Los 580 millones de buddhistas en el mundo, a pesar de todas sus diferencias, comparten entre todos una cosmovisión representativa. Para ellos el valor de la vida, al contrario que en Occidente, no tiene un valor absoluto, la muerte no es el fin de nada. Su vida no es más que un eslabón más de una interminable cadena de vidas atadas por una existencia que les mantiene atados al sufrimiento, porque nacer es sufrir, enfermar es sufrir, vivir es sufrir y morir es sufrir. Pero este sufrimiento no acaba en con la muerte, sino que la muerte supone el paso a una siguiente vida. Otra vida más. Volver otra vez a sufrir. Este ciclo que se repite se llama Samsara cuyo significado es vagar, vagar por este infierno de sufrimiento.
Este vagar solo acaba arrancando la existencia, de forma que, al morir y ya no existir logran lo que nadie más lo hace: evitar nacer.
¿Tu lograste evitar nacer?
Ese es su objetivo.
Pero alcanzarlo requiere de la ayuda de un maestro, no un maestro cualquiera, sino de un Sammasambuddha, alguien que no solo ha logrado la liberación completa sino que, además, se ha inclinado a enseñar.
Estas eminencias aparecen en el mundo muy de tarde en tarde, transcurriendo intervalos de miles de años entre uno y el siguiente. Así que deben llegar a conocerle habiendo renacido como humanos, que les enseñe y mientras esperarle en un destino feliz, en el mundo de los devas, el cielo.
Para esos 580 millones de buddhistas las cosas pasan por algo, toda consecuencia tiene su árbol de causas. De esta forma, la siguiente vida será consecuencia de la actual.
Este es el punto: la siguiente vida será consecuencia de la actual.
Es por esto que los buddhistas invierten en esta vida para obtener méritos para la siguiente. De nada sirve morir rico si renacen en el infierno perdiendo la opción de salir del Samsara.
En el buddhismo el nivel de mérito en las acciones es directamente proporcional al objeto del mérito. Hacer una ofrenda a un laico vale menos que hacerla a un monje. Hacerla a un ser iluminado vale muchísimo más que hacerla a un monje. Hacerla al Buddha tiene un mérito infinitamente mayor.
A falta de un Buddha de carne y hueso, el acto de ofrecer ofrendas a las imágenes del Buddha deviene en algo similar.
Y no les puede parecer lo mismo dar su ofrenda a una pequeña imagen que a la más grande del Planeta.
Los buddhistas invierten un buen porcentaje de sus ingresos en méritos para su siguiente vida y la inversión que más alto rendimiento ofrece es hacérsela al mismo Buddha.
Si concentramos del 9% de los ingresos de 580 millones de buddhistas de China, Japón, Corea, Tailandia, Birmania, Vietnam, Laos, Camboya y Sri Lanka que hoy representan un poder económico sin igual en el mundo, en un punto, en un solo polo de atracción planetaria, podemos imaginar la gigantesca importancia económica de lo que estamos hablando, aunque pienses que eso de volver a nacer y sufrir no es importante.
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