Así como el movimiento se demuestra andando, quien practica el Dhamma va evitando el sufrimiento más allá del recorrido que a éste le vaya quedando.
El amor es un sentimiento de índole social que nos ata a otros seres y como toda ligadura puede acabar por romperse provocando sufrimiento. Esto no significa que el amor sea un sentimiento indeseable en sí mismo, que no lo es, pero solo un tipo de amor no produce efectos secundarios: la ecuanimidad.
La ecuanimidad presupone respeto. Aunque hablemos de un hijo, éste no es un ser inferior, lleva incluso más vidas que tú y su recorrido es de él, no tuyo. Detentar posiciones dominantes en el amor lleva a asumir una responsabilidad que no corresponde y que ata, lo que lleva a sufrir. Esto sucede con la compasión o karuṇā. De igual manera, hacerse parte del amor de todos rompe el corazón con todos, este es el amor más vulnerable al sufrimiento, mettā. La tercera postura patológica del amor es cuando se asumen posturas de inferioridad, muditā, apoyando el amor en los otros lo que resulta peligroso ya que se pierde su control.
La ecuanimidad es el amor más elevado, que instala el respeto por encima de los deseos personales, de los caprichos, de las aspiraciones propias. Cuando respetas, no te sientes deudor ni acreedor. La ecuanimidad permite amar ilimitadamente porque no existe riesgo de pérdida. La ecuanimidad no mercantiliza el amor como lo hacen los otros tipos de amor. No lleva cuentas. No debe, no la deben.
La ecuanimidad reside en uno mismo, y ahí se conserva todo el control.
No ama menos.
Es más, piensas que si alguien no te respeta ¿realmente te ama?¿O te está usando?
Pero no puedes ser ecuánime solo por desearlo. Es un premio que obtienes como consecuencia de la práctica correcta del Dhamma.
Por cierto, no puedes hacer sufrir a alguien que te ame correctamente.
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