Al ver a un recién nacido nos parece que es un libro con las hojas en blanco, con todo por escribir, con el potencial de la Iluminación intacto. Pero no. La condicionalidad, el kamma, asociada a mismo hecho de nacer determina tantas cosas en la vida de ese pequeño que incluso, probablemente, ni siquiera va a usar su cerebro correctamente ni siquiera una sola vez. Todo aquellos que “somos” surge justo de ese momento: nacionalidad, lugar de nacimiento, apellido, raza, religión, clase social, nivel económico, nivel educativo, familia, apellidos y hasta el mismo nombre. ¿Elegimos algo de eso? No. Tampoco elegimos un renacimiento humano. Nada es cuestión de elección sino de condición. Nacer en un país condiciona una identidad nacionalista llena de tópicos, una imagen a la que se debe acomodar el individuo inserto en la sociedad de ese país. Esto lleva incluso a convertirse en asesino o mártir en defensa de unos ideales patrios que, normalmente, se mezclan con sangre. Sentirse orgulloso de ser de un país, algo que no se ha elegido ni merecido, y defenderlo hasta la muerte, como si los muertos tuvieran nacionalidad, puede truncar una preciosa vida humana o arruinarla. Incluso cuando se cambia de nacionalidad, la antigua determina un sentimiento de necesidad de merecimiento para homologarse con los nacidos en el país, como si los que nacen ahí lo hubieran merecido. Así que estos conversos, a veces, se vuelven más radicales en todo aquello que deriva en conductas inconvenientes. El entorno socioeconómico donde se nace es aún más determinante, aun siendo éste condicionado por el anterior. Hay gente que nace para mandar y gente que nace para obedecer. Naces en el seno de una buena familia y muchas cosas se te dan solucionadas. Este aspecto lo señala el Buddha en el renacimiento de los sotāpanna. En otros casos, nacer en un entorno poco favorable condiciona a la simple lucha por la supervivencia. La educación, sin embargo, es decisiva. Y fundamentalmente en las etapas primarias, precisamente cuando el individuo es incapaz de elegir. En los primeros años de formación del cerebro puede determinarse si va a ser capaz de pensar o simplemente ser un reservorio de memes listo para su replicación y difusión. Ser educado para ser un ser humano o para ser una pieza dentro del engranaje económico, da igual que sea del engranaje de arriba o del de abajo. Un engranaje no piensa, solo da vueltas tratando de encajar en el lugar donde le han colocado. Y qué decir del sexo. El sexo determina el tipo y funciones del cerebro, como ya vimos en capítulos pasados. Y no solo eso, sino determina la educación, y no solo por condiciones sociales, sino por las propias características del cerebro femenino. Incluso el orden de nacimiento dentro de una misma familia puede determinar una vida. El seno de la religión en el que cae el pobre neonato le arrullará en brazos de pensamiento mágico, a veces tan poderosos que, aun librándose de ella, le dejará restos de alienación insuperables. Al final, esto y mucho más, hace que, si no ponemos medios para remediarlo, el mismo acto del nacimiento cierra el acto de la defunción. Como carne procesada, según nace, así muere. Llegar a ser nadie en ninguna parte es algo fuera del alcance de casi todo el mundo. Alguien dotado de una mente operativa, capaz de pensar, hábil en el esfuerzo y dispuesto a pagar el alto costo de la enseñanza. Alguien que puede optar a salir de esta estúpida e inacabable rueda de sufrimiento. Algo más que carne con ojos. Traer al mundo hijos para que sean carne con ojos, lista para su doloroso procesamiento y muerte, es abyecto. Colección de Discursos Agrupados Numéricamente AN 3.57. Vacchagotta Entre ganado de diferentes clases, sea negro, blanco, rojo o dorado, moteado, uniforme o de color de una paloma, el toro domesticado nace, como para poder soportar la carga, poseyendo la fuerza y la ventaja con su buena velocidad. Entonces colocan el yugo de la carga sobre él, sin considerar su color. Así también, entre los seres humanos hay diferentes clases de nacimiento: entre los khattiyas, brahmanes, vessas, studdas, candalas o recolectores de basura; entre distintas clases de gente es que nace la persona amansada de buenos modales: uno que está firme en el Dhamma, virtuoso en la conducta, veraz en su forma de hablar, dotado de la vergüenza moral; uno que abandonó el nacimiento y la muerte, vivió la vida santa, con su carga suelta y caída, que realizó la tarea, libre de las corrupciones mentales; que ha ido más allá de todas las cosas [del mundo] y, mediante el no-apego, alcanzó el Nibbana: la ofrenda realmente es grande cuando se la planta en el campo impecable. Los tontos carecen del entendimiento, los lerdos y no instruidos no atienden a los santos, pero ofrecen sus donativos a los de afuera. Sin embargo, aquellos que atienden a los santos, estiman al sabio en su sabiduría, y aquellos, cuya fe en el Bendito es profunda y bien establecida, caminan hacia el mundo de los devas o nacen aquí dentro de buenas familias. Avanzando en sus sucesivos pasos, estos sabios alcanzan el Nibbana.
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