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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Ego Rico, Ego Pobre

¿A que no conoces a ningún animal que se sienta “pobre”?

Ni rico tampoco.

La lengua ibérica distingue entre “ser” y “estar”. Lo primero denota una condición, lo segundo, un estado. Fijémonos que se habla de “ser” rico o “ser” pobre. Cuando se dice “estar” rico o “estar” pobre, se hace referencia a un hecho temporal.

El lenguaje define la forma en la que el cerebro se organiza.

La posesión está intrincada en la esencia de uno mismo: se “es” rico, se “es” pobre.

Esto se basa, como es natural en la especie humana, en la mentira. No se “es”, no existe “esencia” alguna, no hay un actor ahí ni siquiera un espectador que organiza el pensamiento. Lo que sí hay, cuando lo hay, es una vocecilla que es el producto de la actividad del área de Broca, que retrasada unas centésimas de segundo a todo lo que ocurre, aparece como el narrador de la vida y parece que es el que decide lo que pasará porque, de hecho, ya ha pasado.

Lo de la vocecilla sí que ha tenido repercusión y mantiene como locos a filósofos y teólogos. Descartes es un ejemplo de las tonterías que se pueden organizar montando su famoso teatro. Para él, hay un homúnculo de tamaño miserable que vive escondido en la glándula pineal y desde ahí, como espectador privilegiado, ve y actúa.

Es obvio que no resiste el más mínimo análisis: ese homúnculo debería tener a su vez otro homúnculo haciendo lo mismo en sí mismo y así ad infinitum. Y si extirpamos a alguien la pineal no deja así de tener “ego”.

Ya vimos la graciosa situación en la que un homínido, necesitado de ayuda externa y estando totalmente solo, gritó auxilio y él mismo se puso automáticamente a ayudarse como si lo hiciera con un tercero. Ahí descubrió el “ego”.

Cuantas más cosas tenga el ego mejor nos puede ayudar. Y como, efectivamente, no hay nadie más que uno mismo cuando está solo, identificó al ego con el yo.

Por tanto, cuantas más cosas tenga el ego más grande es, más importante es, en comparación con los otros, por tanto, según la identificación anterior, más grande es “yo”.

La propiedad se constituye así como parte intrínseca de la visión que todo ignorante de la introspección tiene sobre sí mismo. Así que tener se convierte en ser. De esta forma un rico es mucho más que un pobre.

Lo cierto es que si los desnudas a los dos y los pones es un escenario no verás muchas diferencias, pero la mentira del ego actúa para introducir la desigualdad externa entre bichos de la misma especie. No son desiguales en sí mismos sino en los que “poseen”. Por tanto, el hecho de poseer al ser “ser” es básico en la construcción mental humana.

De ahí el deseo de poseer, que es el motor de la economía. Por el contrario, no poseer o ser desposeído, se convierte en un infierno de aversión.

La economía, por tanto, se mueve calentada por el motor de la ignorancia, de la pura mentira. Si tienes eres más, si no tienes, eres menos. Y de aquí surgen seis de los siete pecados capitales:

  1. Soberbia; definida por la tendencia a engordar el ego.

  2. Lujuria: impulso para reproducirse, expandiendo así el ego

  3. Ira: aversión extrema en defensa del ego

  4. Gula: cuanto más comes, más eres.

  5. Envidia: comparación aversiva con otros egos

  6. Avaricia: tendencia a poseer bienes materiales.

Aquellos que no llegan a profundizar mucho más allá culpan al “ego” como el motor de todos los males, como si el “ego” fuera una alimaña que posee al pobrecito desgraciado.

Pero como la gente está enferma de mentira (no falsamente enferma), la economía existe. Y como el deseo es infinito, este motor solo se agotará cuando, como buenas langostas, hayamos exterminado el planeta en nuestra locura del crecimiento.

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