Todo en el Samsara está condicionado, por lo que todo está sujeto a consecuencias; y no solo las personas, también las naciones. Nada se escapa del kamma.
El concepto nación es un concepto moderno que se remonta solo al romanticismo, ligado a figuras poéticas como la patria, el héroe, la independencia y la libertad. Conceptos muy del gusto decimonónico y que aún hoy venden bien y constituyen una base de la construcción de la mentira de las naciones.
Antes de la nación estuvo desde muy antiguo el concepto de reino dependiente de un rey, soberano con diversidad de títulos, del cual el súbdito dependía. Los territorios que tenía un rey no eran necesariamente una unidad política, el monarca heredaba reinos con sus propias leyes y costumbres y con sus propios gobiernos y parlamentos, al estilo de lo que hoy es la Commonwealth británica: una reina reinando sobre naciones soberanas, salvo que el rey tenía la ultima palabra y la reina de Inglaterra no ejerce poder alguno. Un individuo en el mundo era tan respetado como lo era su rey. A fin de cuentas, la primera obligación del rey era la protección de sus vasallos.
La revolución francesa cambia el concepto de súbdito por el de ciudadano, y el rey por la nación. Así comienzan a proliferar territorios sin rey, pero naciones que se constituyen como repúblicas. La legitimidad no la da Dios a través del Rey, sino es la Patria la que es un ente en sí, algo así como autogenerado e independiente, que hace de Padre y Madre de sus nuevos ciudadanos. En lugar de referirse a una persona física, se indica hacia la patria.
El nacimiento de las naciones sucede de forma mágica con héroes de leyenda, padres de una patria con un destino manifiesto para conseguir los ideales de independencia, libertad, igualdad y fraternidad. Volvemos de nuevo a los mitos fundacionales tan antiguos como los reinos mesopotámicos, y más cerca los griegos y romanos.
La historia real es tan repugnante que se debe reescribir para dar paso al mito. Las naciones nacen del engaño, de la traición, del asesinato, del robo y de la usurpación. Son partos dolorosos que se tratan de olvidar reescribiendo la historia y haciendo de un enemigo exterior la razón de la reacción a la injusticia.
La historia se mueve por reacciones más que por acciones. Es algo que los poetas inventores de historia siempre han tenido claro. Sin embargo, los gobernantes y el pueblo piensan que las acciones no tienen consecuencias, que logrado el objetivo cortoplacista se entra en un espacio nuevo donde se dejan atrás las dependencias y las consecuencias; un nuevo mundo donde la felicidad está al alcance de todos y donde la deriva histórica es inalcanzable.
La dependencia del individuo de una nación habitualmente es involuntaria. Nadie pide nacer y menos aún en un determinado país o de unos determinados padres. La gente en cuanto nace le ponen una nacionalidad, aparte de un paquete completo asociado a ella: una lengua con la que pensará, una religión que le alienará, una cultura que le embrutecerá y una patria que le pondrá en el mundo como ciudadano, como esclavo, como explotado o como explotador.
Nacer en una nación pobre no tiene por que ser malo, pero nacer en una nación rica suele ser muy malo. La riqueza despierta la envidia y de seguido, la avaricia y la ira.
Por ejemplo, hace un milenio, los pueblos nórdicos eran pobres de solemnidad y los pueblos del sur de Europa todo lo contrario. Esto provocó que los vikingos arrasaran a sangre y fuego a los ricos y acomodados europeos que vieron como diablos del norte sin razón ni respeto les asesinaban, violaban, esclavizaban y violaban.
El derecho internacional se basa en la ley de la selva. Si eres suficientemente grande haces lo que te place, y si eres pequeño estás a merced de los grandes. Así que se montan tribus de naciones alrededor de lideres más o menos fuertes, esperando que les defiendan, mientras que lo que realmente sucede es que son violados por sus protectores.
Es un patio de colegio sin profesor que vigile. Así que en él se juegan partidas estratégicas entre los matones usando a los peones como armas arrojadizas, todas ellas fungibles.
La forma de asociarse los diferentes países a un bravucón se viste de “ideología”, pero solo nominalmente. Los países tributarios de uno se llaman “democráticos”, los de otro “comunistas”, los de otro “fascistas”, etc. Pero ni son nada de eso. Solo ellos se autocalifican, así como denominación de tribu. Ninguno es nada de eso, solo dicen que lo son y que defienden “principios”, que es la manera de vender los más bajos intereses usando la mentira.
Lo que diferencia las relaciones entre países de las personas es que usan ceremonias preestablecidas para atacarse. Mientras que entre personas unas palabras previas bastan para empezar a navajazos, entre países se recurre normalmente a la provocación. Y si la víctima no provoca se organiza un ataque de bandera falsa para culparla y justificar una intervención injustificable. Sirve hundirse un propio barco o derribarse un complejo de negocios. Con eso, la “opinión pública” o sea, los medios del poder, pueden elaborar una respuesta “adecuada y medida” para “limpiar” la afrenta. Con eso, se liberan los fondos para la guerra y se callan a los pacifistas acusándoles de “antipatriotas”.
A veces, se usa el quintacolumnismo para destruir los países. Consiste en potenciar a un grupo opositor y, si no existe, se crea y llegado el momento, se le reconoce como gobierno legítimo apoyándole desde fuera a cambio de las riquezas del país. Esto tiene la ventaja de que sale más económico porque los muertos los pone la víctima en ambos bandos. Las guerras civiles siempre son el campo de batalla de potencias extranjeras.
Potenciar el odio de hermano a hermano es sencillo ya que todo el mundo mantiene rencillas. Lo que se hace es escoger el grupo más afín o más fuerte y ensalzarlo para ponerle “naturalmente” por encima del otro. A renglón seguido, estos iluminados exterminan al otro grupo allá donde se encuentren, como en Ruanda.
Otras veces, las disensiones dentro de un país se sacan de contexto y se llama a potencias extranjeras a que les ayuden a acabar “democráticamente” con el gobierno que no les gusta. Y se puede llevar al extremo de luchar por dejar tuerto a los otros a costa de quedarse ciegos los unos. Malinchismo o traición, todo se ve bien con tal de “ganar”, como si “ganar” representara algún beneficio.
Y todo tiene consecuencias. Lo que hoy logras a malas de alguien, te lo quitarán a malas otro alguien. Cuando se hace una mala acción, se paga con otra mala acción, pero ahí no queda. La cadena sigue ad infinitum.
Eso lo conocen naciones de larga trayectoria de guerras civiles y extensas cunetas preñadas de muertos.
Cualquier mal arreglo es mejor que un buen pleito, y un mal pleito es mejor que una buena guerra.
El mal produce mal una y otra vez. Y el mal de otro, antes o después, lo paga el uno, y luego el otro, y luego el uno.
No es tan difícil leer la historia. Si se supiera leer y si la historia no mintiera.
Todo ciudadano es producto del relato nacional, lleno de mentiras.
Por lo que el ciudadano es hijo y tributario de la mentira.
Mala señora a la que servir.
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