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“Habiendo experimentado la grandeza de la bondad divina, en el resurgimiento del estado, en lo que a las relaciones públicas se refiere, pienso que es totalmente mi responsabilidad hacer que la feliz multitud que compone la iglesia católica sea conservada en una misma fe.
Por el amor y la armonía de nuestra común devoción al Señor Altísimo en cuanto a lo concerniente al más sagrado día de Pascua, fue decretado, por consentimiento común (de todos los obispos católicos) que debe ser celebrado el mismo día en cada lugar, esto es para que sea más hermoso y más venerable por medio de un festival por el cual hemos recibido la esperanza de la inmortalidad por lo cual deberá ser observado por todos de la misma manera.
Nos ha parecido algo indigno a todos, que la celebración de esta fiesta de la más alta solemnidad se deba guardar siguiendo la costumbre de aquellos judíos inmundos y miserables, quienes habiendo manchado sus manos con tan horrible crimen (la muerte de Jesús) por tanto, son afectados por la ceguera merecidamente del alma.
Es correcto entonces, que rechazando las prácticas de ese pueblo, nosotros (totalmente divorciados) perpetuemos a todas las futuras generaciones, la celebración de este rito en un orden más legítimo y no tengamos nada en común con ésta detestable multitud de judíos.
Como es necesario entonces debemos enmendar esto, para no tener nada compartido con las costumbres de aquéllos parricidas y asesinos de nuestro Señor Jesucristo.
Por lo tanto, como la forma más apropiada ha sido establecida por todas las iglesias occidentales y las sureñas y orientales, ha sido decidido que esto sea así y yo mismo, me he prometido que éste arreglo tenga vuestra aprobación y que la costumbre que prevalezca esté en armonía con la ciudad de Roma.
También es muy oportuno que todos deben unirse en desear lo que la razón de sonido aparece en la demanda y evitar toda participación en la realización perjuros de los judíos. (Y así no tener ningún tipo de relaciones con estos judíos perjuros.)
Es vuestro deber recibir y establecer los argumentos presentados y observar el más santo día, en una fecha diferente de la que hacen los judíos.”
Carta de Constantino Augusto a las Iglesias en Roma. Concilio de Nicea. Año 325 D.C.
Éste es el resumen de los últimos años del reinado de Constantino.
Controversia Arriana
El historiador trinitario Sócrates de Constantinopla informa que Arrio provocó la controversia que lleva su nombre cuando Alejandro de Alejandría pronunció un sermón que afirmaba la similitud del Hijo con el Padre. Arrio interpretó el discurso de Alejandro como sabelianismo (o modalismo: en las que Dios no es una esencia compartida por tres personas, sino que existe un solo ser que cambia entre tres modos en diferentes tiempos), lo condenó y luego argumentó que “si el Padre engendró al Hijo, el engendrado tuvo un comienzo de existencia: y de esto es evidente, que hubo un momento en el que Hijo no era. Por lo tanto, necesariamente se deduce que él [el Hijo] tenía su sustancia de la nada”. Esta cita describe la esencia de la doctrina de Arrio.
Sin embargo, la victoria del partido trinitario en Nicea fue de corta duración. A pesar del exilio de Arrio y la supuesta finalidad de los decretos del Consejo, la controversia arriana se reanudó de inmediato y Eusebio se mantuvo involucrado en la cuestión. Por ejemplo, entró en disputa con Eustaquio de Antioquía, que se oponía a la creciente aceptación de las teorías de Orígenes, y en especial porque este había expuesto una exégesis alegórica de las escrituras, lo que interpretaba, con toda razón, como el origen teológico del arrianismo.
Eusebio, como “defensor” de Orígenes, fue reprendido por Eustaquio, quien le acusó de alejarse de la fe de Nicea. Eusebio respondió acusando a Eustaquio de seguir las ideas del sabelianismo. Eustaquio fue acusado, condenado y depuesto en un sínodo en Antioquía. Gran parte del pueblo de Antioquía se rebeló en contra de esta decisión eclesiástica, mientras que los que estaban en contra de Eustaquio proponían que se nombrase a Eusebio como nuevo obispo. Este por su parte, rechazó la oferta.
