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No cabe duda de que uno de los asuntos que más llama la atención a nivel mundial es el llamado «Cambio Climático» auspiciado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), un organismo creado al efecto por de la Organización de las Naciones Unidas, e impulsado por diversos sectores sociales, culturales, económicos, energéticos y políticos. Este organismo cuenta con la colaboración de 2500 prestigiosos científicos y sus conclusiones son redactadas de forma independiente a los trabajos aportados por un grupo de activistas políticos sin relación alguna con la climatología. Esto es debido a que este Panel Intergubernamental entiende que la simple petición de datos a un científico es prueba suficiente para figurar como colaborador del Panel y de sus conclusiones.
Todo esto arranca en el Reino Unido, al igual que el budismo como hoy día se entiende, en este caso, durante las huelgas mineras laboristas del carbón cuando Margaret Thatcher las hizo frente utilizando para ello alternativas energéticas no dependientes como era la energía nuclear. Para ello, se hizo eco de las declaraciones de un sueco demente que quería atribuir al CO2 el apocalipsis mundial, en una época justamente en la que la preocupación era la inversa, esto es, se estaba creando en la opinión pública británica una psicosis acerca de una próxima glaciación que acabaría con la vida en Gran Bretaña.
La premier aportó un enorme presupuesto a la Royal Society con el encargo de que encontraran una relación entre la quema de combustibles fósiles y el calentamiento global que derivaría en un desastre medioambiental que justificaría el cierre de las molestas minas de carbón con lo que despedir a los huelguistas y no depender del petróleo exterior después de la crisis de desabasto de los 70s. La energía nuclear no producía CO2 con lo que, de esta forma, se mejoraría su percepción por la opinión pública.
Al calor del dinero oficial muchos científicos que no lograban financiación para sus respectivos proyectos vieron la oportunidad de lograr un trabajo estable y muy bien pagado y aterrizaron en la climatología con la misión de encontrar la relación directa entre el CO2 y el cambio climático.
Paralelamente en esos años miles de activistas marxistas se quedaron sin trabajo luego de la caída del Muro de Berlín. Muy inteligentemente se percataron de que la lucha contra el CO2, una forma de neomedievalismo, era la misma lucha contra el sistema capitalista, así que retomaron estos planteamientos ambientales además del feminismo radical para reinventar el neomarxismo. El enemigo eran, por supuesto, los Estados Unidos, la meca del capitalismo, y su consumo desmedido de combustibles fósiles, fundamentalmente de petróleo.
Sin embargo, en 2000 el derrotado candidato a presidente y exvicepresidente Albert Gore da un giro copernicano a la política norteamericana en una famosa conferencia donde aporta datos inquietantes que alarman al mundo. Mostró la correlación real entre los niveles de CO2 y las temperaturas globales. Lo que no dijo es que es el CO2 el que sigue a las temperaturas y no al revés, cambiando causa por efecto. Sin embargo, provocó el efecto deseado: el gobierno incrementó en un 1200% el presupuesto en climatología, y sucede lo previsible.
A partir de ese momento se comienza con un ciclo continuo de retroalimentación donde estos nuevos climatólogos diseñan modelos que cuanto más catastróficos más eco encuentran en los medios de comunicación, lo que alarma a la población, que mueve a sus representantes políticos que son los que tienen la llave del dinero.
Un modelo realista en el que una vez hará algo de calor y luego un poco de frío no se publica por lo que no se renuevan contratos. Las alarmas con cada vez más horribles y además mucho antes.
Es curioso que no exista financiación privada en este campo, sino exclusivamente dinero público dependiente del presupuesto y éste de los políticos y auspiciada por otro organismo político como lo son las Naciones Unidas.
La verdad, cuando hay dinero por medio, es la primera víctima de cualquier montaje.
Podríamos relacionar las gráficas del aumento del CO2 atmosférico con el número de personas que siguen al budismo en occidente y veríamos una correlación directa. ¿Son los budistas responsables del cambio climático?
Sí, y de una forma más profunda de lo que podría parecer.
¿Qué tiene en común el Cambio Climático y el budismo en Occidente?
Ambos son dos sistemas de creencias que tienen en común que dicen que se basan en la causa y el efecto, pero que, sin embargo, tienden a confundir las causas con los efectos como si la entropía fuera en sentido contrario y cuyos textos son interpretados por devotos que tienen en común una deficiente comprensión lectora. En otras palabras, saben leer, pero no entender lo que leen.
Al igual que los climatólogos confunden la consecuencia, el aumento del CO2 con la causa, el aumento de las temperaturas del nivel del mar, los budistas ostentan la capacidad poco común de confundir el fin último, que es la extinción (Nibbāna) con la felicidad, causa del apego que lleva justamente al extremo contrario, al sufrimiento.
Pero ¿Cómo es esto posible?
Estos son los efectos de los doscientos años de la obligatoriedad de la escuela, institución impuesta por el káiser de Prusia con el fin de controlar el sistema de creencias de su pueblo y evitar que lo decapitaran como a Luis XVI. Que la gente piense por su cuenta se demostró demasiado peligroso con lo que la escuela obligatoria tuvo una expansión fulminante.
Las políticas educativas se han ido profundizando a lo largo de los siglos llegando actualmente a impedir el desarrollo mental normal del menor desde prácticamente la cuna, y abarcando en algunos casos hasta 30 años de exposición tóxica. Desde muy pequeño se le mata cualquier clase de curiosidad y las ansias de aprender, innatas en el ser humano, se sofocan con toneladas de datos que se encuentran al alcance de cualquier smartphone.
Este sistema está diseñado para que sus víctimas, al menos, sean capaces de diferenciar los colores de una bandera, no su significado, y ser capaces de seguirla incondicionalmente. A la bandera y al abanderado.
Durante siglos el abanderado era el cura párroco y más allá el mismo Papa.
Con el descrédito creciente de esta tristemente célebre institución, estos zombis salen en busca de nuevos sacerdotes que les salven de sí mismos o del mismo clima, ofreciéndoles sus cerebros frescos para ser devorados en permuta.
Poco alimento, en cualquier caso.
¿Quiénes son esos abanderados?
Son gente hábil en repetir memes pegadizos sin base racional alguna, con una estrategia basada exclusivamente en la explotación intensiva de distorsiones cognitivas y dotados de una inmisericorde habilidad en el uso de falacias.
Y alguna santa. Eso que no falte.
Neomedievales en busca de hechicero que les libre de su imaginaria peste negra que bulle en su cabeza. Y si es con un milagro, mucho mejor.
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