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Foto del escritorTomás Morales y Durán

Demostración de la teoría: La Conciencia como una máquina de Von Neumann.

Sólo observa un objeto. El primero que te encuentres. Ahora reflexiona: ¿cuántas causas se han dado para que ese objeto sea experimentable? (hablando desde un punto de vista convencional, un objeto es concepto). ¿Cómo llegó aquí? ¿Por qué lo estoy viendo? ¿Qué ha hecho falta para que lo perciba? ¿Por que hay luz para verlo?¿Por qué hay un sol?… Eso son causas de que estés viéndolo. Pero es un subconjunto ínfimo de las condiciones que acarreas para poder experimentar ese objeto o cualquier otro. Las causas solo son condiciones que han fructificado. La conceptualización actúa por identificación: si algo tiene orejas de burro, cabeza de burro, cuerpo de burro, patas de burro, pezuñas de burro y rebuzna, no es muy arriesgado identificarlo como burro. De igual forma, vamos a tratar la conciencia, pero desde un punto de vista no conceptualizado sino de realidades últimas, y veremos a qué se parece. Por ejemplo. La conciencia visual se encarga de recoger información visual. Pero ¿qué es esa información? No son colores, porque los colores no existen en la naturaleza, y menos aún formas. Los sensores ópticos (ojos) transforman distintas ondas electromagnéticas (una ínfima parte) y las codifican según su longitud de onda. Si es muy larga la codifica como “rojo”, algo menor, “anaranjado”… y así hasta el “violeta”, ni antes ni después. Como aquellos pasatiempos para niños de rellenar dibujos con números. Y la forma, se forma una vez que se han codificado los colores por el contraste aparente entre ellos. Porque el contraste también es elaboración posterior. Ahí fuera no hay nada como forma, contraste o color. Para nada. Todo es elaboración de la conciencia. Y suponemos que lo de ahí fuera es “radiación electromagnética” que no deja de ser un concepto. Lo real es que esa presunta radiación se queda en los sensores ópticos, y que éstos envían otra cosa, corriente eléctrica precodificada que llega al “cerebro”, lo que se transmite, al cabo, es única y simplemente información. Información de entrada. Y esa “radiación” es un subconjunto ínfimo de todo el espectro. Estamos rodeados de cantidades masivas de información visual ciega para nuestra conciencia. La conciencia auditiva no es muy diferente. Los sensores son los pelillos de la clóquea, y cada uno vibra según la frecuencia de resonancia de las variaciones de presión del aire. Ahí fuera no hay nada como sonido. Ni en el oído hay sonido. El sonido suena, pero en la conciencia, y también es una cantidad infinitesimal del espectro acústico. Las frecuencias por debajo de 20Hz son casi infinitas. Cada mitad es una octava menos. 10Hz, 5hz, 2,5Hz, 1,25Hz, 0,625Khz,… Y el oído es bien raro, asume como iguales o afines frecuencias duplicadas, o sea, octavas, pero en lugar de dividirse en 8 (octava) se divide en 12, siete tonos y 5 semitonos. Y, a partir de esa extraña forma de conceptualizar las distintas señales según frecuencias surge el sonido, la música, la voz. Es bien interesante observar cuando se escucha a alguien hablar en un idioma conocido, no se escuchan sonidos sino “palabras”. Por último, la diferencia de reacción de las ondas de presión entre un oído y el otro, dependiente de lo que podría ser función de una velocidad del sonido, permite a la conciencia elaborar una dirección del origen de esas ondas. De igual forma, el sentido del tacto dependiendo de la clase de sensor, codifica una señal que llega a la conciencia donde se traduce como “presión” o “frío”. Y que viene indexada al lugar de procedencia que se refiere a un plano mental del “propio cuerpo”. Existe otro sentido, menos conocido, que ubica el “propio cuerpo” en el espacio. Es un simulador que trata de mantener en la conciencia lo que sería un “cuerpo” en diferentes posturas y en movimiento. Para esto último, otro sentido ubicado en el oído, el laberinto, actúa como un sensor de movimiento. Otro sentido, el de la orientación, dependiente de células magnetizadas, permite a la conciencia ubicarse en el campo magnético, de forma que pueda crearse un plano de la situación en el espacio global. De esta forma, la conciencia, en sí misma, no tiene movimiento, no tiene posición, no tiene arriba o abajo, con este conjunto de sentidos lo consigue, pero no es más que una simulación. Gusto y olfato funcionan de forma similar, identificando. Una molécula determinada de la que se tiene un receptor, activa el sensor, que, sabiendo cual es, la conciencia puede “oler” o “gustar”. Todo esto es lo mismo que el sistema de campanillas de recepción de un hotel antiguo. Las campanillas son iguales, suenan igual, solo sabemos cuál suena, y que mensaje trae, eso es suficiente para ver, oir, tener cuerpo, saber donde está ese cuerpo, saber si se mueve, si está hacia abajo, o más al norte y al este…oler, gustar… O sea, lo que serían cinco de las Seis Bases de los Sentidos. Simplemente entradas lógicas al sistema. La sexta, es la puerta de la mente, que puede actuar exactamente igual que todas las