La prueba más palpable de que la Rueda del Dhamma está rota es que se la encuentra partida a trozos y, por supuesto, no funciona. El objetivo que llevó al Buddha a ponerse a explorar fue el fin de sufrimiento, es algo en lo que todo el mundo está de acuerdo. Que lo logró, es la clave de la budeidad. Que su dhamma se expuso para extinguir el sufrimiento, es evidente. Que no funciona, es palpable: hay 500 millones de buddhistas y todos sufren… Estamos hablando del núcleo de la doctrina del Buddha: las Cuatro Nobles Verdades. Cuando algo se tiene que interpretar, es porque no está claro. Y esta fórmula tiene miles de interpretaciones, pero ninguna válida: si existiera al menos una que eliminara el sufrimiento, las demás desaparecerían. Pero todas conviven juntas, unas al lado de otras. Si nos ponemos a analizar las Nobles Verdades, veremos que las tres primeras se centran en el sufrimiento, su origen y su cese. Y la cuarta es el Noble Sendero. Si nos dejáramos de “Nobles” y las tratáramos como definiciones y las analizamos, vemos que, en efecto, son las Verdades son verdades, quizás demasiado evidentes como para no poder montar una “religión” a partir de fórmulas tan evidentes. Que el sufrimiento existe, es obvio. Que su origen es el apego, también, y que si no naces no sufres, es de una obviedad aplastante. Aun así, el análisis es bastante defectuoso. El apego es el origen inmediato, pero el apego tiene su causa también. La gente no se apega por defecto, no nace para ir apegándose a todo lo que ve. El apego tiene su atractivo que hace que la gente caiga una y otra vez, alienada hacia su perdición. Y ese atractivo no es más que la Felicidad. Desde la más tierna infancia, desear algo te hace mucho más feliz que obtenerlo. La ilusión del niño antes de la noche de los regalos, imaginarse disfrutando el juguete deseado… Eso provoca felicidad, y es por la felicidad por la que la gente se apega. Después, una vez que se tiene el regalo, ya no se experimenta más felicidad y el niño se siente vacío, y vuelve de nuevo a desear, porque el deseo es la acción que provoca la droga que le satisface. De igual forma, la aversión también nos hace felices: imaginar mil martirios al que someter a quien te ha ofendido te provoca una enorme dosis de felicidad, que sirve para compensar el robo de felicidad que te ha causado. Y como el juguete, si acabas dañando al otro, eso no te hace sentir bien, al revés, pero lo justificas por lo feliz que te hizo. Pero la Felicidad, a su vez, tiene un origen, que no es otro que la estúpida adicción de los humanos a la Serotonina. La droga que nos hizo lo que somos. Rapaces del planeta, buitres de nosotros mismos. La sociedad de consumo es la sociedad de la felicidad. En ninguna parte oyes que alguien la condene, al contrario. Incluso se toma como pilar en alguna constitución. Insignes “maestros” alardean de lo felices que son mientras llevan la cabeza cargada de cables… Pero lo que te hace feliz, te arrastra al sufrimiento. Hacer estupideces a la larga, es lo que realmente hace sufrir. Y si haces las cosas por tu dosis de droga, en lugar de por sus posibles consecuencias, quizás consigas tu dosis, pero lo que es seguro es que el resultado no va a ser bueno. El Buddha ni era feliz ni tampoco ofrecía felicidad. No es por casualidad que las religiones en el mundo vendan un paraíso de felicidad, unos que si cantando y otros que si con huríes. El cielo de los drogadictos se imagina como una farmacia infinita… Resulta inmoral ofrecer droga a los niños: es lo que pasa con quien ofrece felicidad. Y como todas las dependencias, lo primero es ser consciente del problema, y luego dejar la droga. Y se deja no consumiéndola, o sea, evitando la felicidad cuando se piensa, se habla o se hace. Y como el hombre es un animal de costumbres al cabo de 66 días, dejas de buscar la felicidad, dejas de apegarte, estás atento a lo que hay que estar, dejas de hacer estupideces y dejas de apegarte. Y si no te apegas dejas de sufrir Esto es así, no es complicado y funciona. Aquí no hacen falta “interpretaciones”. Lo que funciona, funciona y es así, porque funciona. Si no funcionara no sería así, como les pasa a las mil interpretaciones del Dhamma. Sabiendo esto, nos acercamos a las Nobles Verdades, a ver si son verdades. Y, al menos, mentiras no son. No son toda la verdad, pero mentira tampoco son. Y nos vamos a la cuarta Noble Verdad, el famoso Óctuple Sendero, del que viene el logotipo del buddhismo: la rueda de ocho radios. Si analizamos estrictamente el contenido, vemos que son nueve o diez radios, y son radios de una rueda que gira. Se trata de un ejercicio que se retroalimenta, donde acaba un giro, comienza el siguiente: primero entendemos que es lo correcto aunque no lo tenemos claro, después ponemos intención para hacer lo correcto, después evitamos aquello que siempre se hace por apego o aversión, tanto en acción como en palabra, después usando la atención y el esfuerzo nos ponemos a discriminar todo lo que hacemos para determinar si lo hacemos alienados por el apego o la aversión, o lo hacemos por ignorancia, que es el modo correcto de vivir: llegar a no hacer nada por ignorancia. Esto trae beneficios inmediatos. Todo el conjunto se concentra y es lo que lleva a la sabiduría correcta que es la que vuelve a entrar por el entendimiento, ya sabiendo más de que es correcto. Y eso lleva a la liberación correcta. O sea, mentira no es. Además funciona, aunque está tan mal expuesto tan liado que insignes “maestros” en la historia del buddhismo han querido “arreglar” la rueda partiéndola en tres pedazos: “Sila”, “samadhi” y “pañña”. ¿De dónde se pueden sacar tal aberración? ¿Cómo va a funcionar una rueda partida en tres trozos? Si damos por hecho que el Buddha sabía de lo que hablaba, nuestra mirada se dirige hacia el único sospechoso: Ananda, el inútil. Ese mismo que se acordaba de muchísimas cosas pero que no se enteraba de ninguna, porque lo suyo era la memoria, no la práctica. Confiar en este individuo para confeccionar la versión del primer dhamma cismático, trae consecuencias. Sobre todo, de toda la bola de ignorantes que se han tragado la versión anandista como si fuera la palabra de un dios celoso, sin entender que toda doctrina debe ser corroborada por la práctica. “Es que aquí pone…”. Donde las cosas se ponen o no se ponen es la la práctica, no en un papel, que lo soporta todo. Y si está mal expuesto, nadie sabe meditar, como vimos en la entrada anterior, y no funciona, la gente se pone a divagar y a hacer millones de interpretaciones que, como nadie las valida, se convierten el montón de basura tóxica más grande del vertedero de las ideas. ¿Verdades?, pues sí. Pero no son toda la verdad. Y no hay peor mentira que una verdad a medias.
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