Satanás es, a día de hoy y sin lugar a dudas, el Príncipe de este Mundo. Su poder es universal, mantiene amarrados a los gobiernos del mundo y es el responsable de las guerras, el hambre, la destrucción del planeta, la desigualdad, la explotación y la devastación.
Tiene esclavizada a la humanidad entera y la mantiene trabajando para él y sus diabólicos planes. De hecho, tú no haces otra cosa que ser su esclavo, hagas lo que hagas, te escondas donde te escondas…
Después de siglos de tranquilidad donde Satanás tenía a la Iglesia para suministrarle esclavos y buenas remesas de condenados, haciendo un encomiable alarde de visión de futuro, se percató de que la gente pronto iba a cambiar a Dios por otro dios más apetecible y deseable: el dinero.
Así que, ni corto ni perezoso, toma forma humana con el propósito de ser el Amo del Dinero. En principio, no lo iba a tener fácil. Durante siglos el valor del dinero estuvo unido a un metal escaso, y los billetes eran resguardos de esos metales en depósitos llamados bancos.
Pero la inteligencia de Satanás concibió una idea loca, loca: “el dinero fiduciario”, un dinero no respaldado por nada. Bueno, sí, respaldado por la infinita estupidez humana. Son billetes que valen… porque tú te crees que valen. No valen absolutamente nada, pero si consigue hacer creer a todos que valen, lo único que necesitará es hacerse con una enorme imprenta y tener el monopolio de su impresión y así será el Amo del Dinero, y volverá a tener a los humanos bailando a su cuerda.
Satanás se reencarnó en la piel de un joven empresario de origen holandés en el siglo XVII. Se hizo llamar Johan Palmstruch y era el hijo de un mercader de Ámsterdam. Muy joven emigró a Suecia que experimentaba una época de prosperidad parecida a la de Holanda. Gracias a sus contactos, logró entrevistarse con el rey Carlos X Gustavo de Suecia, quien quedó impresionado por sus conocimientos financieros. Johan le vendió la idea de modernizar las finanzas suecas, y tentó al rey ofreciéndole pingües beneficios. De esta forma fue autorizado a constituir el Banco de Estocolmo el 30 de noviembre de 1656.
En ese momento, las finanzas suecas eran un caos. Usaban el cobre, que fluctuaba muchísimo haciendo que los precios estuvieran cambiando continuamente, y, además, se emitía en forma de placas de metal pesadísimas. Había monedas de plata, pero pocas.
El Banco de Satanás (perdón, el de Estocolmo) ofreció un servicio poco novedoso pero muy útil: custodiaba esas pesadas placas metálicas en sus cajas fuerte a cambio de una comisión. El Banco expedía un resguardo, un billete que actuaba como recibo. La idea fue un éxito porque así llevar dinero no necesitaba llevar un carro.
Este éxito fue rápido y en cuanto los billetes del Banco de Satanás fueron aceptados por todos, la gente corrió a depositar sus metales preciosos a él.
Primera fase lograda. Satanás ya tenía en su poder todo el dinero de los suecos.
No tardó Satanás en darse cuenta que la gente no reclamaba las monedas ni los bloques de metal precioso. Entonces puso en marcha la segunda fase del plan. Empezó a prestar dinero (que no era suyo) a la corona que, como todas, siempre estaba necesitada de dinero, ante lo cual el rey ¿Cómo iba a negarse? Poco después fue prestando dinero a las élites, así las compró. Y con dinero que no era suyo.
Además, como cobraba intereses (de un dinero que, repito, no era suyo) el banco iba prosperando y con él el rey y los nobles, y poco a poco, bajando por la pirámide esta prosperidad llegó al pueblo en general. Nunca había habido tanto dinero en Suecia, era verdadera magia. La gente estaba segura con sus monedas y bloques de metal en el Banco de Estocolmo, mientras que el dinero fluía a raudales por toda Suecia.
El dinero había adquirido la propiedad divina de la ubicuidad. El mismo bloque de cobre estaba en dos, tres, cuatro y hasta cinco sitios distintos. Y Palmstruch cobraba por todo ello y el rey tenía crédito ilimitado. ¿Qué podría pasar mal?
