Bien sabían los navegantes valencianos que acarreaban sus mercancías a la recién inaugurada lonja edificio emblemático de la riqueza del Siglo de Oro valenciano que es demostración de la revolución comercial de la Baja Edad Media, del desarrollo social y del prestigio conseguido por la burguesía valenciana, que el fin del mundo estaba del otro lado, en el de la mar Oceana.
Valencia mira al Este que es desde donde antiguo mana la riqueza y la cultura.
India y China siempre han acaparado la mayoría de la población humana por lo que podemos decir que es donde habita el hombre. Y es el hombre el que crea la civilización. No es por chauvinismo que China se llame Zhongguo el “Imperio del Medio”.
El fin del mundo hasta la época colombina cuyo objetivo manifiesto era llegar a ese Imperio Central, era el Océano Atlántico. Este mar se mantuvo como una división infranqueable para los seres humanos, mientras que del otro lado, el Pacífico a pesar de su enorme extensión era más un puente que una barrera. Desde Taiwán partieron los pueblos que lo poblaron por completo y desde Siberia penetraron las gentes que fueron capaces de organizar maravillas urbanas como Tenochtitlán que asombraron al mundo.
Si abrimos el planisferio debemos cortar por el Atlántico. Ninguna de sus islas fue poblada a excepción de Canarias, visibles desde África.
Al desplegarlo nos queda India y China en el centro y Europa en un extremo, como Terranova o Groenlandia.
El eurocentrismo es una alucinación producida por la desmemoria. Deslumbrados por un poderío tan extenso como efímero a los occidentales no se nos enseña que el auge y caída del imperio romano están tan interrelacionados por sus relaciones comerciales con India por la ruta de la seda marítima que sin ella resulta inexplicable.
¿Cuál era el ansia de Roma por conquistar nuevos territorios? ¿Por explotar sus minas de oro y plata? ¿Por qué en su mejor momento se vino abajo sumergida en crisis económicas, políticas y sociales?
Los 120 barcos cargados de oro que enviaba anualmente a India era el tributo que pagaba por su lujo y civilización. Y la era dorada duró hasta que se agotó el oro. Occidente era lana y aceite de oliva. Oriente, lo demás. Sin nuevos territorios para explotar, el comercio desequilibrado agotó el oro, la plata. La hiperinflación del siglo III lo convierte en una trituradora del derecho, de la política, de la sociedad y de la cultura que desemboca en el populismo que no es más que alimentarse comiendo partes del propio cuerpo. El ambicioso hijo de un general ilírico acabó implantando el signo civilizatorio que definió a Occidente: el cristianismo. Hasta eso se importó de India.
La desgracia de Occidente se construyó a base de ruina económica y de ruina cultural que malvende la tradición grecolatina por el tosco populismo que confisca a paganos para dar migajas a cristianos. Las ciudades se vuelven inhabitables, las fronteras, inestables. Los pueblos bárbaros son los que más sufren este deterioro, así que son impelidos a tomar lo que nadie ya les puede negar. Pero esto no acaba aquí. El auge de un populismo semejante en el corazón de Persia, su eterno rival, impele a sus huestes mercenarias árabes a revolverse y a tomar el poder asesinando a Yezdegard III, el último emperador sasánida. Fundan Bagdad y allí una nueva civilización. Crean un nuevo idioma, el árabe y una fe forjada reciclando viejos fragmentos de textos arrianos y bruñida con la política. No falta el relato fervoroso que, partiendo de un mítico personaje y haciendo viajar la legitimidad a través de la ruta que lleva de La Meca a Bagdad, legitima a los flamantes califas abasíes.
La civilización árabe resplandece con luz reflejada de India y China por todo el mundo mientras que estrangula a Occidente cerrando el comercio hacia Oriente. Europa entra en las tinieblas de la noche de la incivilización medieval mientras el mundo sigue brillando.
La máquina recicladora de religiones es imparable: el budismo Hinayana de Ashoka es reciclado por Kanishka como budismo Mahayana. Constantino recicla el Mahayana y lo llama Cristianismo. Los abasíes reciclan el Cristianismo y lo llaman Islam.
Europa empezó a ver la luz en el renacimiento, al reanudar su comercio con Oriente después de un milenio de lobregueces, mas sigue acarreando las carlancas de las tinieblas hasta hoy.
Inglaterra aprovechó el éxito económico del real de a ocho español que se cotizaba diez veces por encima de su valor en plata en China, que convirtió al Carolus en su divisa de referencia, en su comercio triangular con España y el Imperio del Medio, para convertirse en potencia mundial.
Esta vez fue el té.
La desolación del embajador McCartney ante la corte china cuando comprobó que la bárbara Inglaterra no tenía nada que ofrecer para comerciar con el té más que el oro, nos retrotrae el inicio de la decadencia de Roma. Pero Inglaterra, tierra de piratas y tramposos no iba a caer en las redes del comercio legítimo y arruinarse como era ya tradición. Inglaterra encontrará un producto que China iba a comprar si o si, con el que abriría una nueva clase de relaciones comerciales entre países: el narcotráfico. El mismo que aún hoy los países anglosajones siguen usando para definir su política internacional.
Inglaterra dedicó amplias extensiones en India y Sri Lanka para el cultivo del opio y luego lo introdujo de contrabando en el Río de las Perlas. Así comenzó a decadencia del más grande imperio de la humanidad, que sucumbió ante la falta de escrúpulos de Occidente. El narcoimperio británico y su sucesor natural, los Estados Unidos de América arrebataron a Oriente el liderazgo económico mundial con sus cañoneras y construyeron el relato eurocentrista que legitima a Occidente como el faro de la Humanidad, de la Cultura y de todo eso que Hollywood vende muy bien.
Y nos lo hemos creído.
Pero estos ciento cincuenta años, clavados en una historia de milenios, han acabado.
Occidente ha vuelto, como siempre, a comprarlo todo en Oriente y a quedarse, como no, otra vez sin dinero.
Enfrente tenemos tres opciones:
A) Nos arruinamos una vez más y nos metemos en otra Edad Media.
B) Volvemos a recurrir al narcotráfico y a las cañoneras.
C) Intentamos lo que jamás se hizo: traer Oriente a Occidente para cultivar la confianza entre los dos hemisferios, tratando de acoplar productos y servicios con valor añadido para emprender un comercio equilibrado y justo que beneficie a todos.
Mientras el mundo parece tender a la opción B, con una China que no olvida, no estaría de más optar por la opción C. Una opción que, además, financian ellos, aunque hay que trabajársela aquí.
Eso les toca a ustedes. Están ante otro umbral de la Historia en el que despeñarse es lo más sencillo, pero no es opción.
Es la ignorancia la que compra infiernos.
No debéis olvidarlo.
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