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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Infantilismo y devoción

Observar a grupos de monjes postrándose en las ruinas de Lumbini lleva a pensar que el infantilismo es recurrente incluso en una «religión» que empodera al ser humano como el único capaz de responder a las preguntas fundamentales: ¿Quien soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué pienso? ¿Que me pasará después de la muerte?. Desde ese objetivo escatológico se plantea la Iluminación. Ser capaz de experimentar por uno mismo la verdad, y ver así todas las respuestas. Pero el infantilismo sigue siendo creer que hay seres más poderosos, que están por encima de nosotros y, por supuesto, les debemos pleitesía. Como los superhéroes jugando con los muñequitos… Sigue siendo más fácil ignorar que saber, creer que experimentar, tener devoción que tener iniciativa. Da igual que el propio Buddha haya excluído explícitamente de la experiencia de Nibbāna a sus devotos. Ahí siguen, postrándose, orando. Y como cualquier niño, su misión es obedecer. Da igual si se comprende o no. Si no, existen intermediarios que cubren el hueco y construyen todo un entramado para que esa relación malsana se perpetúe. ¿Pero quién le rompe la burbuja sin ser acusado de criminal? El universo, el karma, la buena vibra y la paz nos protege, pero al final, uno sigue siendo el mismo mamaracho igual de indefenso que busca desesperadamente una balsa que le socorra ante las preguntas que nos cicatrizan por el mero hecho de poseer la razón. Es una balsa que no ofrece un lado tan complaciente y cómodo para aferrarse, y ese es precisamente mi problema con estas figuras paternas, quieren retornarnos al calor del regazo paterno, a ese regreso al hogar del que fuimos expulsados para lanzarnos entre gritos de infante a eso que llamamos vivir. Sin embargo, todos tienen ese derecho en creer lo que les venga en gana. Mi problema es cuando esta creencia se vuelve intocable, tan intocable como el mismo buda. Entonces, ser cínico o usar un lenguaje agresivo para hablar de las creencias de los demás porque se hieren las sensibilidades en los tiempos apologéticos de la sensibilidad a-flor-de-piel (aun cuando yo no les niegue la posibilidad de hacer lo mismo con mis planteamientos). Y ahí mismo se ven los resultados finales del infantilismo porque, ¿acaso no es el niño el que se tiene que andar disculpando todo el tiempo al quebrantar el orden paterno? ¿No es el infante el que forma una pataleta cuanto le contrarían? Por otro lado, miles de años de devoción infantil han llevado al buddhismo a la extenuación. A nadie le preocupa eso de «iluminarse». Nadie pregunta abiertamente: ¿Aquí, quien se ha iluminado ¿Me lo puedes presentar? ¿Cuanto tiempo se emplea para ello? ¿Como se hace? Ésas son las nuevas preguntas que es de mala educación hacer, ante las que todo el mundo baja la cabeza. Como en una procesión de Semana Santa se van arrastrando los pies hacia una sala de meditación donde se va porque hay que ir. Y cuando se pregunta qué hacen explican cosas vagas sobre paz interior, y relajación y vaguedades así. Si eres más incisivo, te dicen que eso de la Iluminación lleva tantas vidas que hay que tener infinita paciencia y falta de expectativas para superar la travesía del desierto. Que la Iluminación es cosa de Buddhas (vamos a ver, que para llegar a buddha es imprescindible antes no serlo!). Observemos las sectas: Los theravadas a mediados del siglo XIX declararon que los logros espirituales ya no eran posibles (Rey Rama IV de Siam), los Mahayana hacen de la necesidad virtud, y te dicen que no se iluminan, no porque no puedan, sino porque son estupendos y no lo hacen «por compasión» (O sea, para ellos, el Buddha no era para nada compasivo). Así tenemos a lamas renaciendo una y otra vez, señal inequivoca de que no se iluminan. Y respecto a los Zen te encuentras acusaciones sobre cinco de sus seis lideres en USA, que han estado implicados en escándalos sexuales o de robo de dinero, lo que también indica que tampoco se iluminan. Pero le siguen  rezando al Buddha, postrándose ante sus imágenes, encendiendo inciensos ante su presencia, que a pesar de decir una y otra vez que el protagonista de la propia Iluminación es uno mismo, da igual, el infantilismo les puede y rezan para que el Buddha les obre el milagro. Pues ya tiene trabajo, ya.

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