En medio del desastre doctrinario que provocaron las diferentes herejías de uno y otro signo (lactancistas contra eugenistas) hubo un oscuro personaje que se hizo un hueco en la historia que ésta le había negado, Esteban II. Vimos que el centro de gravedad del Imperio Romano se desplazó definitivamente hacia Oriente incluso antes de que Constantino hiciera de la cuidad que lleva su nombre la nueva capital, abandonado Roma. Más aún después de la caída del Imperio de Occidente quedó Roma desplazada respecto de las otras tres sedes arzobispales de Antioquía, Alejandría y, por supuesto, Constantinopla.
Sin embargo, el obispo de Roma, de una Roma arrasada, pobre y olvidada, es hoy la cabeza de la iglesia trinitaria, con el título de Papa y, además es jefe de uno de los estados más ricos e influyentes del mundo.
¿Qué obró tal maravilla?
Lo de siempre, otra falsificación. La llamada “Donación de Constantino”.
Desde el papa Gregorio Magno (590-604) la sede de Roma comienza un acercamiento cada vez más estrecho al reino franco. Según parece, un borrador inicial de la Donación de Constantino se realizó poco después de mediados del siglo VIII, para ayudar al Papa Esteban II en sus negociaciones con Pipino el Breve, quien luego ocupó el cargo de Mayordomo del Palacio (es decir, el administrador de la casa del rey franco). En 754, el Papa Esteban II cruzó los Alpes para ungir Pipino como rey de los francos y patricius romanorum, permitiendo así a la familia carolingia suplantar la antigua línea real merovingia, dándola por extinguida.
A cambio del apoyo de Esteban II, Pipino le regaló al Papa las tierras en Italia que los lombardos habían tomado del Imperio Bizantino (del este de Roma). Estas tierras se convertirían posteriormente en los Estados Pontificios y serían la base del poder temporal del Papado durante los próximos once siglos.
De este modo el Papa se arrogaba la facultad de traspasar la dignidad real de una dinastía a otra y a la vez, como contrapartida, concedía al rey de los francos la capacidad de intervenir en los asuntos italianos. De hecho, Pipino cruzó los Alpes en dos ocasiones para reconquistar vastas regiones de la península italiana de manos de los lombardos y las donó a los territorios a “San Pedro, el Príncipe de los Apóstoles”; de este modo se constituyeron en pleno siglo VIII los Estados de la Iglesia, y el Papa quedó convertido en un monarca temporal.
Al ser necesario justificar semejante innovación jurídica, se recurre al viejo método medieval de inventar un documento que retrotrajese en el tiempo la situación que se daba en el presente. Este fue el nacimiento del documento que ha pasado a la historia como la Donación de Constantino (Donatio Constantini ss. VIII-IX). Incluso se ha llegado a colocar su elaboración en el norte de Francia, en la Abadía de Corbie y en el siglo IX.
Existe una distinción entre la Donación de Constantino y una versión anterior, igualmente falsificada, el Constitutum Constantini, que se incluyó en la colección de documentos falsificados, los Falsos Decretos, recopilados en la segunda mitad del siglo IX. Al parecer, la donación es una expansión posterior del Constitutum, mucho más breve.
La Donación de Constantino indicaba que el papa Silvestre I, primer papa histórico, había recibido del emperador Constantino I el derecho de gobernar la ciudad de Roma y sus alrededores de la misma manera que un monarca temporal, sosteniendo además derechos del Papado para intervenir en los asuntos políticos de Italia y del Imperio romano de Occidente, así como de una sucesión de territorios adicionales (Grecia, Judea, Tracia, Asia Menor, África), formando así una autoridad político-religiosa dotada de poderes temporales y de gobierno.
En las querellas entre el Papado y el Sacro Imperio Romano Germánico, la «Donación» sirvió posteriormente como argumento para justificar el derecho del Papa a gobernar territorios en Italia y conducirse como un monarca efectivo de esos territorios, que fueron conocidos como Estados Pontificios.
La «donación de Constantino» fue mencionada por vez primera en una comunicación del papa Adriano I a Carlomagno, a inicios del siglo IX, pero fue utilizada en un documento oficial sólo a mediados del siglo XI cuando textos de la «Donación» son citados por el papa León IX como argumentos para requerir a Miguel I Cerulario, patriarca ortodoxo de Constantinopla, que debía reconocerse la sujeción del Imperio Bizantino a la sede papal de Roma, ya que solamente a ésta le correspondía la jefatura universal (católica) del cristianismo.
En ese requerimiento de León IX se informaba a Miguel Cerulario que los “derechos” del Papado no surgían de simples rumores o costumbres, sino de la «donación de Constantino», documento emitido por Constantino el Grande. Citó una gran parte del documento, provocando obviamente el Cisma de Occidente, por el que la Iglesia de Roma quedó fuera de la comunión de las de Oriente, cisma que hoy se mantiene entre la iglesia ortodoxa y la católica romana (“universal” por virtud de esta falsificación).
Esta falsificación que hace “católica” a la iglesia romana y da sentido al “casquete” blanco que ostenta el Papa constantemente dando a ver a todos así que su poder se basa en una falsificación.
En los siglos XI y XII, la Donación fue citada a menudo en los conflictos de investidura entre el papado y los poderes seculares en Occidente.
