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Empecemos diciendo que la mayor parte de la gente carece de actitud. Son peces a los que lo del agua les es indiferente. Perciben el placer y el dolor, la felicidad y el sufrimiento, pero de ahí no pasan.
Luego hay una minoría que le da por filosofar. Unos consideran que el dolor se debe evitar y el placer se debe buscar. Otros, que hay que aprender a entrenar el dolor cuando se está en situación de placer. Están los que dicen que hay que aprender a entrenar el placer en medio de una situación de dolor… y todas las combinaciones que imaginemos.
Luego están los que buscan explicaciones al sufrimiento y a la felicidad, explicaciones digamos que creativas. Muchos de ellos echan mano de un personaje bastante controvertido al que le llaman «Dios» al que culpan de todo, aunque ese «Dios» esté culpando a los que le culpan del sufrimiento que experimentan. Es más, llegan incluso al desvarío de plantear que a la felicidad solo se llega por el sufrimiento. Así que, como la máxima felicidad está en manos de ese «Dios», ese mismo «Dios» tiene que sufrir muchísimo para regalarnos la felicidad. Visto así, el planteamiento de la tesis sugiere una lógica bastante confusa, desde el momento que a ese «Dios» se le reviste de la cualidad mágica de la omnipotencia.
También están los amigos de la magia y la fantasía, que atribuyen a los astros, a haber pisado la línea entre las baldosas de la calle, a haber tenido algún sueño lúcido, el placer y el dolor que van a experimentar en algún momento en el futuro.
No podemos olvidarnos de aquellos que, postrados de rodillas ante alguna muñeca de madera, entran en una especie de comercio de compraventa de favores a cambio de obtener un poco de felicidad o aliviarse del dolor que sufren. A veces parece que incluso tratan de sobornar al muñeco.
Hay otros que se dan cuenta que el placer y el dolor tienen relación con lo que ellos hacen, y algunos de estos se aíslan en cenobios lejos de toda perturbación sensorial pensando que así, llevando una vida aislada estarán protegidos del sufrimiento. Y no. Aunque tengan una baja exposición sensorial, sus pensamientos se convierten en una fuente de conflictos y por ende, de sufrimiento.
Hay otros que piensan que la búsqueda del placer lleva al dolor, por lo que tratan de evitarlo. Es decir, actúan tratando de evitar tanto el placer como el dolor y así eludir el sufrimiento.
Y así podríamos seguir y seguir.
El sufrimiento es uno de los motivos que, desde antiguo, mueven al humano a filosofar, pero la filosofía no sirve, como es bien conocido. Hay que conocer la causa, porque sin conocerla no es posible atacarla. Y la causa es nuestro querido batracio.
El batracio es inmune a razonamientos, él, como dijimos, va a su bola, y reacciona como reacciona, mediante sus limitadas facultades. Al batracio el concepto de «Dios», o el de la «magia», o el de la «idolatría», o cualquier otro le es ajeno. Una rana no entiende de teología y no la vas a convencer hablándole de «Dios». Es más, no la vas a convencer de ninguna manera. ¿Has visto a alguien convenciendo a un batracio para que haga algo?
Pues eso mismo.
Aunque lo que hagamos puede condicionar la felicidad o el sufrimiento, no es una condición necesaria. Y lo sabemos. Se puede sufrir por cosas que no se hacen ni se harán, aunque en algunos otros casos, se sufre como consecuencia de conductas propias. Pero todo eso es como consecuencia de las reacciones del bicho. Si tiene ganas de joder, sufrirás hagas lo que hagas y, por el contrario, puede hacerte feliz sin más, solo porque le gusta una puesta de sol o un cambio de acordes que resultan ligeramente consonantes.
A ver, ¡que dependes del bicho, no de un manual de filosofía clásica!
Imitar lo que hacen los demás para tratar de eludir el sufrimiento es una aproximación estadística al comportamiento medio de las ranas, y puede que salga bien, pero no está garantizado. Esto es a lo que se le llama moral. Se imita una conducta que no es propia buscando evitar el sufrimiento y si, es posible, alcanzar algo de felicidad, imitando a lo que el grupo considera que es lo correcto para lograrlo.
Pero el problema está ahí, en cómo tratar con una rana que nos tiene agarrados del cerebro y hace lo que hacen las ranas: lo que les da la gana.
Es el momento de tratar a las ranas como se trata a las ranas.
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