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Foto del escritorTomás Morales y Durán

La Estructura de la Realidad (XI)

A pesar de lo simple que es el Samsara es nuestra tendencia a crear ilusiones lo que hace que todo resulte complejo e incluso mágico. Como efectivamente las reglas son las que son, y las ilusiones no gustan de sujetarse a ellas, el desfase entre lo que se cree que se vive y lo que se vive resulta insatisfactorio.

Pero la insatisfacción es únicamente producto de la ignorancia. Si sabes donde estás, y qué haces no ha lugar a insatisfacción alguna.

La insatisfacción nace del diferencial entre lo que se prevé y lo que se obtiene, y en gran medida es por la falsa ilusión de que las cosas pasan de forma aleatoria y dependen de la aleatoriedad. Así, el ignorante piensa que vive en una especie de casino donde la suerte está presente por todos lados y que uno mismo es dueño de su destino. Y que la vida es sortear entre lo que se quiere y los azares que suceden.

Esta visión se contradice con la realidad.

Que todo esté condicionado significa que nada se deja al azar. Cuando un fenómeno se produce es porque una infinidad de condiciones se han tenido que dar todas, sin faltar ni la más pequeña. Y si, además, hemos entendido de que pasado, presente y futuro son relativos al reloj de la conciencia, pero que todos están presentes “simultáneamente” en el

Universo, respecto a relojes diferentes, todo está prefijado.

Y la voluntad, entendida como “libre” albedrío es otra ilusión. Cuando tomas una decisión es siempre a posteriori de cuando la conciencia la toma, y está tomada debido a condiciones previas, nunca por azar. Por tanto, la voluntad no solo es inexistente, sino que resulta absurda. La “voluntad libre” pertenece al abigarrado cúmulo que llamamos pensamiento mágico.

Si las pistas están grabadas y nosotros simplemente las recorremos, no hay que esperar nada más que lo próximo que venga. Tomaremos decisiones, decisiones que una infinidad de observadores podrá estar mirando en diferentes momentos. La decisión no pasa de ser un acto necesario pero involuntario.

Se da un efecto curioso en el proceso de iluminación, y es que la conducta se robotiza y haces lo que debes hacer. No luchas entre lo que te gustaría y lo que te sucede. No. Solo pasa porque pasa.

El símil de la película nos vuelve a servir muy bien.

Si miras la película y te la crees y te identificas con el personaje puedes entrar en la locura de pensar que, lejos de ser un actor en una obra escrita, realmente haces lo que quieres. Lo cierto es que se puede pasar muy bien y muy mal. Por el contrario, si observas la película como un espectador aburrido al que le da igual que pase o no, es imposible que la película te sobresalte o te haga sufrir.

Ver llorar a alguien ante una telenovela resulta tan ridículo como verla llorar ante el cadáver caliente de su hijo.

Somos actores de una obra en la que solo somos observadores desde una parte del escenario. La obra está escrita y solo hacemos lo hacemos porque no podemos hacer otra cosa. Somos parte de la cadena del condicionamiento, como viajeros sobre los raíles de un tren.

¿Qué pintamos aquí? – Se pregunta un amigo. Y la respuesta es simple: el papel que hemos jugado, estamos jugando y jugaremos en este punto en cuyo interior todo es estático y donde el movimiento no existe. Y donde todo lo demás es una ilusión.

No podemos variar ni un milímetro el plan. Si lo hiciéramos, por el efecto mariposa, todo colapsaría.

El Buddha pasó años y años junto a Ananda. No logró que se iluminara. Vió pasar a gentes que llegaron, le vieron, se iluminaron y desaparecieron. El Buddha era consciente de que nada depende de la voluntad, por eso no iba al centro de los pueblos a reclutar seguidores. Dejarse ver, para condicionar que quien tenga su kamma maduro se ilumine. Lo demás es inútil.

Un Buddha pasivo. El Buddha de Oro.

Solo nos queda una cosa que hacer. Lo único que no trae consecuencias: iluminarnos completamente. Ni un instante más de existencia. Ni uno más.

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