Según Karl Marx, la plusvalía consiste en el valor que añade un obrero por encima de lo que cobra. Ese valor, que podría definirse como trabajo no pagado al obrero, queda en poder del capitalista. La plusvalía es la base de la acumulación monetaria. A cada mercancía o servicio le corresponde un valor dado por la sociedad. Este valor está condicionado por el tiempo y la cualificación necesarios para su ejecución. Así, a igualdad de cualificación, un servicio o producto que requiere más horas de trabajo resultará más caro. De igual forma, a igualdad de tiempo, un servicio o producto que requiera mayor cualificación tendrá mayor precio. De esta forma, la fuerza de trabajo se considera como un insumo más, y su precio tiende a equipararse a lo que el obrero necesita para vivir y reproducirse. Así, mientras la producción global aumenta, los costes sociales tienden a reducirse, de forma que la plusvalía aumenta más aún que el propio crecimiento económico. La generación de valor, pues, está fundamentalmente en esa plusvalía y no en el resultado del trabajo. Ésta es la base del sistema capitalista. El hombre –según Marx-(antes de desarrollar su arte, su religión y su filosofía) necesita proveerse de los medios materiales de subsistencia (comida y abrigo); para lo cual debe enfrentarse al mundo, transformarlo. Esa tarea constituye «trabajo» y un modo «material» de vida que determina su conciencia. De allí en adelante, ese trabajo «produce» la historia, a través de la cual el hombre «crea» su propia naturaleza… A medida que avanza en la historia, va desarrollando herramientas y técnica -en función de sus necesidades- que le permiten producir más con menor esfuerzo, y diversificar sus medios de vida, a tal punto que se hace sedentario y conforma el grupo social. El proceso «dialéctico» con la naturaleza evoluciona hasta permitirle especializarse y con ello surge la división del trabajo y el trabajo «alienado», es decir, no sólo para sobrevivir sino el trabajo para «otro». Para Marx, primero es la estupidez y luego la codicia. O lo que es lo mismo, primero es la ignorancia y después el apego. Enfrentarse al mundo para adaptarlo en lugar de adaptarse él (como lo hace el resto de los seres vivos), y transformarlo a base de “trabajo” (de tripalium, instrumento romano de tortura) es lo que crea la “historia”, y es un acto que es movido por la ignorancia. A partir del trabajo es cuando es la codicia la que aparece al aparecer la división del trabajo y con ella el trabajo alienado y con él, el capitalismo. Podemos discutir si es antes el apego o la ignorancia. En cualquier caso, el apego es fruto de la misma ignorancia. En cualquier caso, la fuerza de la “historia”, el trabajo, es producto de la ignorancia del estúpido que en lugar de adaptarse al mundo, trata de adaptar el mundo a él. Más adelante en la historia aparece un elemento fundamental para que la alienación del trabajo sea prácticamente total: el dinero. El dinero producido de la nada que el estado inyecta a sus súbditos en forma de gasto público, obliga a una parte de éstos a alienar su trabajo a cambio de dinero, o sea, de nada. A su vez, a través de comercio, otros trabajadores alienan su trabajo en favor de los primeros a cambio de lo mismo, de dinero, o sea, de nada. Y una vez que el Estado ha repartido el dinero, lo recoge de nuevo en forma de impuestos a toda la sociedad pero preferentemente a los trabajadores. Los impuestos que se aplican a los capitalistas son siempre considerablemente más bajos, de forma que siempre se respeta el ahorro de los dueños de los medios de producción. Y llegados más allá, con la aparición de los paraísos fiscales, los capitalistas sacan del circuito el dinero de los estados, lo que le obliga a su vez a someter a mayores esfuerzos a los ya esclavizados trabajadores. De esta forma se introdujo el llamado neoliberalismo. Y con él la globalización para que el trabajo como mercancía pueda traficarse sin ninguna limitación. Y el resultado es la desigualdad, donde son los trabajadores con su trabajo alienado los que soportan las cargas tanto de los estados como de los insaciables capitalistas. Al menos se demuestra que la codicia humana no tiene límites. Ni la estupidez. Ya lo dijo Einstein. Pero Marx no llegó a ser radical en absoluto como sí lo fueron el Buddha en India y Diógenes en Grecia. Radical sería si atacara la ignorancia y la codicia. En lugar de eso trató de organizar la codicia y la ignorancia de los trabajadores frente a la codicia y la ignorancia de los capitalistas. Y el resultado fue obvio: los más codiciosos es ignorantes resultaron, sin duda, los capitalistas.
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