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¿Es más libre la gaviota que un hombre? ¿Es más libre el hombre que un dios?
¿Qué libertad tiene el filósofo que se sienta a discurrir?
Aunque la conciencia puede adaptarse a cualquier forma de vida en cualquier dimensión y esfera, son precisamente esas vidas las que la constriñen y no la permiten experimentar más que aquello que le presentan. El agua en un vaso, tiene forma de vaso, en una tubería, tiene forma de tubería, en un arroyo tiene forma de arroyo, en un río, tiene la forma de un río…
De igual forma, lo que el filósofo ve no lo decide él, tampoco decide como su ojo ve, tampoco decide la clase de reacción emocional que la visión le provoca, como tampoco es libre de decidir qué clase de precepción va a emplear ni tampoco como va a codificar los colores y las formas. El filósofo solo ve.
De igual forma, lo que el filósofo oye no lo decide él, tampoco decide como su oído oye, tampoco decide la clase de reacción emocional que el sonido le provoca, como tampoco es libre de decidir qué clase de precepción va a emplear ni tampoco como va a codificar las frecuencias y los ritmos. El filósofo solo oye.
De igual forma, lo que el filósofo huele no lo decide él, tampoco decide como su nariz huele, tampoco decide la clase de reacción emocional que el olor le provoca, como tampoco es libre de decidir qué clase de precepción va a emplear ni tampoco como va a codificar las diferentes sustancias que su nariz percibe. El filósofo solo huele.
De igual forma, lo que el filósofo gusta no lo decide él, tampoco decide como su lengua gusta, tampoco decide la clase de reacción emocional que el gusto le provoca, como tampoco es libre de decidir qué clase de precepción va a emplear ni tampoco como va a codificar los sabores. El filósofo solo saborea.
De igual forma, lo que el filósofo toca no lo decide él, tampoco decide como su cuerpo toca, tampoco decide la clase de reacción emocional que el tacto le provoca, como tampoco es libre de decidir qué clase de precepción va a emplear ni tampoco como va a codificar las sensaciones táctiles, el frío, el calor o el dolor. El filósofo solo toca.
De igual forma, lo que el filósofo piensa no lo decide él, tampoco decide como su intelecto piensa, tampoco decide la clase de reacción emocional que los pensamientos le provocan, como tampoco es libre de decidir qué clase de precepción va a emplear ni tampoco como va a codificar los pensamientos. El filósofo solo piensa.
El filósofo está metido en una celda, sin saber que está encadenado a sus sentidos y a su intelecto. El filósofo solo puede soñar en las sombras proyectadas por sus propios sentidos.
Por su parte, el místico tiene la habilidad de sentir y percibir en cualquier forma de vida en la multiplicidad de dimensiones y esferas. El místico es ese preso de confianza al que se le permite andar por los pasillos visitando a unos y a otros reclusos. El místico puede decidir en qué celda se mete y ahí experimenta la vida en ella según la variedad de sentidos y de intelectos.
Evidentemente, el místico está por encima del filósofo que solo puede estudiar su caso aislado. Sin embargo, sigue siendo un preso.
Solo cuando el místico sale de la prisión, cuando renuncia a existir, a ser algo, igual que cuando el agua renuncia a toda forma al llegar al mar, ahí es cuando alcanza la libertad.
Nibbāna.
La ignorancia condiciona la situación condicional y ésta condiciona la vida que condiciona las qualia y la conceptualización, y las qualia y la conceptualización condicionan la vida.
La condición para que ya no haya más vida es acabar con la ignorancia.
La ignorancia ata y la ignorancia mata y no parará de hacerlo.
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