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La ignorancia cuando se reviste con los ropajes de la envidia y se sube al pedestal de la arrogancia puede dejarnos momentos gloriosos en la historia del género tonto.
Hoy mismo, la Universidad es una enorme hoguera donde se están quemando millones de toneladas de tontos que fueron atraídos a ella movidos por la avaricia y la soberbia y de padres que consumen sus recursos en aras de que sus hijos se quemen para siempre, y lo hacen por amor.
Da miedo tanto amor.
Existe la percepción estúpida de que para ser alguien en la sociedad hay que egresar de la Universidad y, cuantos más títulos se obtengan, mejor será el futuro. La estampa del egresado universitario que ocupaba los más altos puestos en la sociedad y la economía es una impronta que aparece grabada en la mente de estos ignorantes y que miles de malvados interesados no están dispuestos a desmoronar.
Nadie de esos tontos es capaz de ver que la gente que dirige la sociedad son siempre los ricos y los listos. Hasta hace algunos años, la Universidad era una institución elitista a la que solo accedían los ricos y aquellos pobres que, gracias a su inteligencia se ganaban la beca con la que pagar la estancia en la institución.
Tampoco ninguno de esos tontos entiende que si los que entran en la Universidad son solo listos y ricos, los que salen son solo listos y ricos. Pero en la Universidad o por debajo de un túnel: lo que entra es lo que sale.
Todo lo que tiene que hacer tan alta institución es no hacer a los listos más tontos que los que están fuera y a los ricos más pobres que los demás. De esta forma, haciendo NADA conseguían su objetivo.
NADA son las siglas de planes de estudios ridículos saturados de asignaturas con contenidos de relleno que no obedecen más que al capricho de un claustro de profesores que se aburre.
Cualquiera que haya pasado por la Universidad te dice que realmente no aprendió nada relevante que realmente le sirviera.
Aunque parezca mentira, la Universidad cumplía así su objetivo.
Pero llegó el día en el que la envidia y la soberbia se apropiaron de una emergente clase media que quería que sus hijos, todos sus hijos, fueran de la clase alta, en una especie de macrocefalia social. Un cabezón de ricos con pies de pobres.
Ante esto, la universidad se transforma en una máquina turística de hacer dinero, en una especie de parque de atracciones al que se descargan montañas de pobres con dinero para todos: para la universidad, la ciudad, los alquileres, los supermercados, bares, discotecas, restaurantes… No había ciudad por pequeña que fuese que no luchase por tener su propia universidad.
El negocio del siglo, moviendo más que el turismo de sol y playa.
Y como los que lo pagaban eran esos sufridos padres que querían que sus hijos viviesen mejor que ellos, o sea, los primos de este timo, la estafa era maestra.
Así que la Universidad, fiel a sus principios, empezó a egresar lo mismo que ingresaba, o sea, tontos y pobres. Pero al estar masificada se mejoró aún más: ahora los que salían eran más tontos y más pobres de cómo entraban y el resultado es que los tontos y los pobres siguen ocupando los puestos de precariado social de la sociedad.
Como era de esperar.
Todo este despilfarro de recursos y de vidas humanas truncadas para seguir sin enterarse de que la solución no es hacerse otro máster u otro doctorado.
Si eres muy bueno, te montas tu propia empresa y ganas tu propio dinero. Si eres solo bueno, te van a pagar por lo que tu sabes hacer y lo que seas capaz de solucionar. Nadie es tan imbécil de contratar a alguien por el currículum, esperando que los títulos den productividad a su negocio.
Esto tampoco lo entienden los tontos que se siguen inmolando como carne de hamburguesa en la hoguera de las vanidades de la toga y el birrete.
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