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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Harappa

La Historia de la India no puede por menos que empezar por una historia, la de Manu:

“Cuando Manu se estaba lavando las manos una mañana, un pequeño pez llegó a sus manos junto con el agua. El pez le pidió protección a Manu porque los peces más grandes podían devorar a los peces pequeños, y que necesitaba protección hasta que creciera.

Le dijo:

—¡Créeme! Te salvaré.

Manu le guardó en un frasco, y más tarde, cuando creció lo llevó a un estanque y finalmente lo echó al mar.

Un día el pez advirtió a Manu de una próxima inundación y le aconsejó que preparara un barco y entrara en él cuando llegara la inundación.

El nivel del agua comenzó a aumentar a la hora señalada, y Manu entró en la nave. Luego, el pez nadó hacia él, y ató la cuerda del barco a su cuerno (lo del cuerno …), y así lo arrastró rápidamente hacia la montaña del norte. Al llegar, y después de sujetar el barco a un árbol, el pez le ordenó ascender a la montaña y bajar solo después de que el agua hubiera disminuido.

Manu fue descendiendo gradualmente. Es por esto que la montaña del norte se llama Manoravataranam, o el descenso de Manu. Las aguas barrieron los tres cielos, y solo Manu fue salvado”.

Es evidente de que se trata del Diluvio. Nuestra historia está registrada en el Satapatha Brahmana, uno de varios apéndices verbales de los Vedas, himnos sagrados que se consideran de los más antiguos del mundo. Compuestos en sánscrito clásico, los Vedas se datan en el segundo milenio antes de la Era Común. Los Vedas junto con obras posteriores como los Brahmanas y las dos grandes epopeyas sánscritas, el Mahabharata y el Ramayana, comprenden una herencia literaria de la que se ha derivado todo el conocimiento de la historia de la India antes del año 500 aEC.

Esta historia nos va a servir de ejemplo de cómo un cuento muy simple puede llegar a derivarse en una epopeya épica, muy al gusto indio. La historia de Manu nos presenta al progenitor de la raza humana y explica, de paso, el nombre de una montaña.

Pero esto es una interpretación demasiado modesta para las generaciones posteriores. Con el tiempo, la historia va tomando tintes épicos. Así la difícil situación del pez pequeño que podría ser devorado por peces más grandes se convirtió en una metáfora de un estado anárquico del tipo “ley de la jungla”. La inundación de Manu, como la de Noé, llegó a ser vista como el medio para detener este caos. ¿Y quién mejor para organizar las cosas y así salvar a la humanidad que el Señor Vishnu? Una deidad menor cuando se compusieron los Vedas, Vishnu se había elevado a la fama como el gran conservador del mundo en el panteón hindú y el segundo miembro de su trinidad. Por lo tanto, a su debido tiempo, el Diluvio se convirtió en un símbolo de orden fuera del caos a través de la intervención divina, y el pececillo llegó a ser reconocido como la primera de los nueve avatares del Señor Vishnu.

El mito, por remoto que sea, siempre está al servicio a las necesidades de cada momento. Lo mismo ocurre con la historia, en India como también en otros lugares.

Por otro lado, la similitud con la historia de Noé es evidente. La tendencia a subordinar las cosas indias a eventos paralelos en la historia de los países del oeste es un tema recurrente en la historiografía india que provoca la ira de algunos historiadores indios, de forma que incluso niegan toda influencia de Occidente.

En el caso del diluvio, la India tiene muchas más razones para temer inundaciones que sus vecinos en las tierras áridas del oeste de Asia. Las inundaciones, aunque se asocian más con la costa este del subcontinente indio, siempre han anegado anualmente también vastas áreas de las cuencas del Ganges e Indo.

Otro aspecto recurrente en la Historia de la India es el caos en las fechas. Algunos historiadores han datado el Diluvio mediante elaborados cálculos con mucha precisión en el 3102 aEC. Esta fecha marca el comienzo del Kali Yug, la era actual en la cosmología india, cuando Manu se convierte en el progenitor, rey y legislador del nuevo pueblo. También es la primera fecha presumible en la historia de la India y, al ser de una exactitud tan improbable, podríamos considerarla.

Otros historiadores, reconocen la importancia del 3102 aEC pero no como la fecha del diluvio sino de la gran guerra de Bharata, un conflicto de estilo homérico, que se desarrolló en las cercanías de Delhi. Esta guerra fue inmortalizada en la epopeya sánscrita conocida como Mahabharata, cuya composición de aproximadamente 100.000 estrofas ya es una epopeya en sí misma. Es ocho veces más larga que La Ilíada y la Odisea de Homero juntas, y más de 3 veces más larga que la Biblia. De acuerdo con la versión de Narasimhan, solo unas 4.000 líneas se relacionan con la historia principal; el resto contiene mitos y enseñanzas adicionales. De nuevo vemos la tendencia a engordar mitos.

