Hemos establecido en la primera parte que tanto lo que se experimenta, Namā-Rūpa, como lo que experimenta, Citta o conciencia, es todo lo que podemos afirmar que existe y es real. La naturaleza de Namā-Rūpa es de orden puramente informativo ya que lo que entrega es información. Y ¿qué hace la conciencia? Procesar esa información. En un principio vamos a observar la manera en la que Citta relaciona Rūpa con Namā procesando también el traspaso y almacenamiento de los objetos. Esto se hace casando los datos que Rūpa proporciona con las qualias almacenadas en Namā. Así, cuando la conciencia cree haber encontrado una coincidencia suficiente, pone la etiqueta del objeto hallado a ese conjunto de percepciones. Es lo que llamamos conceptualizar. La asociación inicial se hace mediante el aprendizaje que es una forma de imitación: se presenta un grupo de objetos de Rūpa y se le asocia a una etiqueta. Existen objetos de Rūpa de segundo nivel que se crean mediante asociaciones de objetos de primer nivel. Subiendo de nivel, subiremos en la abstracción. Si algo de color de un burro, de la forma de un burro, cuyo sonido es similar a un rebuzno, que huele como un burro y es suave como un burro le asignamos automáticamente la etiqueta “burro”. Así decimos que estamos frente a un “burro”. De esa forma montamos nuestro mundo particular a partir de los conceptos. Estamos en un bosque junto a un río viendo a un burro rodeados de moscas y pájaros que cantan. Y ¿dónde está el “bosque”, el “río”, el “burro”, las “moscas” y los “pájaros”, además de “cantar”? Todos ellos están en Namā y la conciencia los usa como ladrillos para construir un mundo accesible y fácil de manejar por ella. La enormidad de datos que aporta Rūpa quedan simplificados en unos cuantos bytes correspondientes a las palabras “bosque”, “río”, “burro”, “moscas”, “pájaros” y “cantar”. Todas las imágenes de burros que pueda haber y que podamos identificar son “burro”. Y como “burro”, la etiqueta, el concepto siempre es el mismo, si identificamos la realidad como los objetos de Namā, o sea, los conceptos con la realidad afirmaremos que todo es permanente. Ya puede cambiar mucho un burro que seguirá siendo un burro. Además, como los objetos de Namā no precisan de un respaldo de Rūpa para existir, es más, entenderemos que Rūpa incluso existe porque existe en Namā un objeto (idea) que lo soporta (platonismo), diremos que la realidad es Namā, o sea, será sustancial. También, como los objetos de Namā son infinitamente moldeables podremos afirmar sin ninguna duda que esa supuesta “realidad” es satisfactoria, ¿por qué no? Los objetos de Namā pueden aparecer o desaparecer a voluntad, ya son y tienen “sustancia” intrínseca, por lo que finalmente diremos que esa supuesta “realidad” no es condicionada. Pero no solo son sustantivos, sino también verbos que asociamos a los sustantivos, así como adjetivos que delinean algo más los conceptos. Así “un burro gris rebuzna”, o “ese pájaro azul vuela alto” son expresiones que pueden relacionarse con la realidad. Pero no existen reglas para evitar combinaciones absurdas: “un burro azul vuela alto” o “ese pájaro gris rebuzna”. Ambos son combinaciones conceptuales que se pueden imaginar e incluso llevarlas a imágenes o películas. El absurdo no es un límite para los conceptos. Se obvian ciertas partes y el resto es admisible. El concepto “Dios” como algo todopoderoso, omnisciente, omnipresente, completo, con voluntad, que habla, que odia, que ama, es un conjunto de absurdos tomados individualmente, de dos en dos resultan delirantes y en grupos de tres inconcebibles. Aun así, existe un número enorme de “mentes” enajenadas con este concepto. Este ejemplo sirve para dibujar un sombrío panorama que muestra el mal funcionamiento de las mismas. Todo el que vive basando su realidad en Namā está alienado. Vive en un mundo personal de objetos que son poco menos que un resumen caricaturizado de la realidad. Alguien así vive offline. Y puede pasar offline toda su vida. Namā está compuesta de palabras. Estas son muy útiles para combinarlas en sonidos o imágenes para la comunicación. Pero la comunicación solo funciona razonablemente si y sólo si la qualia del emisor se asemeja