Sin embargo, el fraude era tan burdo que ya en el año 1000 el emperador Otón III había dudado de ella. Con el interés por el estudio del latín y del griego a inicios del siglo XV causó que Lorenzo Valla demostrara que la «Donación» era un engaño, pues el análisis lingüístico del texto incorporaba giros idiomáticos y palabras que no existían en el latín de los años finales del Imperio romano. Por ejemplo, incluía la palabra «feudo» algo desconocido en el siglo IV, por lo cual la fecha de redacción de la «Donación» debía ser forzosamente posterior. El cardenal y humanista Nicolás de Cusa ya había denunciado la falsificación.
Eso sí, oficialmente el Papado jamás ha declarado la falsedad de la «Donación». Lo que hizo fue dejar de sacarla para todo, ni siquiera en la Bula Inter Caetera de 1493 cuando el Papado se atribuyó facultades para dividir el Nuevo Mundo entre España y Portugal.
Este es un resumen del contenido:
Es una carta dirigida supuestamente por Constantino, al Papa Silvestre I (314-35) y consiste de dos partes.
En la primera (titulada «Confessio«) el emperador relata cómo fue instruido en la Fe Cristiana por Silvestre, hace una profesión llena de fe, y cuenta su bautismo por ese Papa en Roma, y cómo de este modo se curó de lepra.
En la segunda parte, (la «Donatio«) Constantino dispone conferir a Silvestre y a sus sucesores los siguientes privilegios y posesiones:
El Papa, como sucesor de San Pedro, tiene la primacía sobre los cuatro Patriarcas de Antioquía, Alejandría, Constantinopla, y Jerusalén,
El Papa también tendrá supremacía sobre todos los Obispos en el mundo.
La basílica de Letrán en Roma, construida por Constantino, mandará sobre todas las iglesias como cabecera,
Las iglesias de San Pedro y San Pablo serán dotadas de ricas posesiones.
Los principales eclesiásticos romanos (clerici cardinales) quienes también pueden recibirse como senadores, obtendrán los mismos honores y distinciones que éstos.
Como el emperador, la Iglesia Romana tendrá funcionarios cubicularii, ostiarii, y excubitores.
El Papa disfrutará los mismos derechos honorarios que el emperador, entre ellos, el de llevar una corona imperial, una capa purpúrea y túnica, y en general toda insignia imperial o señales de distinción; pero, como Silvestre se negó a poner en su cabeza una corona de oro, el emperador lo invistió con el superior casquete blanco.
Constantino, el documento continúa, pone al servicio del Papa, un strator, es decir quien llevará el caballo en que montará el Papa. Es más, el emperador obsequia al Papa y a sus sucesores el palacio de Letrán de Roma y las provincias, distritos, y pueblos de Italia y todas las regiones occidentales (tam palatium nostrum, ut prelatum est, quamque Romæ urbis et omnes Italiæ seu occidentalium regionum provinicas loca et civitates).
El documento continúa diciendo, que el emperador ha establecido para sí, en el Este, una nueva capital que lleva su nombre, y allá él quita su gobierno, porque es inoportuno que un emperador secular tenga poder donde Dios ha establecido la residencia de la cabeza de la religión cristiana. El documento, concluye con maldiciones contra todos los que se atrevan a violar estas dádivas y con la certidumbre que el emperador las ha firmado con su propia mano y las ha puesto en la tumba de San Pedro.
Como vemos, no falta de nada. Las mentiras cuanto más gordas mejor cuelan.
Aquí hay un asunto que no se nos debe escapar. El Papa era al tiempo cabeza de la iglesia trinitaria a la vez que árbitro de los poderes de Occidente. Esto chocó frontalmente en la Hispania del siglo VIII y IX que se opuso a la pretensión de Carlomagno de hacerse “Emperador del Imperio Romano de Occidente” y con ello suplantar el poder político e imponer así el trinitarismo en una sociedad abierta que ya rechazó violentamente la imposición de esta creencia intolerante en favor de una mayoría arriana y judía al hacer caer a la dinastía visigoda en el 711.
Esta oposición a Carlomagno y, por ende, a la iglesia trinitaria, ahora por mor de esta falsificación también “católica”, contribuyó al aislamiento de la Hispania tolerante del resto de Europa y la posterior y gradual islamización en los 150 años siguientes, como forma de disensión con estas componendas jurídico-religiosas.
La pérdida de Hispania será “explicada” en los siglos siguientes como una “fulgurante conquista de la todopoderosa caballería árabe” mediante una nueva falsificación que ayudó, otra vez y esta vez, a legitimar al rey de Asturias como “heredero” de la dinastía real visigoda, para lo que se inventan el mito fundacional de España, la “batalla de Covadonga” con la milagrosa intervención de la Virgen María, “Madre de Dios”, recordemos, contra los moros.
Así ya tenemos una “conquista” con lo que ahora podremos hablar de “Reconquista”.
Se inventó toda una patraña histórica en la que son los árabes musulmanes los que conquistan la península e imponen su lengua como idioma, cuando resulta, como veremos. que hasta el año 800 no hubo ni Corán, ni islam, ni biografía de Muhammad, y ni siquiera gramática árabe, y mucho menos un califato Omeya en Damasco (que daría legitimidad al califa omeya de Córdoba).
Todo cocido en Bagdad.
A estas alturas no te sorprenderá mucho que te diga que fue para legitimar a la dinastía Abasida.
Está claro que solo los poetas y los mentirosos tienen opción en esto de construir la Historia.
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