Cuando el obispo Alejandro murió en 327, Atanasio lo sucedió, a pesar de no cumplir con los requisitos de edad para esta jerarquía. Aún comprometido a pacificar el conflicto entre arrianos y trinitarios, Constantino gradualmente se volvió más indulgente con aquellos a quienes el Consejo de Nicea había exiliado. Aunque nunca repudió el Concilio o sus decretos, el emperador finalmente permitió a Arrio, que se había refugiado en Palestina, y a muchos de sus seguidores regresar a sus hogares, una vez que Arrio reformuló su cristología para silenciar las ideas que sus críticos consideraban más objetables.
Después que Eustaquio fue depuesto, los seguidores de Eusebio se volvieron contra Atanasio de Alejandría, un oponente mucho más peligroso. En el 334, Atanasio fue conminado a comparecer frente a un sínodo en Cesarea, aunque no compareció. Al año siguiente, se convocó otro sínodo en Tiro, presidido por Eusebio. Atanasio, previendo el resultado, se dirigió a Constantinopla, donde presentó su causa al emperador. Constantino convocó a los obispos para su corte, entre los cuales estaba Eusebio. Atanasio fue condenado al exilio a finales del 335. En ese mismo sínodo, otro oponente fue atacado con éxito. Marcelo de Ancira hacía mucho que luchaba contra los eusebianos, protestando contra la rehabilitación de Arrio.
El Sínodo de Jerusalén al año siguiente restauró la comunión de Arrio. El emperador ordenó a Alejandro de Constantinopla que recibiera a Arrio, a pesar de las objeciones del obispo. Éste respondió orando fervientemente para que Arrio pereciera antes de que esto sucediera. Parece que la muerte posterior de Arrio pudo haber sido el resultado del envenenamiento de sus oponentes. La muerte de Arrio no puso fin a la controversia arriana, y no se resolvería durante siglos.
Con Constancio II, sucesor de Constantino, el arrianismo alcanzó su punto álgido con el Tercer Concilio de Sirmio en 357. La Séptima Confesión Arriana (Segunda Confesión de Sirmio) sostuvo que tanto homoousios (de una sustancia) como homoiousios (de sustancia similar) no eran bíblicos y que el Padre es más grande que el Hijo.
Constantinopla
La visita a Roma por su jubileo tampoco fue un éxito. La negativa de Constantino a participar en una procesión pagana ofendió a los romanos y, cuando se fue después de una corta visita, nunca volvió.
A su regreso reconstruyó y amplió la ciudad griega de Bizancio, la actual Estambul, a la que cambió el nombre por el de Constantinopla convirtiéndola en la capital cristiana permanente del Imperio en sustitución de Roma, símbolo del paganismo. Con ello hizo bascular el centro político del Imperio hacia el Oriente, suministrando una capital magnífica al futuro Imperio Bizantino y, desde 1453, al Imperio Otomano.
La consagración de Constantinopla en mayo de 330, confirmó un divorcio que ya había estado en proceso durante más de un siglo entre los emperadores y Roma. Hacía tiempo que no era adecuada para las necesidades estratégicas del imperio. Ahora debía dejarse en un espléndido aislamiento, como una ciudad prestigiosa que, aunque sigue siendo el foco emocional del imperio, carecía de importancia política.
El interés de Constantino en la construcción de iglesias se expresó también en Constantinopla, particularmente en las iglesias de la Santa Sabiduría, la Santa Sofía original, y de los Apóstoles. Además, las iglesias de Tréveris, Aquileia, Cirta en Numidia, Nicomedia, Antioquía, Gaza, Alejandría y otros lugares debieron su desarrollo, directa o indirectamente, al interés del emperador.
Política
Constantino implementará una política populista con la que culminarán las tendencias autoritarias y dirigistas del reinado de Diocleciano, completando la evolución del Imperio hacia el absolutismo. Constantino fue totalmente despiadado con sus enemigos políticos, mientras que su legislación, aparte de sus generosas concesiones al cristianismo, es notable por su brutalidad, que acabará convirtiéndose en la característica de la aplicación tardía de la ley romana.
El logro principal de Constantino fue el desarrollo de una clase gobernante imperial cristianizada lo que, junto con su éxito dinástico, afianzó firmemente la posición privilegiada del cristianismo. Poner de moda este movimiento fue más importante que cualquier medida legislativa en la cristianización del Imperio Romano.
Los Senados de Roma y Constantinopla pasaron a ser asambleas representativas meramente municipales. Se reforzaron tanto el ejército, principalmente el del interior, como la policía y los servicios de información. Con Constantino surgen las prefecturas pretorianas con autoridad suprema sobre la administración financiera civil pero sin control directo sobre asuntos militares, cediéndolo a los nuevos magistri, o “maestros” de la caballería y las fuerzas de infantería.