suficientemente a la qualia del receptor. Las palabras pueden ser las mismas, y como su transmisión es digital no perderse, pero el resultado, al recuperar la qualia en el lado del receptor, podría ser errónea. Por otra parte, para los alienados en Namā, aquello que no tiene nombre no existe. Perciben algo que no identifican, no saben qué es, y lo primero es darle un nombre, aunque sea vago y provisional. Si no, no pueden ni recordarlo y menos transmitirlo. La segunda forma en la que relaciona la conciencia es de Namā a Rūpa. Los conceptos pueden producir en la conciencia reacciones que derivan en acciones. Éstas van desde la producción de señales que activan el pensamiento, la palabra o la acción, a otras más sutiles como son sensaciones tales como miedo, ansiedad, alarma, etc. que son percibidas por Rūpa como sensaciones táctiles en diversas partes del cuerpo. Hay conceptos se comportan como auténticos venenos para la mente. Hay que dejar claro que los conceptos son datos inertes, pero la conciencia puede reaccionar a ellos de forma lesiva para sí misma. Igual que un veneno. El límite de mi mundo es el límite de mi lenguaje, dijo Wittgenstein. Los conceptos, a palabras que conocemos delimitan el campo del conocimiento. No es lo mismo el color blanco para un mexicano que para un esquimal, ya que éstos tienen 30 palabras para el mismo concepto. No es lo mismo el paseo de un botánico por la selva que la de un taxista. El primero estará viendo cada especie, decenas, centenas de especies. El segundo solo ve hierba, arbustos y árboles. La esfera de los conceptos es mayor en el primero que en el segundo. Cada uno tiene su propia esfera, que limita su conocimiento. A mayor tamaño de la esfera, mayor conocimiento. Pero no debemos olvidar lo básico: las palabras son caricaturas de la realidad, resúmenes minúsculos de lo que Rūpa puede entregarnos preprocesada. Si somos capaces de mirar una pequeña piedra sin conceptualizar podemos estar varios minutos observándola como si jamás hubiéramos visto nada igual, y al no conceptualizar, seguiremos observándola indefinidamente con la misma mirada de un niño que descubre el mundo. Pero al conceptualizar: “piedra”, ya pierde todo interés y toda la experiencia queda reducida a una simple palabra: “piedra”. Podemos hacer un ejercicio de visualización imaginando a las personas dentro de su esfera de conceptos. Unas encerradas en esferas minúsculas, otras en esferas mayores. Pero, por muy grande que quiera ser la esfera, es estúpido pensar que es todo el conocimiento. Puedes hinchar tu esfera, pero siempre será una esfera y el exterior será casi infinitamente mayor. Visto desde lejos, veremos realmente a cada uno dentro de su esfera de ignorancia, incapaces de ver lo que hay fuera de ella. Todo aquello expresable en palabras está dentro de la esfera. Lo que leemos son palabras, lo que leemos está dentro de la esfera de la ignorancia. Por eso leer no ayuda nada a escapar de la prisión de la ignorancia. Por eso, según predijo el mismo Wittgenstein existe una salida a ella, un escape hacia la Sabiduría, la misma Sabiduría que no es expresable en palabras y sí se precipita en comprensión pura ilimitada. Para eso, principalmente está el misticismo, para eso está la meditación: para comprender lo que las palabras no pueden expresar, para ver funcionamiento de objetos que no podemos nombrar. Las palabras son tan pobres… Aquellos adheridos a los conceptos, aquellos que buscan en libros, en textos la Sabiduría parecen ignorar que los libros solo contienen palabras y las palabras son solo formas transmisibles de ignorancia. Fuera de la esfera de los conceptos es posible la transmisión directa de qualias, de comprensiones de objetos inconcebibles, inconceptualizables. Podré un ejemplo simple. Si estás viendo un rostro puedes transmitir más o menos una descripción tal que un experto en dibujo forense pueda reproducirlo más o menos y que esa persona reconozca esa cara, una cara que nunca ha visto. O bien, hacer que el dibujante vea la cara directamente. Si puedes verlo, míralo. Es infinitamente más fácil verlo que describirlo. Así es el Dhamma Incondicionado.
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