Antes de entrar a estudiar cómo la salud mata, vamos a estudiar cual es el punto donde los mentirosos, ladrones y, lo que es peor, asesinos, atacan nuestra salud.
Ese eslabón no es otro más que el médico.
La profesión de médico es verdaderamente única por lo extraña que resulta.
Lo primero que llama la atención es lo larga que resulta la carrera con respecto a cualquier otra. Una vez que se acaba la universidad no se está facultado para ejercerla de forma normal y se requieren tres años más de internado, donde se les enseña el oficio mientras trabajan de lo que nadie quiere. En otras palabras, se necesita licenciarse para llegar a ser un simple aprendiz.
El asunto se complica porque se deben preparar para el examen de residencia. Resulta sospechoso que alguien recién licenciado no acceda directamente a ser aprendiz de médico, esto ya denota la falta de confianza en el sistema educativo universitario que, de hecho, hace fracasar en esta prueba a un número considerable de médicos.
Lo segundo es que el sistema de acceso es diabólico, se elige especialidad según orden de notas obtenido, notas que nada tienen que ver para una determinada especialidad. Por tanto, a no ser que se quiera una especialidad poco apreciada o se tienen las mejores notas, la probabilidad de ejercer la carrera buscada es mínima.
Estos dos factores, la extrema duración de la carrera además de la dificultad de ejercer lo que se desea, condiciona a que muy pocos facultativos ejerzan vocacionalmente. Además, es una profesión que pone aprueba el estómago de los aspirantes, a base de tratar con todo lo repulsivo del cuerpo humano que, ciertamente, es casi todo.
Si trabajas con cosas desagradables, en algo que no te gusta y necesitas emplear muchísimo tiempo, ¿cuál es la motivación principal para ser médico?
Lo adivinaste, sí. El dinero.
Una gran mayoría de gente entra a la medicina por el dinero, son mercenarios de la sangre y las tripas, dispuestos a pasar lo que sea necesario para ganar dinero. Y si les dejan, mucho dinero.
Después, el ejercicio de la profesión no corresponde a ninguna otra profesión, sino que se asemeja más a un oficio. No se puede considerar profesional a alguien que jamás estudia un caso, que jamás investiga, que da respuestas sin ni siquiera tener los datos suficientes y que nadie le ha preparado para recetar, que es lo que la gran mayoría hace. Parece increíble, pero nadie enseña a los médicos a recetar, no saben casi nada de farmacología, farmacocinética y absolutamente nada de higiene industrial. Y esto es porque el médico debería dedicarse a diagnosticar, porque tiene ojos, manos, oído, nariz… para observar al paciente. Debería ser capaz de diagnosticar y, una vez hecho el diagnóstico pasárselo al profesional que sí conoce el medicamento, sus interacciones y efectos secundarios. A ese profesional, el farmacéutico, ya le ocuparon en exclusiva de mover cajitas a cambio de mucho dinero.
Así que tenemos al médico, que casi no sabe de fármacos dando fármacos a diestro y siniestro.
Además, se le exige que resuelva los casos en unos pocos minutos. Eso no solo es impresentable, sino que es muy peligroso. ¿A alguien se le ocurre exigir a un ingeniero civil un cálculo de estructuras así, de pronto y de memoria? ¿O a un abogado que estudie un caso así, a bote pronto?
En este punto, nos vamos a levantar, nos colocaremos una bata blanca, un estetoscopio que es su “insignia distintiva” y nos colocaremos al otro lado de la mesa…
Estás delante de un paciente que no sabe expresar qué tiene. Le preguntas, miras rápidamente su historia… demasiado larga… te cuenta. Ocho de cada diez palabras no sabes ni a qué viene. El tiempo corre. Te queda un minuto para diagnosticarle y hacerle tres o cuatro recetas. El paciente sigue dando muestras de no saber expresar qué le pasa. El tiempo se acaba…
Y después de ese, otros 34 más. Así igual e igual todos los días.
Al médico le enseñan pocas cosas, pero las fundamentales para enfrentarse a esta situación son:
Responde rápido, aunque sea cualquier cosa, con tono de seguridad para que el paciente no desconfíe de que lo sabes todo.
No se te ocurra apuntar los síntomas, recopilarlos y decirle que los vas a estudiar y que mañana o pasado le darás la solución. Eso lo haría cualquier profesional, pero no le está permitido al médico porque creen que haciendo eso el paciente pierde la fe en él.
El principal trabajo del paciente, y el primero es sobrevivirle a su médico. Eso lo sabe el médico, no el paciente y le sirve para tomarse las cosas con calma.
El 80% de los procesos remiten espontáneamente en tres o cuatro días, por lo que, si no se le da cualquier cosa, se curará y el éxito será del “ojo clínico” del médico y de su maravillosa capacidad de recetar el medicamento apropiado.
