Partimos, una vez más, del principio de indeterminación histórica: cuando puedes interpretar los hechos ya no puedes verificarlos. Este principio ha sido la base en la cual se han asentado la mayor parte de las mentiras históricas. El proceso de verificación es, a menudo, arduo e impreciso y lleno de trampas. Si no estás allí puedes imaginar el hecho, pero no puedes probarlo fehacientemente.
La comunidad científica, mientras se muestra reticente a aceptar la historicidad de un personaje, tiene la tendencia a caer en engaños burdos que los anteriores historiadores que crearon las mentiras, pusieron. Parece una norma no escrita: si la trampa la hizo un colega, se cree; lo que no deja de ser curioso.
Vamos a poner algunos ejemplos:
Se ha demostrado el montaje que Constantino encarga a Lucio Lactancio y a Eusebio de Cesarea para que crearan una religión para él, algo recurrente en la historia. Incluso envía a su madre a Palestina con la misión de ir enterrando pruebas falsas para luego descubrirlas ella misma. Lactancio y Eusebio, una vez completado el nuevo testamento con una productividad digna de admiración crean más de mil documentos para “probar” la existencia de Jesucristo en un despliegue de medios nunca visto. Crearon personajes para justificar un libro, a otros, solo referencia para cruzarse unas con otras y a los personajes reales les interpolaron sus escritos. Toda esta superproducción está diseñada al gusto de Eusebio, historiador, para “vestir al santo” y todo aparezca como coherente. Después es cuestión de que la propia aceptación de la mentira genere más y más pruebas a lo largo del tiempo. Incluso se tomó la molestia de ir buscando en los mercados de Roma papiros lo más antiguos que encontró para escribir en ellos su montaje y usando las caligrafías usadas tres siglos atrás para que todo pareciera auténtico. Sin embargo, el propio Eusebio una vez fallecido Lactancio, boicoteó su propio trabajo poniendo pruebas a lo largo de sus escritos, como en una cápsula del tiempo, para que alguien las descubriera en el futuro y así conciliarse con su conciencia.
La prueba del montaje está en el propio montaje, no solo en los acrónimos del autoboicot de Eusebio, sino en las estructuras bizarras con las que Lactancio organizaba sus escritos, algo tan personal como una firma criptográfica. Lo que él no podía hacer, porque le hubiera llevado varias vidas, es crear estructuras diferentes para cada personaje, lo que es inabarcable.
Pero no solo ahí. Eusebio encontró papiros viejos, pero no lo suficiente. No se encuentra ninguna de las pruebas falsas de las que fueron poniendo, escrita en un soporte que las pruebas del carbono 14 dieran antes del 230 eC, o sea, 70 años antes del montaje.
Este es un caso de fraude lleno de pruebas “fehacientes” para la comunidad científica.
Hay otros casos más curiosos. Y sin remontarse a la antigüedad. Es el caso de William Shakespeare. En esta ocasión se toma a un personaje real vivo y actual al que se le atribuye lo que se quiera. Por razones que podemos imaginar y de las que se han escrito mucho, no era ese tal William quien está detrás de una ingente producción teatral sino un oscuro personaje italiano o una cooperativa de escritores que usaron esa marca comercial. Utilizar a un personaje real, rastreable, sirve para despistar y mucho. Sin embargo, hay indicios que desbaratan el montaje que no pudieron prever los que lo hicieron. El testamento de William Shakespeare no es el de un autor exitoso, sino el de un molinero que deja sus pertrechos a sus herederos.
Estos dos casos ya nos alertan de lo fácil que resulta engañar a generaciones de lectores y público teatral o a miles de millones de cristianos durante 1700 años, en dos momentos históricos, es decir, con escritura y además perfectamente conocidos hasta el mínimo detalle.
Si ahora nos sumergimos en la prehistoria, es decir, en un momento en el que no existía la escritura y todo funcionaba por tradición oral, las pruebas se hacen más difíciles de encontrar, pero también de fabricar.
La vida del Buddha histórico, les gusta que se ponga eso de que “si acaso existió”, se desarrolla en un momento en el que no había escritura. Los primeros guiones brāhmi aparecen mucho más tarde, en la época de Ashoka, justamente el primero que los usa para hacer su montaje religioso a partir de las leyendas orales que hablaban del Buddha. Así nace la religión Hinayana, una construcción nueva basada en tradiciones orales que, sin embargo, permanecerán orales otro siglo y medio, más de lo que duró el propio montaje.
