La muerte de un buddha no es una muerte común, es un acontecimiento excepcional. Algunos piensan que un buddha debe ser “inmortal” o que realmente no muere ni tampoco un buddha se pasa el tiempo “deseando” morirse para fundirse en Nibbāna. Ni lo uno, ni lo otro. Cuando el cuerpo se degrada, envejece, se hace inútil, el esfuerzo para mantenerse en él se hace cada vez mayor. Aunque un buddha no sufre, el dolor físico crónico se convierte en continuas llamadas a la atención que requieren de concentración en el punto de dolor y esto, al cabo del tiempo, resulta desde molesto a inviable. Como cuando tienes un coche tan viejo y desvencijado que se pasa más tiempo en el taller y dando problemas que funcionando. O un celular mojado cuya pantalla apenas responde… El cuerpo está sometido a sus propio kamma y quieras que no, este está determinado por la regla no escrita en la vida de este planeta por la que los genes, en lugar de hacer cuerpos eternos, han preferido usar cuerpos fungibles y sexo para replicarse. Y lo que es, es. Como un buddha carece de deseo de cualquier tipo, más allá del infinito deseo de aprender que solo Nibbāna calma, tampoco desea, ni siquiera morirse. Simplemente, cuando el cuerpo ya no dé para más, dejarlo ahí. Es verdaderamente extraño. Por un lado, un buddha vive realmente excepcionalmente bien y, además lo que le viene no tiene siquiera explicación conceptual. Es un equilibrio perfecto entre lo bueno y lo mejor. Si deseo, solo con una expectativa que le estar unido a la realidad dejando el Samsara relativizado a lo que es: una vana ilusión. Cuidar del cuerpo es importante porque esta vida, que no es mala vida, está condicionada por él. Mantenerlo sano, y en forma, es importante. Llegar hasta ahí bien merece un pequeño mantenimiento. Algo de ejercicio, vida sana, y comida buena y equilibrada. Y lo que dure, dure. Al fin y al cabo, gracias a ese cuerpo, consiguió la liberación final. Merece un respeto. Uno grande.
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