da el caso de emitir falsedades sin mentir y sin que parezca una mentira. Este es el tipo de comunicación interpersonal en el que aparece que la gente es imbécil, pero a ellos no se lo parece.
Estamos ante un ejemplo arquetípico de comunicación memética donde el meme se transmite y replica independientemente de su veracidad, sino por aquello que realmente necesita para hacerlo, su poder de replicación. Si un meme es contagioso, se contagia sea este útil, inútil, falso, verdadero, provechoso, destructivo, o incluso bueno y útil.
Los memes no entienden de ética y menos aún de las consecuencias de ellos mismos. Si pueden replicarse, lo hacen, caiga quien caiga, incluso ellos mismos. Ellos contienen en sí mismos toda la potencia creadora y destructora de la evolución darwiniana.
Toda falsedad se deriva de la ignorancia, y ésta se puede definir como la negación de la condicionalidad, en cualquiera de sus formas.
Definiremos el término “creencia” como aquel meme compartido por un conjunto de personas. Si la creencia se basa en una falsedad, todo desarrollo posterior de la misma también es falsa. Sin embargo, dentro de ese grupo, la transmisión de esas falsedades no constituye una mentira porque todos ellos, incluido el emisor, dan por cierto los contenidos. De esta forma, una persona ajena a este grupo de “creyentes” si emite un mensaje que difiera de la creencia, aunque para él no constituya una mentira si lo es para el grupo, de forma que si insiste en dicha opinión será excluido por considerarlo un mentiroso.
Esta sensación de “pertenencia” es fundamental para un animal gregario como el humano y más aún si no se siente seguro de sí mismo. La inmensa mayoría de las creencias compartidas tienen un origen oscuro al que pocos han tenido acceso, pero se difunden como verdad, se estudian y se habla sobre ellas. De esa forma el grupo se cohesiona y además se diferencia del resto.
Cuanta más loca sea la creencia, increíblemente, funciona mejor, porque no requiere razonamiento, solo memoria, y sirve para excluir inmediatamente a los que no son del grupo.
De esta forma, un individuo puede pertenecer a muchos grupos de creencias y, curiosamente, pueden ser antagónicas sin causarle mayor inconveniente. Cuando está con un grupo, usa las creencias de ese grupo, cuando está con otro, las de otro.
“Estas son mis ideas, si no le gustan, tengo otras…”
La finalidad última de la creencia, de la mentira compartida, es la pertenencia a un grupo. Y esa pertenencia, esa posesión, se hace parte del “YO”, por lo que resulta tan fuerte. Es normal, demasiado normal, encontrarse con personas que al entrar en debate de sus ideas lo tomen inmediatamente como un ataque personal, un insulto a su persona, por muy locas que sean sus ideas o por muy estúpido que sea su origen.
Los memes consiguen producir apego simplemente por su capacidad de replicación entrando a formar parte de la fauna memética del individuo cuyo máximo exponente es el YO. Desapegarse es desprenderse del YO, que es una forma de desposesión, de pérdida que produce una aversión que puede ser irritante. Por ello se observa que es muchísimo más fácil engañar a la gente que convencerla de que la han engañado.
Lo que debemos notar es que en realidad son los memes los que capturan a la gente, la retienen y la esclavizan y la mantienen retenida por cadenas invisibles pero reales de aversión. Por ello, creer es malo, muy malo. Creer es entregarse a un meme solo porque es atractivo o nos lo parece.
Aquí la razón no cabe. Los memes no necesitan de ella.
Esta es una de las razones por los que la gente nos parece imbécil y, en efecto, así se comporta. Y debemos entender que existen poderosas razones para ello.
La máxima “la verdad os hará libres” proyecta aquí todo su significado. La libertad del lobo estepario, que solo obedece a la verdad. La verdad no conoce tribus, ni países, ni religiones, ni equipos de fútbol, ni ideologías políticas, ni siquiera a tu familia.
A nadie.
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