Algunos consideraron que la reducción de los poderes de los prefectos era excesivamente innovadora, pero Diocleciano ya había establecido el principio de la división del poder militar y civil. Se reestructuró la Administración para centralizarla. Se desarrolló una burocracia jerárquicamente organizada a las órdenes de un Consejo de la Corona y se estableció un riguroso ceremonial cortesano tendente a resaltar la supremacía del emperador y su carácter divino.
Aunque no convirtió al cristianismo en religión oficial del Estado, un paso que daría Teodosio en 391, concedió importantes privilegios y donaciones a la Iglesia, apoyó la construcción de grandes templos y dio preferencia a los cristianos a la hora de seleccionar a sus colaboradores. A cambio, el resto de comunidades religiosas comenzaron a ser perseguidas dentro del Imperio, como será el caso de los judíos.
En política militar, Constantino disfrutó de un éxito ininterrumpido, con triunfos sobre los francos, los sármatas y los godos para aumentar sus victorias en las guerras civiles; los últimos, en particular, muestran un dominio audaz e imaginativo de la estrategia.
La principal contribución política de Constantino fue restablecer una sucesión dinástica al dejar el imperio a sus tres hijos, pero solo fue asegurada por una secuencia de asesinatos políticos después de su muerte.
Economía
Otras reformas importantes del reinado de Constantino tuvieron lugar en el terreno económico, en el que intentó poner freno a la grave crisis que arrastraba el Imperio desde el siglo anterior. Para contener la hiperinflación reformó el sistema monetario, basándolo enteramente sobre el patrón oro con la creación del Solidus. Decretó el carácter hereditario de los oficios y completó el proceso de vinculación de los colonos a la tierra que cultivaban, poniendo las bases de la institución medieval de la servidumbre. Por todo ello, puede considerarse que en el reinado de Constantino se dieron pasos decisivos hacia la configuración de la Edad Media europea.
Una verdadera innovación, de la que Constantino podía esperar poca popularidad, fue su institución de un nuevo impuesto, el collatio lustralis. Se aplicaba cada cinco años al comercio y los negocios y parece haberse vuelto realmente opresivo.
Como buen populista, Constantino era un gastador lujoso notoriamente generoso con sus partidarios, siendo acusado de promover más allá de su rango a hombres de estatus social inferior. Más importante es la acusación de que su generosidad solo fue posible por el saqueo de los tesoros de los templos paganos, así como por sus confiscaciones y nuevos impuestos, y de lo que no hay duda es que algunos de sus partidarios más prominentes deben su éxito a la adopción oportuna de la religión impulsada por el emperador.
La misma ciudad de Constantinopla ejemplificó esta “rapacidad religiosa” del emperador, atiborrándola con el saqueo artístico de los templos griegos, mientras que algunos de sus edificios públicos y de las mansiones erigidas para sus partidarios mostraban signos de una construcción apresurada.
Implantación del Cristianismo
Aunque el reinado de Constantino debe interpretarse en el contexto de su compromiso personal con el cristianismo, sus acciones y políticas públicas, estuvieron marcadas por la ambigüedad. La opinión pública romana esperaba de sus emperadores la preservación de las formas tradicionales en lugar de innovaciones. La comunicación política estaba condicionada a expresar estas expectativas.
Es significativo, por ejemplo, no que los dioses paganos y sus leyendas sobrevivieron durante años en las monedas de Constantino, pero desaparecieron rápidamente. La última de ellas, el relativamente inofensivo “Sol Invictus” fue eliminado diez años después de la derrota de Majencio.
Por lo tanto, algunas de las ambigüedades en las políticas públicas de Constantino se vieron condicionadas por el respeto debido a la práctica establecida y por las dificultades de hacer cambios totales repentinos. La supresión del paganismo, por ley y mediante la destrucción esporádica de los santuarios paganos, se equilibra con actos particulares de deferencia. Mientras una ciudad en Asia Menor se hizo unánimemente cristiana en apoyo de una petición al emperador, a otra en Italia se le permitió celebrar un festival local que incorporaba juegos de gladiadores y fundar un santuario en honor a la dinastía imperial, aunque la observancia religiosa directa estuviera firmemente prohibida.
