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La ignorancia guarda celosamente aquellos mecanismos que pueden acabar con ella misma. El más poderoso, la meditación, es cubierta con un halo de misterio, de magia, de espiritualidad, de esperanza… de forma que quede desactivada cualquier intento de ser usada.
La meditación tomada como una actividad espiritual tiene una utilidad tan nula como la existencia del mismo “espíritu”. Meditar tampoco consiste en poner una pose similar a una estatua del Buddha y mantenerla durante el tiempo suficiente para que se produzca el “milagro”. Quizás sea porque los “milagros” tampoco existen y porque sentarse con los ojos cerrados conduce exactamente a los mismo que conduce estar sentado con los ojos cerrados.
La ignorancia no necesita de grandes esfuerzos para mantener a las personas lejos de la salida del Samsara. Las mismas personas, por su propia arquitectura, llevan incluida la dosis suficiente de ignorancia.
Si nos ponemos a hablar en serio, tenemos en primer lugar que describir qué condiciona y determina la conciencia de las personas, es decir, aquello con lo que organiza la información: el encéfalo.
Dentro del mismo está el sistema límbico, conocido como la corteza paleomammaliana, que es un conjunto de estructuras cerebrales ubicadas en ambos lados del tálamo, inmediatamente debajo del lóbulo temporal medial del cerebro, principalmente en el cerebro medio. Aunque la mayoría de estas estructuras se encuentran inmersas dentro del cerebro en estructuras por debajo de la corteza cerebral, la corteza orbitofrontal y el hipocampo pertenecen a la misma corteza.
El sistema límbico una variedad de funciones que incluyen la emoción, el comportamiento, la motivación, la memoria a largo plazo y el olfato. La vida emocional se aloja en gran medida en el sistema límbico, y ayuda de manera crítica a la formación de los recuerdos. Con una estructura primordial, el sistema límbico está involucrado en el procesamiento emocional de orden inferior de la información proveniente de los sistemas sensoriales. Su misión es controlar aquellos aspectos relacionados con la preservación de uno mismo y la supervivencia de la especie.
Aunque el sistema límbico muestra mayor desarrollo en los mamíferos y aves, pero la mayoría de sus componentes –como son las estructuras del tálamo e hipotálamo– también están presentes en los reptiles, anfibios y peces.
Fueron los anfibios los que innovaron estas estructuras que hemos heredado. En esto no somos muy diferentes a las ranas.
Existe la idea errónea de que son estructuras arcaicas “heredadas” y que “están ahí” pero que no tienen la mayor importancia. Esto es totalmente erróneo, el sistema límbico tiene prioridad en la organización de la información a partir de los estímulos sobre el neocórtex, es más, puede funcionar de modo autónomo, de forma que un individuo puede comportarse de forma similar a una anfibio, reptil o pez, sin necesidad de pensar e incluso ser evolutivamente exitoso.
Otra idea errónea es que es el sistema límbico quien tiene la exclusiva de la organización emocional. El neocórtex puede tomar el control de las emociones y dar respuestas racionales en lugar de respuestas primitivas.
Aquí es donde está el meollo de la cuestión.
Antes de entrar en materia repasemos algunos de los componentes del sistema límbico desde sus características funcionales.
La corteza límbica, situada alrededor del cuerpo calloso, es una zona de transición, ya que se intercambia información entre la neocórtex y estructuras subcorticales del sistema límbico. Es un área de asociación, es decir, la que integra información de varios tipos y la reúne para darle un significado. Así, podemos dar una interpretación a algo que nos ha ocurrido y clasificarlo como agradable, desagradable, doloroso, o placentero. La corteza límbica condiciona obviamente el apego, la aversión y, por tanto, el sufrimiento.
Las áreas que incluye la corteza límbica son el giro cingulado, encargado de procesar y controlar la expresión de emociones y aprenderlas. Parece también tener un papel importante en la motivación, estando implicando en las conductas dirigidas a objetivos, en el comportamiento materno, apego, y reacción a olores; y el giro parahipocampal, encargado del almacenamiento y recuperación de recuerdos.
El hipocampo es lo que consolida el aprendizaje y la memoria. Está comunicado con la corteza cerebral, el hipotálamo, el área septal y la amígdala gracias a sus múltiples conexiones. Se encarga de introducir en nuestro almacén de memoria a largo plazo aquello que aprendemos. Es la puerta de entrada de los recuerdos, no los recuerdos en sí. El hipocampo también se activa en la recuperación de recuerdos. De esa forma, cuando reconocemos algo, como un lugar o un camino se lo debemos, en parte, a esta estructura. De hecho, es esencial para nuestra orientación espacial y para identificar las pistas del entorno que son conocidas para nosotros.
Hay un vínculo muy importante entre las emociones y la memoria. En concreto, un nivel óptimo de activación emocional facilitará la formación de recuerdos. Así, recordamos mejor aquellas situaciones que tuvieron significado emocional para nosotros, ya que las consideramos más útiles para nuestro futuro que aquellas que no lo tienen.
El hipotálamo es una estructura que se localiza en la parte inferior del tálamo, en el interior de los tractos ópticos. Una de sus funciones más destacadas es controlar que el funcionamiento de nuestro organismo se mantenga en equilibrio homeostático, para ello posee sensores que provienen de la mayor parte de nuestro cuerpo: sistema olfativo, retinas, vísceras… Además de ser capaz de captar la temperatura, los niveles de glucosa y de sodio, niveles hormonales, etc.
