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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Drogas

El funcionamiento del cerebro está mediatizado por la actuación de sus neurotransmisores o drogas endógenas. Sin ellas, no podría funcionar. Son las que dan color a su funcionamiento, sabor a los pensamientos, motivación a su conducta. Es impensable que nadie mínimamente logrado no tenga control absoluto de sus propias drogas y no tenga control sobre sus pensamientos. Sin eso, la mente hace lo que le viene en gana. ¿Qué clase de jinete es aquel que solo va donde el caballo le lleva? Es estúpido hablar de ir a un sitio o a otro, si no podemos controlar el vehículo. Los humanos son drogodependientes de una u otra sustancia endógena. O de varias. Y los que, además, son dependientes de drogas exógenas lo que tratan es de simular el efecto o los resultados de la droga endógena de la que son adictos. Por ejemplo, los dopaminodependientes, los amantes del placer, recurren a la cocaína, aunque su efecto sea perverso, destrozando el centro de recompensa para exprimir hasta la última gota de dopamina. Otros no tienen tanta suerte. Los oxitocinodependientes se las pasan enamorándose de cualquier cosa, aunque le lleve a meterse en problemas o acabar en el mismísimo infierno. Y eso que dicen que el amor es maravilloso. Más relajados son los anandamidodependientes, siempre y cuando tengan a mano su puñado de marihuana. En este caso, las moléculas de la anandamida y del tetrahidrocannabinol son muy similares por lo que el efecto es directo. Suerte que tienen ellos. Y también todos los demás: el humano es un vil adicto a la serotonina, a la felicidad. Y como no hay forma de simular químicamente el efecto, hacen una increíble cantidad de estupideces en nombre y en pos de la felicidad, como si su adicción fuera lo más excelso del ser humano. Y eso que la felicidad lo que trae es el sufrimiento. El humano es intrínsecamente estúpido: a la vez, odia el sufrimiento y ama la felicidad. Como el alcohólico que odia el delirium tremens mientras ama estar ebrio.  Y bebe. Y bebe y se mete en problemas, vive una vida de problemas mientras bucea en el fondo del vaso de alcohol. Contemplar con sorna a esos estupendos líderes espirituales, políticos y sociales vender felicidad… hasta a los niños. Si nos parece aborrecible contemplar a un narcotraficante vendiendo a la puerta de un colegio… ¿por qué os parece bien que alguien venda “felicidad” hasta a los niños? Son tantas y tan diversas, tantos estados alterados que provocan… tantas ocasiones que nublan la mente, tantas veces que la “maravillosa máquina humana” se peta por culpa de tanta droga o por su ausencia. En serio, ¿a alguien se le va a ocurrir hacer un androide humanoide que, de tanto en tanto, reciba una descarga en su CPU? ¿En serio puedes pensar que eres una criatura medianamente seria, si estás cortocircuitada por tus propios neurotransmisores? Todos los humanos conocen las subidas y bajadas de sus drogas. Saben que tienen que hacer muchas locuras para lograr una subida y algunos se las pasan preguntando formas de suicidio sin dolor cuando ya se dan por vencidos cuando no saben cómo obtenerlas… Afortunadamente, nuestro genoma nos provee de un sistema directo para generarlas, sin tener que dejarse la vida en el intento de provocarlas en situaciones externas: es la concentración en las formas. Este mecanismo, aunque obvio al que lo conoce no es en absoluto conocido. Está, en parte, descrito en el Curso de Jhānas. Es tan sencillo en el concepto como fácil de activar. Y lo mejor es que está al alcance de cualquiera que no se haya dejado destrozada su capacidad de concentración es estériles horasculo de vipassana. ¿Cómo podemos calificar al humano que controla su neuroquímica? ¿Y al que no? ¿Tú en qué subclase estás? Los que las controlan, pasan de ellas. De todas. Los que no, viven en un carrusel de estupidez endógena. ¿Tú en qué subclase estás?

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