Varios siglos después, Kanishka repite el mismo guión y hace otro montaje religioso budista para su uso político, el Mahayana. Esta vez, el propio montaje, quizás para aparecer como original, duda del Hinayana y de la misma historicidad del Buddha y lo “eleva” a la categoría de mito universal para llenarlo de milagros que es lo que espera el vulgo de un héroe homologable a la competencia.
Y todo lo que hubo después, una mitorragia milagrera descontrolada que llevó al budismo en el siglo XIX al borde de su desaparición.
Si ahora nos ponemos a interpretar, que es el caso, verificamos el principio de indeterminación: no estamos allí, no podemos sacarle fotos y videos al Buddha para demostrar que existió y dijo lo que dijo… o sí; eso lo veremos al final.
Los modernos historiadores que investigan hacia atrás lo que encuentran son marañas y más marañas de mentiras una detrás de la otra, a partir de pruebas arqueológicas de los montajes de Kanishka y de Ashoka. Una vez llegados ahí, la nada.
No hay pruebas arqueológicas, no hay escritos… hay un desierto de sal de, al menos, tres o cuatro siglos.
La conclusión es clara: no hay pruebas de la existencia del Buddha.
Muchos alegan que hay escritos en Gandhara (de Kanishka), que están los Agamas chinos (de Kanishka también). Las viejas tradiciones orales de fuentes Pali que llegan a Sri Lanka donde se preservan, pero escritas no antes del siglo I aEC y, además, de Ashoka.
Repetimos, no hay pruebas de la existencia del Buddha. Si y no. Al menos, podemos dejar sentado que pruebas falsas no hay, que no es poco, visto lo visto.
Existen otra clase de pruebas que son irrefutables, pero que son inusuales, quizás por eso mismo, por ser inusuales.
Más allá de todo mito, se conserva un corpus de textos antiguos, los cuatro Nikayas que, de una u otra forma, por vías espaciotemporales diferentes han llegado a hoy. Cuentan muchas cosas, demasiadas cosas. Pero es eso que cuentan lo que nos va a proporcionar la prueba de la existencia irrefutable de la existencia del Buddha histórico.
Primero vamos a demostrar la suficiencia de la existencia del Buddha histórico, lo que no es complicado. Después iremos a la necesidad.
Supongamos que alguien realiza un experimento, del que no conocemos nada, en el que nos relata los pormenores del mismo, asi como sus resultados y eso mismo lo podemos replicar hoy, está claro que ese experimento es real. Aunque no nos dice nada del autor lo que es evidente es que no existe experimento sin autor, sea uno o muchos. Puede haber sido cualquiera entre hoy y el pasado más remoto, pero alguien hubo que lo hizo. Porque si se hizo es porque alguien lo hizo. Es la condición suficiente.
Sin ir más lejos, los métodos de meditación que aparecen en los textos Nikayas clásicos llevan al estado de jhana, algo que es replicable aquí y ahora. Eso implica que alguien lo hizo. Es decir, ese alguien necesariamente, existió.
Al ser una condición suficiente no nos dice mucho del personaje, mas bien nada. Que seamos capaces de hacer una tortilla de patatas siguiendo recetas tradicionales implica que alguien la hizo antes. Solo eso.
Que no es poco.
Ahora vamos con la condición necesaria. Para eso ya hay que introducirse en el ámbito de la teoría de la información y la comunicación para entender la semántica del lenguaje y el mecanismo de transmisión de información y de cómo se transmiten las qualias.
Cuando dos personas hablan intercambian palabras. Para que se comuniquen es necesario que ambas personas compartan la misma semántica, es decir, que las palabras que intercambian apunten al mismo significado. Si no es así, aunque hablen no se están comunicando. Pongamos un ejemplo: mientras dos personas hablando entre sí acerca de experiencias comunes que comparten, otra persona totalmente ajena, oye la conversación sin poder hacer preguntas. Si no conoce de esa experiencia, aunque entienda las palabras no puede saber de qué hablan. Otro ejemplo: un viajero describe sucintamente los paisajes por lo que transcurre su viaje a una tierra ignota. Quien lea el texto puede imaginar libremente cualquier lugar en base a lo que él conoce, pero no podrá reconstruir el lugar de ninguna manera. Sin embargo, si ese texto case en manos de alguien que sí estuvo allí podrá identificar todos los detalles y completar los que faltan, algo impensable para el primero.