El hipotálamo influye en funciones autónomas, en el sistema nervioso simpático (típicas respuestas de estrés como aumento de los latidos del corazón y sudoración), en el parasimpático (regulación de órganos internos cuando estamos en reposo), funciones endocrinas, y comportamientos como reacciones emocionales. Está involucrado en el apetito, la saciedad, las respuestas sexuales y el sueño.
La amígdala tiene forma de almendra y se compone de dos núcleos, cada uno situado en el interior de un lóbulo temporal. Cuando se tienen vivencias emocionales intensas la amígdala libera las hormonas del estrés que hace que se consoliden los recuerdos afectivos. Esta área cerebral interviene también en el reconocimiento de expresiones emocionales faciales de forma rápida, automática, e incluso inconsciente.
La amígdala procesa el miedo; sirve para aprender a relacionar un estímulo con un peligro al que hay que prepararse para defenderse. La amígdala se encarga de la memoria más inconsciente mientras que el hipocampo hace lo propio con las conscientes o declarativas.
El área septal se encarga de inhibir el sistema límbico y el nivel de alerta cuando se han sobreactivado por una falsa alarma. Gracias a esta regulación, el individuo será capaz de mantener su atención y su memoria, y estará listo para responder correctamente a las demandas del entorno. O sea, controla estados de activación extremos que serían contraproducentes. Además, tienen una función integradora de aspectos emocionales, motivacionales, de alerta, de memoria, y sensaciones placenteras como la excitación sexual.
El Área Tegmental Ventral se sitúa en el tronco cerebral y presenta vías dopaminérgicas que son las encargadas de las sensaciones agradables. Cualquier lesión en esta área provocará en el individuo dificultad para sentir placer y tratará de buscarlo a través de conductas adictivas (drogas, comida, juegos de azar…).
La Ínsula se localiza dentro de la cisura de Silvio y tradicionalmente parece que tiene un importante papel en el procesamiento e interpretación del dolor, sobre todo su área anterior. Procesa además aspectos subjetivos de emociones primarias como el amor, el odio, el miedo, el enfado, la alegría y la tristeza. La ínsula da sentido a los cambios del organismo, haciendo consciente a la persona de que tiene hambre o que quiere volver a consumir cierta droga.
La Corteza orbitofrontal se encarga de codificar datos sobre las señales sociales, y planificar estas interacciones con los demás, anticipando la intención de los demás por su mirada, gestos y lenguaje. También es importante en la valoración de recompensas y castigos.
Los Ganglios basales se componen de núcleo de accumbens, núcleo caudado, putamen, globo pálido y sustancia negra, están involucrados en el control motor.
Partes como el núcleo de accumbens son fundamentales en las conductas adictivas, ya que aquí se encuentran los circuitos de recompensa del cerebro y las sensaciones de placer. Por otro lado, también se encargan de la agresión, la ira y el miedo.
Aunque el funcionamiento del sistema límbico puede ser modulado por el neocórtex es el primero en dar respuesta. El sistema límbico actúa utilizando sustancias químicas, los neurotransmisores. No es posible mantener un comportamiento racional mientras el sistema límbico esté químicamente desequilibrado. Esto incluye el repertorio que hemos visto, especialmente lo que nos resulta agradable o desagradable, el apego y la aversión; la recepción de la memoria y el procesamiento y respuesta al estrés, al miedo, a la calma, a la excitación sexual, a la recompensa dopaminérgica, a las adicciones, al dolor y su interpretación; el amor, el odio, el miedo, el enfado, la alegría y la tristeza; en valorar las recompensas y los castigos; las recompensas, la agresión la ira y el miedo.
Por otra parte, el neocórtex no tiene forma, de manera declarativa, de convencer al sistema límbico de que no actúe, a lo más, todo lo que puede hacer es tratar de controlar las consecuencias del funcionamiento de aquel. Es como si tienes un caballo desbocado que no obedece.
Aquí tenemos tres opciones:
nos dejamos llevar por el sistema límbico y después tratamos de justificarnos
soportamos estoicamente las embestidas del sistema límbico diciendo para nosotros que “no nos importa” o “que eso no soy yo” o cosas por el estilo.
Domamos al sistema límbico.
Estas son las tres respuestas posibles.
Es evidente que solo la opción C es la lógica y que las otras dos no solucionan el problema, sino que a los más la B podría lograr, a lo sumo, la resignación del individuo y únicamente mediante un ejercicio constante de atención a las respuestas arbitrarias del sistema límbico.
Y si de los que hablamos es de la erradicación del sufrimiento, no de soportarlo estoicamente, es la C el único camino.
Para la opción C tenemos las jhānas, que nos enseñan a generar y a regular los niveles de los neurotransmisores para mantenerlos en valores óptimos de forma que el sistema límbico no se desmadre mientras que los estados de absorción permiten fijar estos niveles, además de eliminar las fuentes internas de estímulos indeseables.
A partir de ahí, con el sistema límbico domado, es posible empezar a reprogramar el neocórtex para que no actúe de forma irracional, es decir, podremos empezar a enseñar equitación al jinete.
El jinete de una rana. Esa misma rana que llevas inserta en el cerebro.
¿Te vas a seguir dejando llevar por ella?
¿Vas a estar continuamente resignándote a sus embates?
¿O la vas a domar?
Es tu rana, es tu vida.
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