En una ley temprana de Constantino se les prohibió a los sacerdotes y adivinos públicos de Roma la entrada a casas particulares. Pero otra ley pide que se recite la oración “a la manera de la antigua observancia” si el palacio imperial o cualquier otro edificio público fueron alcanzados por un rayo. La magia tradicional del país fue tolerada por Constantino.
La cultura y la educación clásicas, que estaban íntimamente relacionadas con el paganismo, continuaron disfrutando de un enorme prestigio e influencia. Los sacerdotes provinciales, que estaban tan íntimamente relacionados con la vida cívica, sobrevivieron durante mucho tiempo al reinado de Constantino. La propia Constantinopla que era predominantemente una ciudad cristiana, celebró su consagración con ceremonias cristianas. Sin embargo, a su fundación también asistió Sopatros, un conocido vidente pagano.
En el transcurso del siglo IV, surgirán dos desarrollos que contribuyeron a la naturaleza de la cultura medieval con el crecimiento de una cultura bíblica específicamente cristiana que acabará opacando a la cultura clásica tradicional y la extensión de novedosas formas de patrocinio religioso entre las clases gobernantes y las eclesiales.
Constantino dejó mucho por hacer a sus sucesores, pero fue su decidida apuesta personal lo que determinó la transformación del Imperio Romano en un estado populista cristiano. No es difícil entender por qué Eusebio de Cesarea consideró que el reinado de Constantino era el cumplimiento de la divina providencia ni tampoco reconocer el papel de Constantino como el del 13º Apóstol.
Muerte
Constantino, que siempre se mantuvo pagano difiriendo indefinidamente su bautismo, declaró en repetidas ocasiones que él se consideraba perteneciente a la Iglesia, de hecho era su cabeza, por lo que no se sentía obligado a bautizarse.
Mientras se preparaba para una campaña contra Persia que cayó enfermo en Helenópolis. Cuando el tratamiento falló, quiso regresar a Constantinopla, pero se vio obligado a postrarse en cama cerca de Nicomedia, donde murió en 337. El cadáver fue trasladado a Constantinopla donde fue expuesto en el palacio imperial y más tarde, en presencia de su segundo hijo, Constancio, fue sepultado, después de la celebración de la liturgia, como había sido previsto, en su iglesia de los Apóstoles, cuyas estatuas, seis a cada lado, flanqueaban su tumba como signo de la convicción literal de Constantino de que él era el verdadero sucesor de los evangelistas, ya que había dedicado su vida y su trabajo a la implantación del cristianismo.
El Broche Final
Fiel a sus principios, en su obra Vida de Constantino podrá Eusebio el broche final a toda su inmensa obra coral. Constantino, esta vez ya reducido a personaje, hará aquello a lo que siempre se resistió: será bautizado y además, por un obispo arriano, Eusebio de Nicomedia.
Según su relato, parece que el emperador pasó todavía sin molestias el día de pascua del año 337. Algunas semanas después cayó enfermo y buscó primeramente remedio en los baños de Oriente. Cuando comprendió la gravedad de la dolencia, hizo llamar a algunos obispos a la ciudad de Nicomedia y solicitó de ellos el bautismo. Eusebio nos cuenta que «lo recibió con los sentimientos de los viejos cristianos». Así que, a partir de ese momento sólo llevó vestiduras blancas, «pues ya no quería tocar púrpura alguna». Las últimas palabras de Constantino de las que solo Eusebio fue testigo fueron proferidas poco después de la recepción del bautismo: «Ahora me siento verdaderamente feliz; ahora sé que he sido hecho digno de la vida inmortal, partícipe de la vida divina». Después de transmitir el imperio a sus hijos y de despedirse de los altos funcionarios y del comandante de los ejércitos, expiró el día de pentecostés, 22 de mayo del año 337.
El bautismo del Emperador en su lecho de muerte por un obispo arriano, representa su victoria personal final frente a todos, incluyendo a los trinitarios de Atanasio.
Era fundamental que el personaje de Constantino acabara bautizándose, aunque fuera in extremis, porque así, al reconocer Constantino el cristianismo como su religión y la religión del imperio romano llevará a cabo un acto de consecuencias trascendentales para la historia universal. Tanto en Oriente como en Occidente permaneció viva su memoria y pronto su imagen, como la de muchos grandes de la historia, fue captada y glorificada por la leyenda.
Eusebio tampoco se bautizó.
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