¿Qué es lo que muere? ¿Qué es lo que nace? ¿Qué es lo que tiene padre, madre, hijos, amigos? ¿Qué es lo que estudia? ¿Qué es lo que trabaja? ¿Qué es lo que discute? ¿Qué es lo que habla? ¿Qué es lo que piensa? Decía Descartes: “Pero enseguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto, soy era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando”. Descartes establece a partir de esta verdad la base del racionalismo en Occidente. Pues la verdad “yo pienso, por lo tanto, soy” es mentira. Es falsa de toda falsedad. Lo que piensa (no aquello que experimenta lo pensado) es un abigarrado cuerpo de conceptos enlazados entre sí por relaciones funcionales y de proximidad, dinámico en base a sus propios procedimientos que se ejecutan ininterrumpidamente, en base a condiciones, hasta que deja de hacerlo, también en base a condiciones. La propia ejecución global son condiciones. Y su fin provoca nuevas condiciones. Lo que piensa no es. Solo está. Si es que siquiera está, porque ¿dónde está? Lo que piensa es un personaje, que arrastra una historia, un ego. Que vive en un mundo conceptual donde el decorado está lleno de personajes como él. En un tiempo y un espacio propios. Lo que piensa juega al juego de la vida. La vida tiene reglas. Si es hábil su vida puede llegar a ser decentilla. Si no lo es, puede ser horrible. Y al cabo generará al acabar su vida un nuevo personaje, renovado, en función a su desempeño en el juego de la vida. Y esto seguirá ad infinitum mientras haya condiciones para más vidas. Si el personaje acaba con la existencia, ya no habrá más vidas y el juego habrá terminado. Se elimina la existencia, el que piensa, por fin, muere… El juego acaba. Mientras, la conciencia se las pasa procesando las tonterías que le pasan a cada personaje tratando de hacerlo bien, identificándose son él, sufriendo con él, llorando con él, enfermando con él, muriendo con él y viendo desolada que todo lo conseguido en el juego se pierde irremisiblemente. La conciencia no piensa. No sabe. Mientras está enfrascada en el juego del Samsara cree que piensa. Se cree que es “alguien”. Se cree que tiene familia, se cree que tiene un trabajo, se cree que está situada en un tiempo y un espacio… Una vez corre a deva, otra a humano, otra a chancho… Como después de la muerte, nama desaparece no es consciente del infinito aburrimiento de jugar y jugar siempre a lo mismo. La conciencia es un jugador con Alzheimer.
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