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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Homofobia


La palabra homofobia apareció impresa por primera vez en un artículo escrito para la edición del 23 de mayo de 1969 de la revista pornográfica estadounidense Screw, en el cual la palabra se usó para referirse al miedo irracional de los hombres heterosexuales de que otros puedan pensar que son homosexuales, dentro de una connotación religiosa al estar prohibida tanto en el cristianismo como en el islam.

Es decir, un homófobo es aquel que tiene miedo de que le identifiquen como homosexual, como si ser homosexual en sí mismo fuera una condición despreciativa.

Cuando se utiliza esta palabra como insulto desde grupos de ideología de pensamiento dirigido, se da por hecho de que todo el mundo es homosexual y que solo los que se declaran así son coherentes consigo mismos y están liberados, mientras que todos los demás están atrapados “dentro del armario” por presiones religiosas y sociales.

La homosexualidad es una condición epigenética que se muestra en poblaciones animales en las que el exceso en el número de individuos pone en riesgo la propia supervivencia del gen. Es una defensa de los genes ante un éxito que puede resultar desastroso debido al riego de liquidar los recursos de subsistencia. No es, por tanto, una condición voluntaria. Es similar, por ejemplo, a la propensión epigenética a la diabetes inducida por una fuerte hambruna sufrida por los abuelos. No se elige ser homosexual, como tampoco se elige ser diabético. Pero tampoco es una condición de origen divino, sino ambiental. Es una defensa del gen frente al entorno, y nuestro cuerpo lo fabrican los genes para reproducirse ellos.

Los genes en determinados casos prescinden de individuos particulares si lo consideran necesario para su propio beneficio. De ahí el fenómeno del altruismo, en el que un individuo puede incluso dar su vida para salvar a individuos más capaces de reproducirse cuando se entiende que comparten los mismos genes.

En el caso de la homosexualidad, los genes prescinden de la fertilidad de un grupo de individuos en aras de que el resto pueda sobrevivir.

Desde este punto de vista, mezclar “moral” con epigenética es completamente absurdo, igual que tratar de manipular la “moral social” para imponer el modelo homosexual a toda la sociedad al entender que todos son homosexuales, como vimos en la definición de la palabra “homofobia”.

Los derechos de las personas deben venir dados por el hecho de ser persona. Cuando se trata de dar derechos a grupos “marginados” lo que se consigue es marginar a todos los que no están en ese grupo. La discriminación “positiva” es discriminación negativa del resto, igual que la discriminación negativa de un colectivo es discriminación positiva del resto.

Son matemáticas.

Desde principios del siglo XX, cuando las izquierdas internacionalistas perdieron su fe en el movimiento obrero que se decantó a luchar con sus naciones en la Gran Guerra en lugar de hacer frente común proletario y negarse a luchar, se han dedicado a buscar a grupos para victimizarlos para “salvarlos” igual que lo intentaron con los obreros proletarios. Entre esos grupos están las mujeres y los homosexuales.

El precio de la salvación que ofrecen es la renuncia al pensamiento propio y la adhesión irrenunciable al pensamiento único dictado por aquellas izquierdas. No se puede ser mujer como uno quiera, se debe ser mujer como ellos dictan, de igual forma no se puede ser homosexual libremente, sino como ellos imponen. Tratan de imbéciles a aquellos imbéciles que entienden que necesitan ser salvados de sí mismos; ser salvados de ser homosexuales o de ser mujeres.

Las izquierdas totalitarias siempre actúan de la misma forma: los fascismos alienan a los tontos con la idea de la pertenencia a la nación y los trotskismos internacionalistas a cualquier cosa que pueda implicar pertenencia mientras que sea diferente a la idea de nación. Siempre apelan al “yo” al “nosotros”, al “mío”, al “nuestro” frente a todos: es decir, a la soberbia, que es el mejor cebo para pescar a los tontos.

Estos colectivos totalitarios se caracterizan por su intolerancia irracional.

Y es curioso que los mismos intolerantes exijan intolerantemente tolerancia. Da igual que sean fascistas, feministas o los llamados “colectivos LGBTI”. Son grupos de descerebrados manipulados por aquellos que los “salvan” y los usan como peones en sus peleas partidistas.

Nada diferente de las religiones tradicionales.

Si nos olvidamos de los ropajes, de las consignas, de las banderas, siempre vemos lo mismo. Igual da un islamista radical que una feminazi vociferante o un militante LGBTI. Precisamente esos colectivos se apoyan entre sí y no es por casualidad.

Su objetivo sigue siendo el mismo: destruir el capitalismo destruyendo la convivencia social.

Pero esto no se queda aquí.

Hay más.

El adoctrinamiento totalitario, en el que la persona no se ve como alguien portador de derechos sino como una herramienta fungible, conlleva el fomento de conductas que representen un peligro objetivo no solo para el adepto, sino para toda la sociedad.

En el caso de los colectivos homosexuales, este aleccionamiento incluye el impulso a las conductas sexuales de riesgo, lo que condiciona que sean un reservorio de agentes biológicos perjudiciales para la salud. Siendo grupos minoritarios, su prevalencia en casos de VIH, enfermedades de trasmisión sexual, hepatitis C o determinados carcinomas es enorme, como lo demuestran las estadísticas del CDC, Centro para el Control de Enfermedades.

Pero, además, representan un riesgo higiénico para el resto de la población.

Es evidente que mantener guetos infecciosos es ideal para la victimización imprescindible para su lucha totalitaria.

¿Es inteligente tolerar a los intolerantes?

Piénsalo.

Finalmente, las conductas sexuales de riesgo están expresamente condenadas en los cinco preceptos, ya que se producen por apego o aversión y siempre, siempre, forjadas por la ignorancia.

Ahora, si quieres, me llamas homófobo y así te retratas como el imbécil descerebrado teledirigido por totalitarios que eres.

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