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Una vez alcanzado el poder total, tocaba poner en marcha su nueva organización con la que controlar ideológica y económicamente un Imperio más empobrecido que nunca y señalar a los nuevos enemigos del pueblo que serán los que, con sus bienes y fortunas, contribuirán obligadamente a un nuevo resurgir monetario.
El año 326 será el año de cerrar asuntos pendientes. Ese año, que fue el siguiente al Concilio, coincidía con el vigésimo aniversario de la coronación de Constantino. El emperador agradecerá la contribución de los obispos a su Concilio convidándoles a las celebraciones como invitados de honor.
Solo quedaban algunos flecos que cerrar, como el problema sucesorio. Su hijo Crispo al que nombró César de Occidente y tuvo un importante papel en su victoria contra Licinio era ilegítimo, como lo había sido él mismo ya que Helena Constantina era concubina de Constancio I Cloro. Pero él había alcanzado el poder por las armas y tener un primogénito ilegítimo pondría su legado en peligro a su muerte, en cuanto surgiera una facción apoyando a los hijos que tuvo con Fausta, hija y hermana de sus enemigos Maximiano y Majencio. Fausta, otra figura inconveniente por estar en posición de manipular a sus hijos pequeños para perjudicar su legado.
Constantino se hizo acompañar de su hijo el César Crispo y de su mujer Fausta a repetir las celebraciones del jubileo de su coronación en Roma. En el camino, en Pola, cerca de Venecia en un oscuro episodio, Crispo es juzgado, sentenciado y ejecutado, y poco después, su madrastra Fausta. Constantino hará caer sobre del recuerdo de Crispo algo como una Damnatio Memoriae. Es por ello que aún hoy se conoce tan poco de este César. Esta clase de sentencia no era nueva para Constantino. No hacía mucho que se la había aplicado a su cuñado Majencio, pero con menor éxito.
El olvido caído sobre su hijo Flavio Julio Crispo es tal que no se conoce ni aproximadamente su fecha de nacimiento, resultando la más probable 299. Fue el hijo mayor de Constantino siendo su madre Minervina, una concubina a la que el emperador abandonará para casarse por conveniencia política con Fausta, hija del Augusto de Occidente Maximiano.
El 1 de marzo de 317, Constantino le concede a Crispo el título de César y lo convierte en el gobernante titular de la Galia. En ese momento, Constantino saca de su jubilación a Lactancio a quien conocía de su etapa como rehén en Nicomedia, y le llama a Tréveris para ponerle como tutor del joven César. A partir de ese momento, la vida y el recuerdo de Lactancio se ligarán a Crispo.
El joven César derrotará a los francos en 320 y a los alamanes en 322 y 323. En la segunda guerra civil entre Constantino y Licinio en 324, Crispo comandó la flota de su padre, obteniendo la importante victoria naval de Helesponto. Sin embargo, dos años más tarde, Crispo es ejecutado y su memoria borrada. Y con Crispo, la de Lactancio.
De Lucio Lactancio se sabe poco. De su biografía real sabemos que pudo haber sido originario de Cirta en Numidia, donde una inscripción menciona a un tal “L. Caecilius Firmianus”. Posteriormente, se sabe que fue nombrado maestro de retórica latina en Nicomedia por Diocleciano, donde conoció a Constantino. Al haber sido despedido alrededor de 305 y ser un retórico latino en una ciudad griega, fue abocado a la pobreza extrema, según nos cuenta Jerónimo, ganándose la vida como escribano en latín. Al final, tuvo que regresar a Occidente y es en 317 cuando Constantino le llama. La Damnatio Memoriae de Crispo difuminará a Lactancio del que no se volverá a saber nada. Este velado personaje, casi borrado de la memoria y ligado fuertemente a Crispo, resultará ser de utilidad para Eusebio.
Hay que dejar claro que Lucio Lactancio no hablaba griego. Que reapareció en 317, cuatro años después de que Helena Constantina se fuera con la lista de lugares a ubicar en Palestina, totalmente elaborada. Por todo esto, no pudo participar en la obra coral, y menos aún en la redacción de parte del Nuevo Testamento.
