Copyright © 2019 Tomás Morales Duran. Todos los Derechos Reservados
La mejor forma de representar al Samsara es imaginarlo como un enorme complejo de casinos, al estilo Las Vegas. En él la gente entra y sale, unas veces al casino, si pierden a las casas de empeño, «Money for Gold» y si siguen perdiendo a las innumerables capillas de diferentes cultos donde llorar lo perdido.
Y no falta la cárcel. Porque en este complejo, se va a la cárcel por deudas.
Cuando juegas y ganas te llenas de felicidad y cuanto más felicidad más te pegas a la mesa de juego porque, por supuesto, hoy es tu día. Con ese dinero que has ganado podrás pasarte unas fenomenales vacaciones en un macrohotel de lujo de «Todo Incluido». Son las fichas del llamado «kamma sano». A más fichas, más rico eres, más lejos estás de la chusma perdedora que vaga entre las casas de empeño y las sórdidas capillas. Tan bien te va que ¿Cómo vas a pensar en tirarlo todo y escaparte del complejo cuando no sabes que hay algo fuera y que, además, escapar es muy difícil y requiere demasiado esfuerzo? ¿Escapar? ¿Con lo bien que me va aquí? ¿Estás loco? Soy enormemente feliz. ¡Mírame!
Cientos de espectros de grotesco semblante se envilecen vendiendo libros de la felicidad a precio accesible. Le arrancaron las hojas al Libro del Escape y le han colocado sucias hojas manidas con estrafalarias fórmulas portentosas que prometen que siempre vas a ganar, que serás feliz para siempre, si les compras su mercancía.
Sin embargo, esas facciones que muestran no parecen que sean de vencedores del juego. Porque ¿hay realmente vencedores?
Echamos un vistazo a los perdedores. Muchos de ellos fueron felices ganadores y ahora se enfrentan a las consecuencias de perder.
Porque si la banca siempre gana, eso implica que todos, antes o después, pierden.
Y perder trae dolor, sufrimiento, trae recuerdos amargos de los felices días de alegría y felicidad. Recuerdos de borracheras de vino y rosas sentado en un desolado asiento de una casa de empeño o de un mísero banco de una capilla en tinieblas, con el miedo a que aparezca la patrulla y haga efectiva la orden de aprensión que supones, y bien, cursaron en el último casino que pisaste.
El llanto vale de poco, más bien de nada. Llegan, se te llevan.
Nadie te va a sacar de allí.
Te toca pagar. Y cuando hayas cumplido te liberarán de nuevo a las calles del complejo y las luces de neón te volverán a llamar la atención y volverás a jugar.
Así indefinidamente, salvo que, cada vez hay menos dinero, los premios son más chicos, las deudas más grandes y el presidio más largo.
Llevas jugando tanto tiempo que no piensas en otra cosa.
Estira la mano. ¿Qué quieres? ¿Fichas blancas o fichas negras?
Las dos te llevarán a la misma calle de los casinos. Las blancas después de una espléndida estancia en un penthouse, las negras después de una temporada en el presidio. Pero vuelves al mismo sitio, con la resaca de la píldora de la amnesia.
¿Qué quieres? ¿Fichas blancas o fichas negras?
¿Kamma sano o kamma insano?
La angustia es la misma y el final, también.
¿Le vas a comprar su biblia al espectro pelado?
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