Solo debe cuidar de no envenenarle, al menos demasiado rápido.
Si al cabo de esos tres días el paciente vuelve, no hay problema, se le da más tiempo a su cuerpo de que se cure solo. Esto se consigue mandándole pruebas que, cuanto más se retrasen, mejor. Así la posibilidad de que se cure solo (o que “remita la enfermedad”) son mayores.
Si aún así, el paciente no se cura y se pone peor, la consigna es que no se me muera aquí. Así que se le deriva al hospital y listo.
Si te das cuenta, hacer de médico tampoco es tan difícil.
Además, y este es el punto clave a su favor, que no sucede con otras profesiones, el paciente siempre, antes o después, acaba muriendo. Imagina la tranquilidad de un arquitecto que sabe que su edificio se va a caer, que es natural que se caiga y que nadie va a reprocharle que se caiga.
O sea, en el peor de los casos, que haciéndolo todo mal el paciente se le muere sin darle tiempo a derivarlo a otro colega, se le echa la culpa a Dios: “estaba de Dios”, “era su voluntad” … y estupideces del estilo.
Eso se llama licencia para matar.
El médico no es que sepa mucho de medicina, pero le vale saber un poquito más que el paciente que tiene delante.
Un paciente se convierte en víctima desde el momento en el que el médico puede lucrarse de su salud y no tiene inconveniente en hacerlo.
La diferencia fundamental entre la sanidad privada de la pública es que en la primera se fracasa si la víctima sana y en la segunda si la víctima regresa. El negocio de la sanidad privada es mantener gastando a sus víctimas cuanto más, mejor. No dudarán en pedir una y otra prueba, incluso si el paciente sanara espontáneamente el objetivo es encontrarle alguna patología preferentemente crónica, para que pague hoy y siempre, hasta la total ruina del mismo momento en el que la sanidad privada se olvida de su víctima. Para poder sangrar al paciente es fundamental que se siente cómodo, confortable, atendido, querido, amado, servido. Para esto emplear “azafatas” y “azafatos” de muy buen ver y mejor atención, disposición y eterna sonrisa es parte del modelo de negocio.
Por su parte, la sanidad pública lo que no quiere es que el paciente regrese, por tanto, cuanto peor se le trate, mejor. La ventaja es que si se regresa una y otra vez se le obliga al médico a tener que curarle (o matarle) para que no vuelva.
En resumen, solo en la sanidad pública puedes intentar conseguir que te curen, eso sí, a costa arriesgar tu vida.
En ambos casos, estamos tratando con pacientes enfermos, o sea, susceptibles de caer en sus manos.
Se han hecho estudios acerca del nivel de lectura entre egresados universitarios y nos encontramos que el colectivo que menos lee es… sí, los médicos. Lo habrás adivinado porque si no saben escribir, lo de leer ya ni hablamos.
Además, en el ejercicio de la profesión casi ninguno investiga o innova, así que, aparte de las charlas en las que los responsables sanitarios les programan cómo deben actuar, mediante el empleo de protocolos cerrados. Al final, el médico no es más que un sistema de sensores inteligente que sirve para detectar un conjunto finito de síntomas en un paciente vivo, y diagnosticar según el protocolo.
Esto va a llevar más pronto que tarde a la robotización de la profesión, quizás afortunadamente. A fecha de hoy los sistemas de inteligencia artificial basados en el aprendizaje de máquinas se consideran los mejores especialistas del mundo. La sustitución de los médicos vendrá dada por la atención en casos especiales y poco más. Por otra parte, sus altos costes laborales hacen muy atractiva su sustitución.
Así que tenemos a un colectivo de semianalfabetos que sabe algo de la medicina que estudió allá por sus años jóvenes, y que ascienden por antigüedad, o sea, a más ignorancia y peores mañas, más responsabilidad.
Al final, los responsables de la formación de los facultativos son los llamados “visitadores médicos”, individuos de perfil comercial nada técnico, cuya misión sería formar e informar sobre nuevos medicamentos y su forma de empleo.
Y aquí está lo bueno. Este colectivo no es técnico, no es médico, es solo comercial y sus razones son económicas. Son los encargados de convertir a los médicos en los sicarios pagados, muy bien pagados, de la industria farmacéutica.
El sicariato médico.
Y como solo un medico puede contradecir a otro médico, entre ellos nunca se pelean. Tienen demasiadas víctimas para asesinar y la lluvia de dinero de las farmacéuticas nunca escampa.
Lo mismo pasa con los responsables sanitarios que, por razones absurdas, son también médicos.
“Entre nosotros no nos vamos a hacer daño, ¿verdad?”
“Algún día dejarás de ser jefe, y ese día caeremos sobre ti…”
El sicario médico no solo es un ladronés, sino que, además, te mata. Y veremos que ni los sanos se escapan de su régimen de terror.
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