La transformación sostenible de la naturaleza es lo que posibilita la supervivencia de cualquier ser vivo a largo plazo. Esa transformación requiere de energía que, a fin de cuentas, o proviene del sol o de los materiales energéticos. El ser humano constituye un ejemplo de ello y ha sido la clase de dominio de la energía la que ha condicionado su éxito como especie.
La generación de la riqueza, y entiéndase como riqueza la acumulación de bienes, se da mediante otra verdad, la teoría del capital. Hay pocos animales que puedan echar mano de ella, pero no es solo el humano quien la usa.
Los bienes que se utilizan para ser consumidos, tales como comida o vestido, se llaman bienes de consumo. Todo ser vivo se dedica a conseguir los bienes de consumo que necesita para sobrevivir, lo que le ocupa casi todo su tiempo. El raciocinio llevó al hombre a diseñar elementos tecnológicos que le facilitaban conseguir los bienes de consumo. Pero para ello debía emplear parte de su tiempo y de los bienes que pudiera haber acumulado para dedicarse a la fabricación de dichos utensilios. Eso es lo que se llama “inversión”, o sea, emplea bienes de consumo en liberarse de tener que ir a buscarlos y poder emplear ese tiempo en fabricar los utensilios. Estos utensilios son llamados bienes de producción.
De igual forma, los bienes de producción son susceptibles de ser fabricados por otros bienes de producción y así sucesivamente, de tal forma que, una herramienta de alto nivel es capaz de generar una infinidad de bienes de consumo. En esto se basa el progreso: se emplea cada vez menos tiempo en conseguir bienes de consumo y cada vez más tiempo y recursos en fabricar bienes de producción.
De igual forma, cada nuevo nivel exige tanto el ahorro como la inversión.
El comercio entra a formar parte fundamental porque gracias a él se puede tener acceso a bienes que se necesitan a cambio de otros que no, de forma que no es necesario fabricar todo, o poseer todos los insumos necesarios, sino que se puede especializar en un bien en concreto.
Así, la libre circulación de bienes y de personas redunda en la generación de riqueza.
Si nos inventamos una frontera por la cual no pueden pasar ni bienes ni personas, ambas partes se perjudican por no tener lo que al otro le sobra y que a uno le falta y viceversa. Un maestro se moriría de inanición y un agricultor estaría condenado a la ignorancia. El comercio justo favorece a ambas partes equitativamente.
Un mundo así, sería un mundo sin fronteras con libre transito de personas y mercancías, donde la inversión se basa en el ahorro y la deuda es impensable.
Este esquema se retroalimenta positivamente generando más y más riqueza.
Pero todo tiene un equilibrio y, por desgracia, la riqueza atrae a los ladrones. A mayor riqueza, más ladrones capaces de consumirla por completo.
La codicia humana comparte con la estupidez humana su infinitud, y la estupidez se explota gracias a la mentira, que se constituye de esta forma en la fuente de energía de la codicia humana.
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