Describir la realidad tal como es no resulta demasiado difícil, aunque si puede serlo si no entendemos cómo funciona la teoría de la información y sus consecuencias o si pensamos en términos de aceptar aquello que no se puede experimentar. Para solventar lo primero, podemos revisar la teoría de la información de Shannon que, entre otras cosas, ha posibilitado que estés viendo esto. Para lo segundo, debemos adoptar el punto de vista exclusivamente fenomenológico y desde la experiencia, y solo desde la experiencia, contemplar la estructura de lo real. Aquello que no pueda ser experimentable, que tenga nombre, vamos a tratarlo como un objeto con dos componentes: nombre + qualia, o sea, la etiqueta y un contenido de percepciones almacenadas relacionadas de una forma y otra con el nombre. Tal como hacemos con los ficheros en un disco duro, o en un contenedor de memoria. En esta categoría entran objetos tales como “materia”, “persona”, “árbol”, “computadora”, “generación”, “Dios”, “perro”, etc… es decir, cosas que no pueden ser experimentadas a través de los sentidos que, al fin y a la postre, son nuestra ventana al “mundo”. Podemos trabajar con palabras, con sus significados, pero dejando claro que son solo objetos mentales, almacenados en un contenedor que llamaremos “Namā”. No hay duda de que todos los contenidos almacenados en Namā son información pura. Por otro lado, tendremos toda una suerte de señales mediante las cuales interactuamos con un “presunto” medio. Ellas vienen elaboradas en formas de puntos de “color”, que no es otra cosa que un preprocesamiento de una presunta entrada de datos en forma de diferentes longitudes de onda de fotones, a los cuales, el preprocesador codifica en “colores”, e “intensidades” para poder ver. A partir de ahí, el preprocesador vectoriza el mapa de color para dibujar “formas” a partir de los contrastes de color. O sea, son dos niveles de preprocesamiento, color y forma. Ninguno de los dos está presente “fuera”. Lo que nos llega a la conciencia visual es información pura: color y forma es información. De eso tampoco hay la menor duda. El oído funciona de igual forma: señales correspondientes a cada frecuencia nos llegan, en principio, por la interacción de los vellos del caracol, cada uno actúa en una frecuencia determinada, y con ello el preprocesador nos entrega un muestreo de sonido, muy parecido a cualquier muestreador que usamos en el celular o la computadora. De igual forma, esta información muestreada el preprocesador nos la entrega en forma de “sonido”, unas señales nos las entrega como sonidos, con timbre, gracias al muestreo por frecuencias, y con volumen o intensidad. Con todo ello, el preprocesador nos entrega “sonido” a la conciencia auditiva. El olfato funciona de una forma muy similar al oído, salvo que, en lugar de frecuencias activadas por cada pelillo, lo que nos entrega son aromas correspondientes al conjunto de moléculas de las que disponemos para muestrear. El olor a rosa o a humo, es una combinación de señales activadas presuntamente por la presencia de tales moléculas en la nariz, y codificadas y transformadas en aromas. El aroma no está “ahí fuera”, como el sonido o el color. De igual forma, el gusto actúa a partir de la activación de cinco sabores en receptores específicos en la lengua. Esa señal llega al preprocesador y aparece en la conciencia gustativa como “dulce”, “amargo”, “ácido”, “salado” o “umami” … Como lo anterior, lo “amargo” es una construcción del preprocesador, no está “ahí fuera”. El tacto funciona de una forma parecida. Las terminales dan información sobre temperatura, presión y dolor, así como intensidad, como todas. Aquí el mapeo de señales se organiza alrededor del mapa del “cuerpo”, apoyado por el sentido de propiocepción que ubica la posición de las diferentes partes del “cuerpo”. Una señal determinada la interpreta el preprocesador como “frío” en un punto de la “nuca”. ¿Qué es frío? Otra codificación, igual que “calor”, o “suave”, o “punzante” o “doloroso” … Esa cualidad añadida a un lugar dentro del mapa del cuerpo. El sentido del equilibrio funciona en base al envío de señales desde el laberinto en el oído a hacia el preprocesador que son interpretadas como coordenadas es tres dimensiones. Así el resto de los sentidos. Como vemos, todas, absolutamente todas las entradas que llegan a las diferentes partes de la conciencia, que definiremos como “lo que experimenta”, es información codificada y preprocesada por el preprocesador. A este preprocesador de señales le llamaremos Rūpa. Lo que la conciencia experimenta es únicamente los que Namā y Rūpa le proporcionan. En principio, no tiene más entradas que esas dos. Por tanto, lo que experimenta la conciencia es lo experimentado, es decir, Namā más Rūpa. Citta, la conciencia, experimenta a Namā-Rūpa. Las salidas se hacen también a través de Namā-Rūpa. Tanto el pensamiento, la palabra como la acción. Por tanto, no podemos asegurar que más allá de Namā-Rūpa exista nada. Como Citta más Namā-Rūpa es lo que se conoce como “mente” en propiedad no podemos afirmar que nada exista fuera de la “mente”.
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