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«Cuando Gilgamesh, por fin, encuentra a Utnaphistim, el superviviente del Gran Diluvio, y le pide que le revele el secreto de su inmortalidad, éste le reprende, diciéndole que luchar contra el destino de todo ser humano es inútil y disminuye las alegrías de la vida».
Quien se rebela contra el destino, pagando por ello con la alegría de la vida, es aquel cuya ignorancia le hace vivir en el espejismo de la libertad.
Piedra, Reloj y Ojo.
William Paley, en la Inglaterra del XVIII, sostenía que la vida, compleja y perfecta, es similar al mecanismo de un reloj. Y si los relojes son creados por relojeros, la vida tiene que ser creada por Dios.
Este es el argumento de Paley:
«Supongamos que, al cruzar un brezal, mi pie tropezara con una piedra, y si me preguntaran cómo llegó la piedra a estar allí; yo podría responder que, según mis conocimientos, la piedra pudo haber estado allí desde siempre; y quizá no fuera muy fácil demostrar lo absurdo de dicha respuesta. Pero supongamos que encontrara un reloj en el suelo, y me preguntaran cómo apareció el reloj en ese lugar; ni se me ocurriría la respuesta que había dado antes, y no diría que el reloj pudo haber estado ahí desde siempre. ¿Pero por qué esta respuesta no serviría para el reloj como para la piedra, ¿por qué no es admisible en el segundo caso como en el primero? Pues por lo siguiente: cuando inspeccionamos el reloj, percibimos algo que no podemos descubrir en la piedra, que sus diversas partes están enmarcadas y unidas con un propósito, es decir, que fueron formadas y ajustadas para producir movimiento, y que ese movimiento se regula para indicar la hora del día; que si las diferentes partes hubieran tenido una forma diferente de la que tienen, o hubieran sido colocadas de otro modo o en otro orden, ningún movimiento se habría realizado en esa máquina, o ninguno que respondiera al uso que ahora tiene.»
Por tanto, la existencia del reloj implica la existencia de un relojero. Porque, ¿en qué cabeza cabe que esas piezas se hubieran creado exactamente de esa forma y unido de esa manera, sin que alguien con ese propósito lo hubiera hecho?
Para Paley, la diferencia entre la piedra y el reloj es el propósito, y para que exista un propósito debe haber alguien que tenga un propósito, por lo que este argumento se basa en la intención. Esta es su manera de demostrar la existencia de un Dios creador, que es quien tiene el propósito del diseño complejo de la vida.
Aunque órganos tan complejos y precisos como el ojo parezcan sugerir la existencia de un diseño inteligente capaz de dar forma a la vida en la Tierra, Richard Dawkins desmonta esta falacia y argumenta que la selección natural de las especies no obedece a ningún plan preestablecido, carece de finalidad u objetivos y tan sólo actúa con la precisión de un asombroso relojero ciego.
Este argumento se basa en la aleatoriedad. Niega el propósito, pero también niega que se someta a un plan preestablecido.
No explica la piedra, ni explica el reloj.
Y la explicación que da para el ojo es incorrecta: asevera que la evolución natural no es perfecta y que se ha llegado al ojo a base de prueba y error, de miles de pequeñas mutaciones, algunas infructuosas, que el azar ha ido colocando hasta llegar al ojo.
Paley introduce gratuitamente a Dios, mientras que Dawkins mete innecesariamente al azar. Ambos, Paley y Dawkins, requieren de la magia para sostener sus argumentos. La diferencia entre el hipotético Dios creador de Paley y el azar creador de Dawkins es que ese azar, al parecer, no tiene propósito, aunque en la práctica vengan a ser lo mismo.
Dawkins cambia a un Dios para rezar por un azar para temer.
Pero el azar no existe ya que todo está condicionado. Las cosas no suceden por casualidad sino por causalidad, por lo que el argumento de Dawkins se cae.
Sin aleatoriedad el propósito es inoperante. Al ser inoperante no se puede hablar de diseño: no hay diseño si previamente no existe un propósito y sin propósito, no hay diseñador, por lo que el argumento de Paley se desmonta.
Dawkins sostiene la aleatoriedad pero a la vez niega el propósito, mientras Paley sostiene el propósito, por lo que no necesita la aleatoriedad.
Ahora vamos a explicar la piedra, el reloj y el ojo.
Partamos de una verdad: «todo está condicionado».
El mecanismo de la condicionalidad es fijo e inamovible, y como las propias condiciones son inamovibles, podemos ver que realmente, sí se someten a un plan preestablecido. Y como no hay propósito en las reglas de la condicionalidad, no se necesita a nadie que las establezca.
Desde que se lanzaron los dados al iniciarse el Universo, ya estaban ahí todas las condiciones que lo describen de principio a fin. Y no solo modelos y leyes físicas, o de la evolución de las especies, sino de forma mucho más cercana, a cómo un relojero se hace de los elementos que necesita, emplea los conocimientos que le han llegado y está condicionado a montar el reloj con el que se tropezó Paley. También explica la sucesión de mutaciones que dan lugar al ojo o, incluso, como se formó la piedra y llegó hasta el pie de Paley.
No hay diseño, porque no hay intención. Obedece a un plan preestablecido, porque no hay libertad. Y no hace falta ningún Dios porque las reglas de la condicionalidad no lo necesitan.
Ni Paley, ni Dawkins.
El mecanismo del relojero ciego es el kamma. Da igual, sea piedra, reloj u ojo.
Como hace 4.750 años le dijo Utnaphistim a Gilgamesh: «luchar contra el destino de todo ser humano es inútil y disminuye las alegrías de la vida».
Por cierto, Dawkins en 2013 fue elegido como el intelectual más importante del mundo por la encuesta mundial de pensadores de la revista Prospect. Sigo pensando que vamos para atrás como los cangrejos…
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