Oír es algo que es consustancial a la existencia humana. Oímos desde que tenemos uso de razón y sabemos lo que oímos. Escuchamos la charla de un conferenciante, la voz de nuestra madre, el llanto de un niño, lo que nos dice nuestro jefe…
También oímos ruidos y sabemos distinguir el claxon de un automóvil del canto de un pájaro.
El oído también da la posibilidad de proporcionarnos placer de varias formas. La más evidente es la música.
Lo que creemos saber sobre el sonido, que algo lo emite, que se propaga en forma de ondas, que llega al oído y el cerebro lo procesa es simplemente mentira.
De cabo a rabo.
Anda bien equivocada la Real Academia Española de la Lengua al definir el sonido como la sensación producida en el órgano del oído por el movimiento vibratorio de los cuerpos, transmitido por un medio elástico, como el aire.
En el órgano del oído no se produce sonido alguno, en el oído no puedes encontrar sonido alguno, es más, ni siquiera se necesita el oído ni el sistema auditivo para que el sonido se produzca. Tan solo escucha la vocecilla que está relatando esto que estás oyendo, o simplemente recuerda una canción de Supertramp. ¿A que la estás oyendo?
Pues no hay ni fuente, ni canal, ni receptor, ni oído ni nada que se le parezca.
Y no son recuerdos necesariamente. Puedes elaborar un discurso incluso a gritos sin que se produzca sonido. Y cantar una canción que se te está ocurriendo sin mover los labios, sin emitir nada.
Oír no se produce en el exterior, ni en el oído. Ni siquiera en el cerebro. Oír se produce en el interfaz auditivo, parte de lo que llamamos rūpa, y es la conciencia auditiva la encargada de observarlo.
Sin una conciencia que observe sonidos, no existen sonidos. Y sin un interfaz rūpa auditivo tampoco. Desde lo que observa, la conciencia, solo podemos aseverar la existencia de lo que se entrega: voces, música, ruido… Elaboraciones conceptuales.
Todo sucede en la mente. Eso lo vamos a dejar claro. Mente es conciencia (lo que observa) y el interfaz namā-rūpa (lo que es observado) donde no existe lo uno sin lo otro. No hay nada “esperando oír” ni nada “esperando ser oído”.
Cuando oímos a una persona “hablar”, lo que el interfaz realiza en un complejo proceso de muestreo de señales, creación de sonidos y comparación de patrones, tanto del timbre para determinar que quien es la voz, así como del tono y la altura para saber que entorno emocional comporta y de comparación con muestras de sonido almacenadas para identificarlas y asignarle una etiqueta o nombre (esto lo realiza el interfaz namā) y sustituir la muestra de sonido por una palabra reconocible. Así oímos.
Si no lo sabías, ya lo sabes. Las cosas son como son, no como parece que son. Y si no tenemos en cuenta todo esto, es inútil tratar de entender qué es y qué no es música, qué es la armonía, qué es el arte, que es todo.
Así no caeremos en supersticiones satánicas ni salvaciones bautismales que son, nada menos, que los pilares de lo que llamamos música occidental.
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