«Me propuse descubrir una forma eficiente de lograr la paz insuperable. Deambulando sin rumbo fijo por las tierras de Magadha, llegué a Senanigama cerca de Uruvelā. Allí vi un parque encantador, una hermosa arboleda con un río que fluía, limpio y encantador, con orillas suaves. Y cerca había un pueblo para obtener la comida…»
Esto fue lo primero que hizo el Bodhisatta para iluminarse: buscar el lugar adecuado. Aunque empíricamente se demuestra palmariamente la necesidad de esforzarse en estos entornos solitarios, pacíficos e inmersos en los sonidos del agua que fluye y que, además, cuenta con el aval de los textos, vamos a ver por qué es así.
Sentado frente a un arroyo, con los ojos entreabiertos con la mente en paz, es el sonido lo que te envuelve. Un sonido que no son palabras, no es música ni tampoco es ruido. Sonido y vibración que te empapa que te hace ser parte de este encantador entorno. Esta inmersión es ideal para diluir toda conceptualización. No paras de oír, pero solo oyes. No paras de sentir, pero solo sientes. No paras de oler, pero solo hueles. Tu instrumento de buscar patrones y etiquetarlo todo compulsivamente no tiene nada que procesar. No hay patrones de conceptos, no hay patrones de ritmo y, a la vez, no hay ni molestias ni estorbos. Puedes sumergirte en el silencio con la tranquilidad de que el entorno es quien te protege. La meditación es un viaje a los mundos de los devas y necesitas sentirte seguro al aparcar tu vehiculo de uso diario que llamas cuerpo.
La desconceptualización va calando hasta disolver al mismo observador.
Así, de una vez, eliminamos los niveles del yo, de las mentiras y de los conceptos a la vez que llegamos a un puerto seguro para despegar a otros niveles de conciencia.
¿Quién da más?
La pregunta es ahora: ¿crees que puedes sustituir esto? ¿crees que podrás hacerlo sin esto?
Es quizás lo más costoso de conseguir. Pero el que algo quiere…
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