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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Las dos orillas.

Hemos visto que el camino de la Iluminación lo recorre uno mismo. Lo recorre solo. Llega a un punto en el que hay que embarcar ya. Esta orilla se acaba y queda una travesía en la que nuestro bote es demasiado pequeño para que podamos llevar compañia. Atrás quedaron muchos, enajenados en los conceptos. Dándo vueltas sobre sí mismos. Ciegos y sordos a la realidad, sólo las elaboraciones de su propio cerebro, su mismo y perpetuo engaño, constituyen su mundo. Más adelante, en la orilla, ves cómo hay mucha gente que está ahí. Hablan y hablan sobre como cruzar. Interpretan, sostienen, discuten. No se mueven. Hasta así sabemos que llega el recorrido de la fe. Hasta ese punto. No más. Miramos alrededor y no vemos a nadie más dispuesto a echarse al agua. Nos acercamos a los debatientes, no nos hacen caso. Les dices que son iguales a los alienados que hemos dejado atrás. Se indignan. Les dices que dejen de debatir y se echen a navegar. Nada. Cualquier reacción ante esto que no sea la ecuanimidad resulta a la larga absurda e incluso contraproducente. Aunque vengan contigo no te pueden ayudar, si se quedan, a ti te resulta igual. El tiempo que dedicas a tratar de despertarlos es tiempo que no empleas en navegar. Es su rollo. No el tuyo. Ya no tienes dudas, ya no tienes rollos. Llegas a un punto en el que tienes la constancia clara que solo puedes librarte del kamma si no generas más. Ni bueno ni malo. Que el kamma sano cotiza en esta orilla, pero no en aquella. Allí el kamma no vale, no funciona, es inútil. ¿De qué vale la compasión si a donde vas ese kamma sano no vale? ¿De que vale tratar de ayudar a otros a liberarse si piensas en liberarte tú mismo? La condicionalidad te paga en una moneda que no vale nada en la otra orilla. Ecuanimidad es la forma de amor en este instante. Cuando empujas el bote para entrar en la corriente. El mundo de los conceptos de esta orilla pronto empezará a disolverse en el horizonte y con él la condicionalidad. Y con ella la información. Y con ella la energía. Y con ella el vacío, y con él la masa y con ella el tiempo…. ¿Que vas a tardar? Da igual. Te despides y adiós.


AN 10,117-118 Sangarava y Orimatira Sutta – Sangarava y Orilla de este lado





El recto e incorrecto sendero hacen la diferencia entre estar en la orilla de este lado o cruzar a la otra orilla.



AN 10,117 Sangarava Sutta – Sangarava

[117] Entonces, el brahmán Sangarava se acercó al Bienaventurado e intercambió con él cordiales saludos. Una vez concluidos sus amables saludos y palabras de bienvenida, se sentó a un lado y dijo al Bienaventurado:

“Maestro Gotama, ¿qué es la orilla de este lado? ¿Qué es la otra orilla?”.

“Brahmán, el incorrecto punto de vista es la orilla de este lado y el recto punto de vista es la otra orilla, la incorrecta intención es la orilla de este lado y la recta intención es la otra orilla, la incorrecta forma de hablar es la orilla de este lado y la recta forma de hablar es la otra orilla, la incorrecta acción es la orilla de este lado y la recta acción es la otra orilla, la incorrecta forma de vida es la orilla de este lado y la recta forma de vida es la otra orilla, el incorrecto esfuerzo es la orilla de este lado y el recto esfuerzo es la otra orilla, la incorrecta atención consciente es la orilla de este lado y la recta atención consciente es la otra orilla, la incorrecta concentración es la orilla de este lado y la recta concentración es la otra orilla, la incorrecta sabiduría es la orilla de este lado y la recta sabiduría es la otra orilla, la incorrecta liberación es la orilla de este lado y la recta liberación es la otra orilla. Uno, brahmán, es la orilla de este lado y lo otro, la otra orilla”.

Entre todos los seres humanos,

son pocos los que cruzan a la lejana orilla,

la gran masa de ellos,

se mantiene corriendo sólo por ésta, más cercana.

Pero aquellos que practican el Dhamma,

el Dhamma bien articulado,

el reino de la muerte, que es tan difícil de cruzar,

lo pasan por alto.

Abandonando los estados mentales impuros,

el sabio debe cultivar la pureza,

renunciando a la vida hogareña,

se instala en aquella liberación.

Tomando interés por esta liberación,

renuncia a los placeres y las posesiones,

el sabio se purifica a sí mismo,

de los impedimentos mentales.

Aquellos que bien desarrollan

los factores de la Iluminación,

deleitándose en la falta de apego,

no aferrándose a nada,

ellos son los que, sin las impurezas y radiantes,

incluso en este mundo, alcanzan el Nibbana.

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