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La ética se define con la palabra Sīla. Veamos qué significa literalmente:
Sīla = Ser de tal naturaleza.
Es decir, Sīla apunta a la forma de ser, a la naturaleza del individuo.
Hemos estado viendo que un asesinato no convierte a alguien en asesino, era ya un asesino antes de matar, por eso mató. Por el contrario, uno que mató puede no ser ya un asesino.
Roba quien tiene la naturaleza de ladrón y lo hará cuando tenga las circunstancias propicias.
De igual forma, la mentira no hace al mentiroso, es el mentiroso quien miente. Se sabe que alguien es un mentiroso, tiene la naturaleza de mentiroso porque miente. Y no es que mienta por circunstancias, justificadamente, banalmente. Miente porque está en su naturaleza. Si no lo estuviera, no mentiría.
Tonto es el que dice tonterías. Tonto es el que calumnia. Tonto es el que cree en tonterías. Se comprueba que alguien tiene la naturaleza de tonto si dice tonterías, calumnia o cree en tonterías.
El placer sensual no hace al vicioso, es el que tiene una naturaleza viciosa el que irá buscando el placer sensual cuando le sea conveniente.
Y es borracho quien bebe.
Quien bebe a escondidas, busca el placer sensual de forma discreta, reprime decir tonterías, oculta sus creencias, se muerde la lengua cuando va a mentir, roba sólo cuando nadie le ve y mata a escondidas… es lo que se llama un individuo «virtuoso».
La virtud es lo contrario de la ética. La persona virtuosa se disciplina para pasar un infierno en vida reprimiendo su verdadera naturaleza para aparentar ser ético, siempre de forma social, porque toda apariencia necesita público.
No es por casualidad que los mismos que traducen Sīla como «virtud» son los mismos virtuosos. Y veremos las bastardas razones detrás de tanta apariencia.
La generosidad, Dāna, concede a quien da mérito tanto en función de cómo da, es decir, como un ejercicio de desafección, sin que le cueste dar, una forma de ejercitar el desapego, como de a quien se da. Es más meritorio cuanto mas ético es el receptor. Dar a un Buddha perfectamente iluminado es más meritorio que a cualquier Noble, es decir, uno que ha logrado algún nivel de iluminación, y dar a un noble es más que dar a una persona corriente.
Y dentro de las personas corrientes, los bhikkhus viven precisamente de Dana, y obtienen su medio de vida no solo por ser bhikkhus, sino por aparentar ser éticos, es decir, por ser virtuosos. Hacen alarde de su virtud para embaucar a los laicos y lograr más y mejor comida, túnicas o medicinas. Y los sanghas de monjes tienen reglas estrictas que vigilan esa virtud.
Y aquí viene el problema.
Los laicos que dan comida a estos individuos, lejos de lograr mérito lo que consiguen es demérito. No saberlo es ignorancia, que es un agravante. Son ellos, los laicos, los responsables de verificar quien es ético y quien es un embaucador y corren con esa responsabilidad y su renacimiento va en función de esto.
La virtud acarrea el mismo infierno del que van a gozar en la siguiente vida.
El virtuoso vive preocupado, amargado, reprimido, frustrado, mientras que el ético, al ser así, no tiene que hacer nada por serlo. Lo es.
No es de extrañar las diabólicas reacciones que los monjes muestran cuando se les escudriña y descubre.
La virtud es la madre del terror.
Mantente alejado de esos seres infernales.
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