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Esto es como lo del pez y el agua.
—¿Qué será eso del agua? —se preguntaba el pez.
Antes de nacer ya tenias instalado el batracio en tu cerebro y ahí andará cuando mueras, o él te mate. Porque sí, es hábil en supervivencia, pero también tiene tendencias bastante peligrosas. Hay pocas cosas más temerarias que dejar el control de tu vida a un batracio.
Tener introducido un batracio en el cerebro, que además te controla, es una forma elegante de no saber que está ni que existe, como lo del agua y el pez. Todos los peces a los que nuestro pez preguntó tampoco sabían qué era el agua. Anda, ve y pregunta a la gente que tienes cerca que qué se siente siendo controlado por una rana, y te van a decir que no saben de qué hablas. Lo del pez, otra vez.
Ahora, si quieres nos ponemos a diagnosticar a tu batracio para que veas, no solo que está, sino que va a su bola, hace lo que le da la gana y no lo controla nadie mientras te jode la vida.
El batracio es el rey de las salsas. Las salsas son mezclas de químicos que son los que le dan sabor a la vida. Es experto en preparar salsas de felicidad, salsas de placer, salsas de miedo, salsas de pánico, salsas de odio, salsas de ira, salsas de amor… Fíjate bien que tú no eres el que preparas las salsas que consumes, ni siquiera eres capaz de servírtelas, te las da él. Ya de pequeño aprendiste a que si quieres una determinada salsa tienes que hacer cosas que, nada tienen que ver con esa salsa. Por ejemplo, desear. Si deseas fervientemente poseer algo, según se aproxime la posibilidad de obtenerlo, el batracio se pondrá a preparar la salsa, y como sabe que la salsa te gusta, pondrás tu mayor empeño en lograr eso que deseas porque así el batracio te preparará más y más. Hasta que lo logras, momento en el cual el batracio se marcha a descansar mientras tú te quedas con algo inútil y con ganas de salsa.
Igual hace para que te líes con alguien y así haya posibilidad de que él se reproduzca. Porque el batracio, encerrado en tu cerebro, no tiene otra manera de hacer batracitos que empujarte a reproducirte tú. Y así es como lo hace: prepara sus filtros de amor, y cuando aparece la persona que a él le gusta (suele tener gustos bien raros, aparte de que no suele acertar en absoluto) te los hace tragar y tú, totalmente obnubilado, dejarás lo que estés haciendo para complicarte en diseñar un proyecto vital con esa persona que a la rana le gusta, y a la que tú vas a seguir, ciego como un imbécil.
No hay esclavo más servicial y más estúpido que tú mismo cuando tu amo, el batracio, te prepara un filtro de amor.
Pero, donde el batracio es el amo indiscutible, es cuando se pone el uniforme de sádico y se dedica a castigarte preparando sus afamados brebajes de terror. Esas sensaciones tan desagradables que te hacen huir, aunque estés en tu casa. O que te enervan de furia porcina, aunque estés solo. O que te aterrorizan hasta el tuétano, aunque estés en la calidez de tu propia cama. Y que te estresan porque la rueda de hámster en la que te ha convertido tu miserable vida no va a la velocidad adecuada según su capricho.
Fíjate que si te proporciona un filtro de amor o un coctel delicioso, lo hace con el único fin de engancharte para que luego puedas sufrir cuando te lo niegue y soportes con esperanza furtiva la intoxicación de sus brebajes de terror.
Pues que sepas que en esto consiste lo que llaman sufrimiento, uno de los efectos secundarios de la adicción a los cócteles del bicho. Esta es la razón de que te pases la vida sufriendo por cosas que nunca te han pasado, porque el sufrimiento no está en las cosas, está en las malas artes del bicho.
Si tienes alguno de estos síntomas, o todos, tienes un problema, o todos.
Y ese problema es tu batracio.
Ya sabes por qué sufres. Y para qué ya te lo adelanto: para nada.
Muy racional no pareces, no.
Funcionalmente no eres más que la extensión de tu amo el batracio.
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