Esto sucede porque la comunicación es de las qualias, las cualidades que se crean en base a experiencias propias previas que se asocian a las palabras. Y lo dicho, si no se comparten es imposible la comunicación.
En el caso del Buddha sucede algo curioso. Él, para poder ver la realidad como es, previamente tuvo que sufrir un proceso de transformación mental radical. Una vez hecho, puede describir la realidad como es, pero solo será comprensible para quienes posean esa perspectiva excepcional o bien para aquellos a los que el Buddha se la explique en términos asimilables para ese oyente. Como un pez que aprende a salir del agua y ver el mundo que hay afuera. Cualquier pez que haga lo propio verá lo mismo, pero un pez que no lo haga solo podrá entender como es el exterior con la ayuda de uno que esté mirando afuera y se toma el tiempo y la molestia de explicarle lo que ve de forma que lo pueda entender en su particularidad personal. O como el ciego, dentro de una comunidad de ciegos, que recobra la vista y explica lo que ve a los otros ciegos.
Una buena parte de los suttas más antiguos son palabras, solo eso. Palabras. Se han ido transmitiendo de generación en generación sin que nadie supiera su verdadero significado, de forma que han ido pasándose de forma reverente pero desprovista de utilidad. En época de Ashoka se introduce el Abhidhamma que obvia a los suttas y hace una construcción escolástica en forma de desarrollos matriciales alejada totalmente del significado de aquellos. Más tarde, cuando se inventa el Mahayana se crean sutras modernos con mensajes útiles para la nueva religión que tampoco recogen los significados contenidos en los Nikayas. La prueba de ello es que, aunque la utilidad real del mensaje del Buddha es el logro de la iluminación, él sabía que sin su presencia personal cualquier intento de transmisión es inútil. Por eso no dejó su sangha a nadie y el primer concilio que organizó los discursos no fue promovido por él sino por su enemigo mortal el rey jainista Ajatasattu que ya intentó acabar con él.
De esta forma las enseñanzas van sobreviviendo como zombis al resultar imposibles de comprender a pesar de su lenguaje llano, porque quienes lo leen no son buddhas, sino personas corrientes, ciegos que, no habiendo visto en su vida, imparten cátedra de como se ve el mundo en base a textos que no pueden comprender.
Esa es la idea.
Hasta aquí podemos ver los suttas como una enorme colección de relatos con más o menos lógica y son libremente interpretables porque nadie puede sacar de su error a los demás. Quizás por eso las diferentes religiones del espectro budista se han mantenido respetuosas unas con otras gracias a su común ignorancia.
Es evidente que esos textos no sirven, no iluminan y, de hecho, ese ha sido su resultado.
Por ejemplo, hay cosas tan básicas como cuando el Buddha dice de sí mismo que solo piensa cuando quiere pensar. Está claro que esa es una de las múltiples características que él tenía y que es parte de lo necesario para entender la realidad. Sin embargo, la miríada de prácticas budistas solo trata de bregar con los pensamientos, nunca han sido capaces de ofrecer una práctica para dejar de pensar, renunciando a todo. Pero no es solo eso, sino infinidad de cosas más extrañas, como es la erradicación del sufrimiento que es el objetivo declarado de la enseñanza. ¿Cuántos millones de buddhistas sufren? ¿Alguno que no lo haga? ¿Qué sentido tiene una enseñanza que necesita un maestro para impartirla si no hay maestro?
Hasta aquí podemos decir que son un conjunto inconexo de logros milagrosos y que no es nada nuevo en la fantasía del panorama religioso.
Y es aquí cuando el asunto cambia.
Si aparece alguien que, usando sus propios medios, hace lo mismo que hizo el Buddha, verá lo mismo que veía el Buddha, estará igual de despierto que él por lo que ambos compartirán las mismas qualias. Podrá ver la coherencia de todos los discursos y como entre todos construyen una visión completa de la realidad que está fuera del alcance de las personas corrientes. Y, por supuesto, puede explicar las prácticas que llevan al final del sufrimiento y como es el mecanismo que lo hace.
Si esa persona da su visión de la realidad, algo complejo por su extrañeza y más aún por su coherencia, no solo como el propio discurso, sino también con todo lo que realmente se conoce a ciencia cierta, y además la acompaña con protocolos para que las personas corrientes puedan mediante la práctica, despertar también, está claro que toda la construcción queda demostrada. Esa persona en la prueba de la existencia del Buddha histórico.
Si el Dhamma funciona, los Buddhas, existen.
Pero, recordemos, no hay enseñanza sin Buddha.
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