No es la felicidad de mentira, es la mentira de la felicidad, porque no hay felicidad “verdadera”, como no hay embriaguez perfecta. La felicidad es el motor de la humanidad, un motor de mentira, por el que la gente se pierde cada día.
Es totalmente increíble como es posible que se hable tanto de felicidad, que se amartille a los necios con la obligación de ser feliz, vendiéndoles cuentos escatológicos de felicidad última, suprema y eterna y no se hayan puesto a ver qué es la felicidad, que sentido tiene y para qué sirve, si es que aún tiene alguna utilidad.
Ya hace dos milenios y medio, el Buddha antes de salir de casa tenía algo claro: la felicidad nacida de los placeres sensoriales solo acarrea sufrimiento. Y para llegar a esa conclusión no necesitó iluminarse no nada. Es la constatación de una evidencia tangible. Sin embargo, después de tantísimo tiempo transcurrido, no se ha avanzado ni un ápice en el conocimiento de la felicidad y de sus consecuencias.
Neurológicamente está más que definida: la felicidad es la reacción de un cerebro sano a la exposición a la serotonina, un neurotransmisor endógeno, o sea, que genera el propio cerebro. En otras palabras, es el efecto de una droga.
Y aquí me quedo perplejo cuando políticos de todo orden, mientras combaten a sangre y fuego el narcotráfico se les llena la boca hablando de felicidad. No se si es ignorancia o más allá.
La felicidad no se puede meter en vena, y ese es al final un problema, porque no traspasa la barrera hematoencefálica con la que el cerebro se protege. Para que la serotonina entre, lo deben hacer sus precursores, fundamentalmente uno de los aminoácidos esenciales, el triptófano, para que el cerebro usando la glucosa y la vitamina B pueda sintetizarlo en el cerebro para su uso. En otras palabras, aquí el narco y su cocina la tienes entre las orejas. El cerebro lo cocina para autoconsumo…
¿Le ponemos una denuncia?
Porque la serotonina es adictiva y es fatal para el individuo. Posiblemente sea la droga que más dolor haya causado en toda la historia. Es más, es la que abre la puerta a todas las demás drogas y vicios, porque lo que los adictos van buscando en realidad es ser felices con lo que sea, y ese sea es un maremágnum de drogas químicas, actividades de riesgo, actividades lúdicas incluyendo los juegos de azar, incluso explica las guerras, los asesinatos, las violaciones…
La gente busca la felicidad y hace verdaderas barbaridades para conseguirla. Y cuando la consiguen, la pierden. Porque cuando se sintetiza, se recapta y desaparece y obliga a más, a hacer más y más para lograr un nuevo chute.
Lo más terrible es que la sociedad ignorante justifica e incluso alaba muchas de estas actividades, incluso aquellas que degradan a los seres, tanto animales como humanos, como es la compasión. La gente es feliz siendo caritativa con los inferiores, mientras los humilla y desapodera toman su dosis de serotonina para aguantar un día más. Y la gente encima, les ensalza. Se dedican a recoger pobres para que se mueran en sus brazos sin darles opción a ser persona, aunque sean las últimas horas de su vida. En ese supremo instante estos vampiros de la felicidad les arrebatan lo que les queda de dignidad para sentirse bien por unos instantes.
La felicidad es una reacción de premio que entrega el cerebro cuando se consigue lo que él quiere. Pero no hablamos del cerebro superior, ni siquiera del mamífero. Hablamos del cerebro reptil. Del miserable y primitivo sistema límbico.
Cuando una situación le parece buena, que sabrá la primitiva amígdala de lo que es bueno o malo, genera una sensación agradable, y va a pedir que se repita. Si la víctima le hace caso, le dará el caramelito, y pedirá más. Y así, hasta que genere una dependencia de esa actividad. Sea ver una película, o jugar a la ruleta, meterse un pico de heroína o traicionar a un amigo para conseguir su puesto, en el trabajo o en la cama.
Y así tienes al humano pegado al vicio, agarrado como una lapa, para que no se le escape, con la esperanza de conseguir exprimir una miserable gotita más de la droga de la que depende.
Pero, claro, el mundo cambia. Eso es evidente, y cada cambio, remueve a la víctima de la teta de la felicidad. Y deja de chupar y la pierde. Eso no sería grave si no llega a ser por la cabrona de la amígdala que le castiga con sufrimiento, sufrimiento que puede ser tan atroz que el pobre opte por quitarse la vida. A veces, lo hace tan de continuo que somete a su víctima a una depresión profunda. Y en el colmo de su crueldad, al ver que no satisface sus deseos, puede subirle un poco la dosis para que agarre fuerzas y se suicide.
Y en el colmo de la imbecilidad, la gente busca felicidad para acabar con su sufrimiento. Así de imbéciles los fabrican.
Entiendo que una lagartija si encuentra comida sea recompensada, y si se aparea también y si no lo logra que se suicide dejándose devorar por un pájaro como resultado de la depresión que le produce su sistema límbico. Pero… ¿un humano, con un cerebro evolucionado, con áreas prefrontales capaces de examinar si una situación es o no conveniente…?
La gente que lame el piso por felicidad no puros reptiles o puros anfibios. Una evolución impresionante. Evidencian el fracaso de la raza humana. Y la prueba está en que, movido por esta absurda dependencia, está acabando con el único lugar del universo donde puede vivir. Se autoaniquila por pura felicidad. ¡Enhorabuena!
Y estamos hablando de único conocimiento que el Buddha tenía antes de la iluminación. Curiosamente este proceso comenzó cuando se percató de que podía ser feliz sin atender a los sentidos, pero para ello necesitaba comer. Llevaba en un fuerte ayuno mucho tiempo. Comió arroz y cuajada, justo lo necesario para que su cerebro pudiera cocinar la droga. Y entendió cómo se lograba producirla sin pasar por la amígdala, cortocircuitándola y dejándola al margen. Ese proceso es el que conduce a las jhānas.
Siendo ilimitadamente feliz, sin depender de la amígdala y sus sensaciones agradables y desagradables, no hay apego, no hay aversión y ni hay sufrimiento. Que es el fin primero del buddhismo.
No es más que eso. Solo eso.
No ser feliz porque no hace falta. Es una estupidez ser feliz, no sirve para nada. Bueno, para producir espasmos si te pasas generando serotonina. Y ya.
¿Para qué sufrir? ¿Para qué ser feliz?
Ah, sí. Para raparse la cabeza, vestirse con la cortina roja de la sala y salir en televisión diciendo que es el hombre más feliz del mundo.
Pobre desgraciado. Y aún más desgraciados los que llamándose buddhistas dicen que quieren ser felices.
Bonito infierno os contempla.
¡Bienvenidos!
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