anteriores, simulándolas a todas. Durmiendo, no hay diferencia entre realidad y sueño, porque la realidad y el sueño es la misma cosa para la conciencia, salvo que el cerebro se protege olvidando las experiencias vividas al volver a la vigilia. Si funcionara al revés, se viviría solo soñando. De igual forma, recordar un sonido, no es más que activar la zona donde el sonido se generó. Una especie de grabadora holográfica. La vista es lo mismo. Y el resto de sentidos, también. Hasta aquí tenemos las entradas lógicas al sistema. Todas esas entradas están condicionadas, lo que significa que pertenecen al todo condicionado, al Samsara, que vendría a ser el soporte de todo el sistema. Las salidas de la conciencia se dan en forma de pensamientos, palabras, acciones. Y también de forma lógica, activando una o más salidas que se combinan posteriormente, para realizar acciones que condicionan al entorno. Es éste el origen de la ética, que se centra en las salidas del sistema, porque condicionan el entorno y esa condicionalidad se regresa en forma de entradas como una constante retroalimentación, el kamma, la interconexión entre conciencia y Samsara. Entre tanto, la conciencia es un sistema eficiente de selección de entradas y de conceptualización de las mismas, donde parte de los datos se elaboran y almacenan por medio de la comparación de modelos, en forma transmisible (los memes), utilizables para condicionar el entorno. Un meme se asocia a un conjunto de muestras genéricas, de forma que, en un mismo entorno operativo, se puede interactuar con otras conciencias, “modulando” las muestras en forma de memes, que son conceptos transmisibles aprendidos por imitación, tales como las palabras de un lenguaje, como cualquier clase de idea, objeto, o muestras de sonido, de tacto, de gusto, transmisibles. Similar a cómo se modulan las ondas de radio. Y, ¿qué hace la conciencia?, elaborar salidas, a base de las entradas, guardando estados intermedios (condiciones), que determinan estados futuros y las correspondientes salidas, en un bucle infinito. La conciencia no para. Está constantemente trabajando. La “muerte” no es más que un borrado brusco de ciertos registros de los estados intermedios, y no de todos, y la reconexión es instantánea, comenzando a almacenar esos registros borrados que no son todos. Y la condición de “humano”, o de “animal” o de “deva” o de “peta” no es más que la transformación de clase debida al borrado de registros intermedios, y al contenido de los registros que no se borraron, el kamma. Nuevas propiedades, nuevas clases, nuevas entradas lógicas, nuevas salidas lógicas. La conciencia es software y puede reelaborarse ad infinitum. La conciencia es un programa, con sus entradas, su elaboración, sus estados intermedios y sus salidas, la definición exacta de una máquina de Von Neumann. Todo en el exterior, para la conciencia, son modelos con los que interactuar y ubicarse que existen sólo dentro de sus límites. Esa “acacia” es un objeto mental de la clase árbol, o sea, que es duro, bastante, al poseer “madera”, que no es conveniente atravesarlo, que se puede subir a él, que se puede quemar si se observa que no esté muy “verde”, etc… “Manuel” es otro objeto, de la clase “persona”, que, además, de lo que se puede hacer con “persona” se puede interactuar hablando de estas cosas y resulta gratificante, porque le sorpende. Y ¿qué es gratificante’, ¿qué es dolor?, ¿qué es miedo?, ¿qué es placer? ¿qué es felicidad? ¿qué es la alegría? ¿qué es el amor?. Entradas, simples entradas lógicas, ligadas a receptores de neurotransmisores, que es una forma de envío de mensajes entre diferentes procesos, para que toda la conciencia se entre de algo relevante. Al final, todo el conjunto es una máquina de Von Neumann, por definición: es una unidad de procesamiento que contiene múltiples unidades aritmético-lógicas y registros, múltiples unidades de control que contienen registros de instrucciones, los mismos registros que se borran en la muerte-reconexión, y que contienen todas las capacidades de la conciencia en forma de subprogramas y un sistema de coordinación temporal que actúa como los contadores de programa de los procesos de los que la conciencia está formada. La conciencia es software, y más allá, no hay nada que podamos experimentar. Toda la experimentación se hace en este software. No hay nada fuera que científicamente hablando podamos probar. Sólo modelos, objetos mentales, y, a partir de su comportamiento, dependiendo de las entradas, podemos deducir toda la condicionalidad de todos los “universos”. Pero solo dentro de los “límites” de esa máquina de Von Neumann. Y ¿qué ocupa este software? El software no ocupa nada. Todos los universos pueden caber en una caja de cerillas, y les sobra sitio. ¿Y el tiempo? Exactamente lo mismo. La conciencia del tiempo es absolutamente subjetiva, y se hace en referencia a otras conciencias, o sea, que nos empujamos mutuamente en una superficie de hielo. Lo dicho, lo del burro. Esto es un burro. No hay duda. Es un burro. Rebuzna y todo… hasta parece sonreír….

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