Pero… solo fue así durante seis años.
Al morir el Rey Carlos Gustavo, al gobierno se le ocurrió acuñar nuevos bloques de cobre que valían menos que los antiguos. Ante esa perspectiva, la gente corrió a sacar sus viejas placas de cobre antes de que valieran menos.
(Veremos que esto de ponerse los pollos, o sea, los primos, a retirar de golpe sus depósitos es el talón de Aquiles de esta estafa)
Lo dicho, en las cámaras del Banco de Estocolmo no había cobre ni para hacer un anillo puesto que todo estaba prestado, así de bien le iba a Satanás en esa época.
La solución de Palmstruch fue nada menos que la tercera fase del plan: desvincular el valor de los recibos del metal.
No es que hubiera mucho que discutir. No había ni cobre ni plata, por lo que todos estaban totalmente arruinados. La solución de Palmstruch pareció la menos mala de todas. Entre ellos convinieron de que los recibos eran dinero, o sea, ponían fe en que esos papeles valían lo que tenían escrito, y de esa forma se podrían marchar a casa tranquilos, sin cobre ni plata, pero aparentemente igual de ricos.
Así nació la moneda fiduciaria (de fidei=fe). Su valor está referenciado a tu fe de que eso vale. Y si todos lo creen, vale. Porque todos están como tú: totalmente arruinados y a todos les conviene. Es un caso claro de estafa piramidal múltiple. Cada vez que pagas, estafas al tonto que te vende. Y de igual forma, cada vez que cobras el que te paga, te está estafando.
Aquí vemos como una falsedad, que un papel que pone una cantidad vale esa cantidad, se convierte en mentira en cuanto un grupo pone su fe en ella. Los que comparten esa mentira se diferencian del resto porque para ellos ese dinero sirve y están dispuestos a entregar bienes reales por papelotes sin valor alguno.
Por primera vez en Europa se vio circular billetes que se diferenciaban de los demás en que denominaban en cifras redondas, no estaban a nombre de nadie sino al portador y que prometían que se pagaría en metálico (o sea, en metal no en más papeles) en el caso de que alguien reclamara. Se llamaron Kreditivsedlar y con ellos nacieron tanto el dinero de mentira como el primer banco central de la Historia.
Viendo que si la gente le reclamase no iba a tener con qué pagar, Palmstruch empezó a ir recortando el crédito para tratar de recuperar el metal que había ido dando. Era lo lógico. Pero al detraer el dinero de la economía ésta entró en una crisis sin precedentes, dejando a Suecia al borde de la depresión económica.
La gente fue a reclamar al banco su metal y, claro, no puede dar lo que no había, por lo que acabó quebrando llevando a Suecia a la crisis. Ante esto, el gobierno clausuró el Banco de Estocolmo en 1667 y Satanás fue sentenciado a muerte. Pero como era Satanás, le perdonaron y se la conmutaron por algunos años de prisión.
Pero no iba a cumplir más que unos meses. Al año siguiente, el Parlamento al darse cuenta que había matado la gallina de los huevos del oro falso, le llamó para que montara otra estafa, a la que llamaron Banco de los Estados de Suecia. Y esta vez, además, se le dio la potestad de ser el único que podía imprimir papelitos, por lo que la estafa ya estaba consumada. Años más tarde este banco se llamó Banco Central de Suecia.
Ya sé que esto te suena mucho. Esta estafa se viene produciendo a lo largo del planeta con una frecuencia inusitada. Igual regularidad que timos de idéntica naturaleza tales como el conocido “tocomocho”.
Un clásico.
Y los Bancos Centrales, otro clásico.
Veintiséis años más tarde, se constituyó el Banco de Inglaterra, porque el imperio inglés disponía también de muchos, de muchísimos imbéciles.
Oro por imbecilidad.
El oro es escaso, la imbecilidad es infinita.
La historia es siempre la misma, una recuperación estimulada por la impresión de dinero en exceso que produce hiperinflación y burbujas financieras, que arrastran a la pobreza a los países. La tentación de la “patada hacia adelante”, o sea, pedir crédito y que lo pague el que venga, es demasiado fuerte para nuestros queridos estúpidos y sádicos gobernantes.
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