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Lo primero que llama poderosamente la atención del variopinto panorama del budismo mundial es la variedad de sectas y religiones sin más nexo entre ellas que su denominación de «budistas». La aproximación a una religión arranca estudiando sus textos sagrados. El Islam tiene el Corán, el cristianismo, la Biblia.
Pero ¿qué tiene el budismo?
Hay religiones budistas de naturaleza materialista que han transmitido enormes montones de textos a lo largo de los siglos sin haber entrado en lo que realmente significan. Su aproximación se limitó a la producción, edición y difusión escolástica de teorías basadas en lo que creían que contenían los textos en publicaciones paralelas diferenciadas que llamaron «Comentarios».
La tradición india es sumamente escrupulosa con la conservación estricta de los textos definidos como «sagrados», preservándolos incluso de la gente encargada de transmitirlos. Les hacen estudiar la pronunciación, la dicción, las reglas mnemotécnicas de lo que deben recordar, pero cuidándose muy mucho de que los transmisores no entiendan el significado para evitar el fenómeno del «teléfono averiado».
Es por ello que nunca se emprendió una labor de traducción hasta que los occidentales a partir de la segunda mitad del siglo XIX tomaron interés en hacerlo. Los monjes transmisores solo transmitían. Y después de saberse de memoria un conjunto de textos, estudiaban los pormenores del lenguaje para tratar de entenderlos.
Pero los textos no vinieron con un diccionario adjunto. Lo que no tendría sentido en cualquier caso. Aquellos monjes transmisores imaginaban significados y los explicaban en largos y tediosos comentarios y subcomentarios que ofrecían a los ávidos devotos, y con ello ganaban prestigio y riquezas, como sucedió con el Hinayana y sus sucesores, los fundamentalistas theravadines.
Otras sectas directamente renunciaron a esos textos por incomprensibles y crearon los suyos propios adornándolos con aportaciones filosóficas de todo tipo, incluyendo el estoicismo griego. Este es el caso del Mahāyāna.
El caso es que la miríada de sectas autodenominadas budistas no comparten un texto sagrado común. Solo conceptos abstractos como las Cuatro Nobles Verdades, o lo que ellos imaginan que son las Cuatro Nobles Verdades.
Remontémonos más allá de veinte siglos.
El planteamiento del problema sería el siguiente: ¿cómo poder enviar hacia el futuro la Palabra del Buddha sin alteración alguna?
Lo primero es la elección del medio. Estamos en una época en la que aún no se habían reintroducido guiones escritos en la India y, por tanto, no había escritura posible y las lenguas son todas de naturaleza exclusivamente oral.
Debemos escoger una lengua.
Si elegimos una lengua «natural», que sea hablada en algún territorio, estará sometida a la evolución natural de las lenguas, y lo que hoy significa una cosa, mañana significará otra y, por tanto, cualquier mensaje codificado en ella se degradará por esta misma evolución semántica.
Debemos, por tanto, elegir una lengua artificial en la que se codificarán los textos.
Pero las lenguas artificiales se crean. Son lenguas formales, es decir, debe existir una relación biunívoca entre significado y significante. Es absurdo crear una lengua en la que una palabra signifique una cosa o la contraria dependiendo del contexto, porque no hay contexto. Esto solo sucede con el tiempo en las lenguas naturales, según evolucionan. Pero éste no es el caso. Estamos hablando de una lengua construida para contener un mensaje y solo para contener ese mensaje.
Los que codificaron los textos en base a los recuerdos en diferentes lenguas naturales no crearon un diccionario que acompañara a los textos para su posterior descodificación. Lógicamente. Porque ese diccionario estaría en una lengua natural y estaría igualmente sometida a evolución por lo que estaríamos en el mismo problema.
Entonces… ¿cómo podemos posibilitar la traducción y la transmisión fiel independientemente del tiempo que haya transcurrido?
La respuesta está en la redundancia.
La repetición planificada de los submensajes se emplea para recuperar información en caso de pérdida y también para determinar su significado.
Lo primero es muy conocido. La codificación redundante se emplea para sistemas de transmisión a prueba de errores. Pero lo segundo es, incluso, más interesante.
Los textos abarcan una enorme extensión y son muy redundantes. Una misma cosa no se dice una sola vez, se dice en muchas y diferentes ocasiones, pero en ninguna exactamente igual. No hay dos discursos iguales. Que una palabra aparezca en multitud de lugares hace que su significado se revele. Solo un significado debe tener sentido en todas sus múltiples ocurrencias. Y, de hecho, lo tiene. Es como un gigantesco sodoku.
Para descifrar los textos, primero se debe recopilar la mayor cantidad posible de significados de cada palabra. No solo los que tradicionalmente este o aquel traductor han empleado, que es la base de los diccionarios convencionales, sino también de los paralelos de cada palabra en el sánscrito o incluso de cómo se tradujeron primitivamente al chino antiguo, en las colecciones escasamente conservadas llamadas agamas.
Después, se ubica la palabra en todas sus ocurrencias y se prueba con cada significado hasta dar con aquel que da sentido a todas ellas. Sabremos que el resultado es exacto si no nos sobran significados, y que ningún significado emplea más de una palabra y además que el mensaje sea coherente en todas sus partes, algo de lo que carecen el resto de textos sagrados.
De esta forma, además, resaltan aquellos textos apócrifos que se introdujeron en algún momento posterior, porque no siguen las estructuras redundantes ni su significado es coherente con todo lo demás.
Así, se pueden marcar para avisar de su falsedad.
Son pocos. Pero sirven como demostración de la dificultad de hacer pasar un texto apócrifo como genuino en una maraña tan completa de redundancia.
Gracias a esto, he podido descifrar, después de más de dos mil cien años el mensaje que codificaron con la Palabra del Buddha. Y lo curioso es que los que mantuvieron esta transmisión sin conocerla, y mucho más los demás, se ubican fuera del Camino Medio del Buddha, bien en la cuneta nihilista, o bien en la eternalista.
El mensaje del Buddha ha permanecido perfectamente congelado durante estos siglos sin que nadie haya alterado su significado ni siquiera para conocerlo.
Hoy ya quedó abierto y lo tienes en español, inglés, alemán, danés, francés, holandés, italiano, polaco, portugués y sueco. Ya no hay escusas. Léelo y piensa si tu fe es budista o cualquier otra cosa. Ahora ya puedes.
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