Como vimos previamente al analizar la palabra “Nazaret” existían textos del Nuevo Testamento anteriores a la introducción de dicho vocablo, por ejemplo, los textos epistolares atribuidos al personaje de Pablo de Tarso. Para dar verosimilitud a una autoría diferente de sí mismo como simple recopilador, utilizó un estilo de redundancia diferente del que usaba para sus propios escritos que luego aplicará en otros textos posteriores como algunos evangelios. Debemos recordar que el supuesto trabajo de Eusebio era el de un simple recopilador o editor de textos de otros personajes que habrían vivido en el pasado.
Como una buena parte del Nuevo Testamento estaba escrito con esta codificación, no se podía dejar sin paternidad a esos textos puesto que se corría el peligro de que alguno de sus nuevos y poderosos enemigos, como Atanasio de Alejandría, pudiera decodificar los textos y descubrirle apuntando así al mismo Constantino.
La forma de solucionarlo era, una vez más, crear a un personaje de ficción y atribuirle esa autoría. Lactancio era el indicado, puesto que si llegaban a él, implicarían a su patrón, Crispo, ahora enemigo y traidor al mismo Constantino. Además, silenciado como quedó podía inventar lo que quisiera de este personaje real sin condicionantes.
Lactancio aparecerá en su biografía fantástica rodeado de personajes ficticios que solo Eusebio conoce, tales como su maestro Arnobio de Sicca, así como Porfirio y Sossianus Herocles, en Nicomedia. Lo habitual. Tal será esta biografía, que hoy se dice de él que es uno de los primeros autores cristianos y que llegó a ser asesor personal de Constantino I y responsable de guiar su política religiosa a medida que se desarrollaba… en Oriente, a la vez que “daba clases particulares” a su hijo Crispo… en Occidente.
De los poemas atribuidos a Lactancio, solo uno, además del Hodoeporicum, parece genuino, el De Ave Phoenice, un relato en ochenta y cinco distichs (unidades de verso que consta de dos líneas, usadas especialmente en la poesía elegíaca griega y latina) del fabuloso pájaro oriental que renace de sus propias cenizas.
Como muchos de los primeros autores supuestamente cristianos, Lactancio en las obras que se le atribuyen traiciona su dependencia de los modelos clásicos y fiel a los requisitos de su profesión, es más pulido que profundo. Así mereció el epíteto del “Cicerón cristiano” que le otorgaron los humanistas del Renacimiento, ya que exhibe tanto las deficiencias como las gracias de aquel.
Los principios apologéticos que subyacen a todas las obras de Lactancio están bien establecidos en De Opificio Dei, un tratado que puede considerarse como una introducción a su escrito más importante, Las Instituciones Divinas. Sistemático y apologético, pretendía señalar la futilidad de las creencias paganas y establecer la razonabilidad y la verdad del cristianismo. Fue el primer intento de una exposición sistemática de la teología cristiana en latín con la intención de silenciar a todos sus oponentes.
Las fortalezas y las debilidades de Lactancio se muestran en su trabajo. La belleza del estilo, la elección y la idoneidad de la terminología no pueden ocultar la falta de comprensión del autor de los principios cristianos y su ignorancia casi absoluta de la Escritura. Es más, los pasajes dualistas y panegíricos están escritos por otro.
De Ira Dei complementa a Instituciones Divinas trata el antropomorfismo en su verdadero sentido. De Mortibus Persecutorum aparece como su único trabajo histórico y apologético de estilo no tan perfecto y tampoco parece de su autoría. Esta obra es el origen y fuente primordial del mito de las “persecuciones de los cristianos” a los largo de los reinados de los emperadores que le caen mal: Nerón, Domiciano, Decio, Valeriano, Aureliano y por supuesto los enemigos contemporáneos de Constantino: Diocleciano, Maximiano, Galerio y Máximo.
Lactancio sostendría que el Dios cristiano, en contraste con el Dios remoto y despreocupado del deísmo estoico, podía intervenir para corregir la injusticia humana. Además, sostuvo que la justicia romana podría perfeccionarse mejor arraigándola en la doctrina cristiana de la paternidad divina que basándola en el principio de equidad, incitando así a la corrupción de la Justicia en favor de los cristianos, víctimas de tan terribles persecuciones.
Limitado por una visión muy poco profunda de la religión como moral popular, Lactancio surge más experto en mostrar la incongruencia del politeísmo pagano que en establecer una enseñanza cristiana.
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