Otra evidencia basada en una investigación más reciente y más severa concuerda en que la guerra fue mucho más tarde que el cuarto milenio antes de la Era Común. Este gran evento individual en la historia antigua de la India que inspiró el poema más largo del mundo, no ocurrió hasta el año 1400 aEC según Historia y Cultura del Pueblo Indio, una obra estándar de muchos volúmenes encargada en la década de 1950 para celebrar la liberación de la India.

Sin embargo, 3102 aEC, después de todo, puede aplicarse a un Diluvio. En excavaciones del lejano Iraq los arqueólogos han encontrado evidencia de una inundación espantosa. Sumergió la ciudad sumeria de Shuruppak, y ha sido fechada con cierta confianza a finales del cuarto milenio antes de la Era Común. De hecho, 3102 aEC puede servir perfectamente.

Esta inundación sumeria, y la historia local del Génesis en la epopeya de Gilgamesh que probablemente se derivó de ella, se consideran el origen de la leyenda del diluvio que se deslizó en la tradición judeocristiana. Los detalles abogan firmemente por el plagio de alguna fuente común, donde Manu y Noé son manifestaciones reubicadas del mismo prototipo sumerio.

Pero lo mismo que le sucedió a Shuruppak le pasó a Hastinapura. Esta ciudad fue destruida en una inundación del Ganges alrededor del año 800 aEC. Hastinapura se había convertido en la capital de los descendientes de Arjuna, uno de los principales protagonistas de la guerra, después de la gran guerra de Bharata.

Dado que la inundación de Hastinapura también se registra en la tradición textual sánscrita, y puesto que la misma tradición nos asevera que la ciudad estaba entonces bajo su séptimo gobernante desde la guerra, se ha postulado una fecha aproximada para la misma alrededor del 975 aEC.

A lo que íbamos, para el mismo hecho histórico ya llevamos recolectadas tres fechas: 3102 aEC, 1400aEC y 950 aEC. El margen es disparatado hasta para la Prehistoria. Cualquier verso mal transcrito, cualquier mala traducción termina causando estragos. Este es otro detalle a tener en cuenta cuando veamos cómo se formó la conocida pero delirante historia de Siddharta.

De la misma manera, un descubrimiento casual puede provocar revisiones importantes. Hubo otra inundación, mucho antes que la de Hastinapura, que es una seria candidata para ser a la que sobrevivió Manu. Inundó las llanuras del bajo Indo en lo que ahora es Pakistán poco después del año 2000 aEC, y creen que, de hecho, puede haber sido una sucesión de inundaciones de origen incierto.

Las inundaciones fueron mala cosa para aquellos agricultores que habían sido pioneros en una economía altamente productiva basada en el cultivo de cereales en el suelo fino junto al río gracias a una exitosa gestión del aumento estacional del río para enriquecer e irrigar sus campos. Las plusvalías anuales habrían generado riqueza, alentado las industrias artesanales y fomentado el comercio. Así, los asentamientos se fueron convirtiendo en ciudades a lo largo del Bajo Indo y sus afluentes. Así se construyó una de las primeras sociedades urbanas del mundo, contemporánea de las del Nilo y el Éufrates y rival de éstas como Cuna de la Civilización.

Luego, poco después del 2000 aEC llegaron las inundaciones que destruyeron a esta civilización precoz. El lodo del Indo, capa tras capa, ahogó las calles, pudrió las maderas y se apiló sobre los tejados. El nivel del suelo aumentó diez metros y la capa freática la siguió. Mientras tanto, el río reanudó su flujo regular y encontró nuevos canales por donde inundar. Muy por encima de estas ciudades, ahora relegadas al olvido debajo de toneladas de barro, otros pueblos pastoreaban cabras, sembraban semillas e hilaban mitos. Una gran civilización se perdió literalmente en la memoria.

No fue hasta la década de 1920, casi cuatro milenios después, cuando se empezó a sospechar de su existencia. Arqueólogos indios y británicos, mientras investigaban las ruinas más visibles en Mohenjo-Daro en Sind y Harappa en el Punjab, hicieron el mayor descubrimiento prehistórico del siglo XX. Llamaron a su hallazgo la “Civilización del Valle del Indo”, y las compararon con las de Egipto y Sumeria. Inicialmente consideraron que podría ser una rama de la Sumeria. Pero a medida que su cultura sofisticada y sorprendentemente uniforme se hizo más evidente, la Civilización del Valle del Indo recibió un estatus distinto. Finalmente, al descubrirse la extensión de su alcance cultural que abarcaba una gran cantidad de otros sitios, muchos de ellos mucho más allá del valle del Indo, pasó a llamarse como la Civilización Harappa.

La arqueología se convirtió en una digna compañera de la herencia literaria sánscrita de una antigüedad igualmente impresionante, aunque enloquecedoramente incierta, tal como la comprenden los Vedas y los textos asociados: los Brahmanas y los Puranas, así como epopeyas como el Mahabharata. Estas dos fuentes tan diferentes, una puramente arqueológica y otra puramente literaria, se complementarían entre sí.

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